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Domingo de Ramos - 2010
Homilía de Mons. Stanovnik  luego del relato de la Pasión
Celebración en la Iglesia y Santuario "Santísima Cruz de los Milagros"

El relato que escuchamos es impresionante. Jesús, el Hijo de Dios, es crucificado, muerto y sepultado. Jesús, el Verbo hecho carne, carga sobre sus hombros el pecado de la humanidad. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando (Jn 15,13). Jesús lo predicó y lo hizo. Es la historia del grano de trigo: si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto (Jn 12,24). Ahora él nos mira desde la Cruz con una mirada llena de misericordia y de perdón.

Para comprender en profundidad el misterio del amor de Dios necesitamos la luz del Espíritu Santo. Sólo iluminados por él podemos conocer a Jesús, seguir sus pasos, abrazarnos a su cruz y vivir en su amistad, para vencer con él el pecado, la muerte y el mal. Él es vida y esperanza nuestra. Si realmente hemos encontrado a Jesús, ¡no podemos renunciar a dar testimonio de él ante quienes todavía no se han cruzado con su mirada!, –exclama el Papa en el mensaje a los jóvenes–.

En este templo se conserva el signo histórico que representa el inmenso amor de Dios por nosotros: La Santísima Cruz de los Milagros, origen de nuestro pueblo correntino. Este pueblo nace marcado por la cruz, cruz de vida y salvación, cruz de redención, de justicia, de reconciliación; cruz de amor y de esperanza; clave imprescindible para entender nuestro pasado, para iluminar el presente y para proyectarnos al futuro. ¿Qué sería de nosotros si olvidáramos la cruz de Jesús? ¿Dónde buscaríamos la verdad del amor? ¿Quién sería capaz de darnos el alivio del perdón? Si se perdiera la memoria de la cruz, no habría verdad plena ni habría verdadera justicia, nadie nos perdonaría y jamás podríamos reconciliarnos. ¡Bendita la cruz de Jesús que nos reveló la entrañable misericordia de nuestro Dios!

En estos días santos que iniciamos hoy y que vamos a culminar con la Vigilia Pascual, meditemos la Pasión de Jesús. Contemplemos con los ojos de la fe el misterio del amor que se nos revela en el signo santo de la Cruz. Abramos nuestro corazón y dejemos que Jesús lo toque y lo transforme en un corazón más sensible a la verdad, lo incline a todo lo que es bueno y justo, lo disponga para el perdón y lo haga más amigo de todos. Tomemos en nuestras manos la Palabra de Dios, especialmente los relatos de la Pasión en los Evangelios; leamos despacio, dejando que la letra escrita resuene en nuestro interior y se haga Palabra que da Vida; dejemos que esa Palabra nos conmueva profundamente, nos saque de nuestro pecado y nos dé fuerzas para perseverar en el bien.

Nos encomendamos a la tierna protección de nuestra Señora de Itatí, que junto a la Cruz nos anima a exclamar: te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo. Amén.




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