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MENSAJE DE NAVIDAD

MONSEÑOR ANDRÉS STANOVNIK: HAGAMOS UN LUGAR PARA DIOS NIÑO EN NUESTRO CORAZÓN Y EN LA MESA FAMILIAR, EN NUESTRA CONVIVENCIA SOCIAL Y EN EL SERVICIO DE LA FUNCIÓN PÚBLICA

La Navidad es una fiesta que despierta sentimientos de ternura, tiene un aire de familia y de regalos. Es una fiesta que nos hace sentir más buenos. Sin embargo, eso todavía no alcanza para que sea Navidad. Para que la Navidad sea, hay que dejarla ser lo que es y no hacerla a nuestro gusto. Esto nos cambia totalmente la perspectiva. En lugar de preocuparnos cómo la vamos a hacer, es decir, qué comprar, a quiénes invitar, a dónde ir, etc., deberíamos dejar que la Navidad “tenga lugar”, que acontezca, que sea lo que debe ser. Sólo así puede sorprendernos. Pero para eso hay que aprender a esperarla.
La cuestión es cómo. Les propongo que nos dejemos guiar por algunos expertos. En primer lugar, por María de Nazaret, “Tiernísima Madre de Dios y de los hombres” como la invocamos con mucho amor en la bella imagen de Nuestra Señora de Itatí. De ella sabemos que se sorprendió con el anuncio del Ángel (cf. Lc 1,29), que se dejó llevar por el Espíritu Santo (cf. Lc 1,35-38) y que luego “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Ella nos enseña a esperar, a sorprendernos y a dejarnos conducir por Dios. Hay que saber resistir a la tentación del consumo y a la diversión compulsiva, para “hacer lugar” y estar atentos a la visita de Dios.
Consultemos otros especialistas en “hacer que la Navidad sea”: son los pastores y los sabios de Oriente. Entre ellos coinciden en la necesidad de darse tiempo y de vigilar para captar lo que es importante y distinguirlo de lo superfluo. Si no, las cosas insustanciales ocupan el lugar de las importantes y terminan asfixiando la vida. Es lo que le pasó a Herodes. En cambio, los pastores y los sabios, captaron la señal: un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre (cf. Lc 2,12; Mt 2,11). El misterio de la Navidad les cambió la vida. Unos, conmovidos, contaban lo que habían visto y todos los que escuchaban quedaban admirados (cf. Lc 2,17-18). Otros, después de ver al niño con María, su madre, lo adoraron y, cambiando el rumbo de sus vidas “se volvieron por otro camino” (cf. Mt 2,12).
Hay que detenerse y prestar cuidadosa atención a la señal de la Navidad: es tan pequeña y frágil, que nuestra insensata omnipotencia descuida y pasa por alto. Sin embargo, allí, en “la misericordiosa ternura de nuestro Dios” (Lc 1,78) está la fortaleza para no caer en la tentación. Dejemos que esa ternura nos toque el corazón y ablande las durezas que nos encierran en nosotros mismos, nos hacen insensibles a Dios y distraídos ante la indefensión y la pobreza que viven tantos hermanos nuestros. Para que esto no suceda, se necesita mucho más que una reunión, un brindis y algunos cohetes. Hagamos un lugar para Dios Niño en nuestro corazón y en la mesa familiar, en nuestra convivencia social y en el servicio de la función pública. Recemos juntos la oración “Tiernísima Madre”, repitámosla varias veces con intervalos de breves silencios, esperando que Dios nos visite con su ternura y nos dé “paciencia en la vida y fortaleza en las tentaciones”.
Llevemos la visita de Dios, representada en los signos de la Cruz de los Milagros y la Virgen de Itatí, a las instituciones y hogares que desean recibirla. Con este gesto misionero queremos celebrar la gracia del Centenario de nuestra Diócesis y, al mismo tiempo, abrirnos al Bicentenario del nacimiento de nuestra Patria, don que nos viene de Dios y que ponemos bajo la protección de María Santísima.
Feliz y santa Navidad para todos, y bendiciones para el Año Nuevo 2010.
Mons. Andrés Stanovnik, Arzobispo de Corrientes

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