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MONS. STANOVNIK EN LA CRUZ

 "Miramos la Cruz de los Milagros y, al contemplarla, nos sentimos inmensamente amados por Dios"

1. Con la grandiosa y conmovedora procesión que realizamos por las calles de nuestra Ciudad, agasajada con mucho amor durante el Mes de Corrientes por sus 421 años de vida, y con esta solemne Misa en honor a la Santísima Cruz de los Milagros, llegamos al punto espiritual más alto de nuestra fiesta. Nos unimos a la intención de toda la Iglesia que hoy ora por las vocaciones sacerdotales y religiosas, para que crezcan en santidad y en número. Al mismo tiempo, rezamos por nuestra Patria, para que sus habitantes, siendo cada vez más ciudadanos, conscientes de sus derechos y obligaciones, celebremos un bicentenario en justicia y solidaridad. Los católicos de Corrientes queremos transitar ese camino como “discípulos y misioneros de Jesús, con María de Itatí, junto a la Cruz”, como reza el lema que nos inspira la preparación al Centenario de la Diócesis, que tendrá lugar, Dios mediante, el año próximo.
2. Si algún extraño viniera y nos preguntara qué estamos haciendo hoy y aquí, no dudaríamos en responderle que estamos celebrando la fiesta de la Santísima Cruz de los Milagros; le diríamos que esta memoria tiene más de cuatro siglos y que se remonta a la fundación de nuestra Ciudad. Si esa persona se interesara un poco más, podríamos ofrecerle mucha más información. Pero, en el mejor de los casos, esa persona quedaría muy bien informada, pero lejos de lo que nosotros sentimos al celebrar esta fiesta. Le habríamos dado información pero no lo que sentimos y vivimos. “Venga, quédese y mire”, sería una respuesta más apropiada. Una invitación así, nos acercaría a él y empezaríamos a estrechar lazos de amistad que nos darían un nuevo modo mirar, de escuchar y de conocer. “¡Miren –dice el apóstol san Juan– cómo nos amó el Padre!” (1Jn 3,1), fue la invitación que recibimos en la primera lectura. ¡Miren cómo nos amó el Padre! Miremos y prestemos atención. La dirección correcta hacia donde mirar para ver y conocer cómo nos amó el Padre es la cruz de Jesús.
3. El Viernes Santo, cuando celebramos la victoria del amor y la vida sobre el pecado y la muerte, exclamamos: “Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo”. El Crucificado irradia vida, amor, libertad. En él vemos que se realizó en plenitud todo lo bueno, bello y verdadero de nuestra condición humana. Afortunados nosotros que conservamos en el corazón de nuestra Ciudad la Santísima Cruz de los Milagros, llamada también Cruz Fundacional. Santísima y milagrosa porque fue origen, cuna e historia de un pueblo de hermanos. Santísima y milagrosa porque nos revela cómo nos amó el Padre y porque contiene todo lo que necesitamos para dar sentido y plenitud a nuestra vida. Cruz luminosa, porque dio claridad a nuestras noches, fuerza en medio de las dificultades y dirección a nuestros pasos. Con la bella tradición de las luminarias, que celebramos en las vísperas, queremos representar la luz que nos viene de la cruz de Jesús y, al mismo tiempo, confesar que sin ella, no podemos vivir. Por eso, al mirarla, vemos que es hermosa y agradable, tanto para la vista como para el gusto, afirma un autor de los primeros siglos de la Iglesia.
4. El que se acerca a ella y la toca se queda, atraído por una fuerza irresistible que lo lleva al encuentro con Jesús. Y el que experimenta su amistad no se aparta más de él. Su presencia le cambió la vida, lo llenó de paz y le abrió un horizonte de libertad y de amor jamás pensado. Por eso, san Pablo dirá que la cruz de Jesucristo es su única gloria (cf. Gál 6,14), y que no quiere saber nada fuera de Jesucristo y éste crucificado (cf. 1Cor 2,2). Jesús eligió la sabiduría de la cruz para mostrarnos a Dios y señalarnos el camino que lleva a la vida y a la felicidad: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc 8,34). En otro lugar, Jesús hace una comparación sencilla para darnos a entender la lógica de la cruz: si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto. Y al contrario, “el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que la pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”. Porque, “¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? (Mc 8,35-36).
5. El mensaje de vida, de amor y de libertad, que irradia la Cruz de los Milagros, ilumina nuestra vida personal, familiar y social. El evangelio del Buen Pastor, que da su vida por las ovejas, nos recuerda que la vida se gana en la medida que se entrega y se pierde cuando se la guarda mezquinamente para uno mismo. El signo de la cruz y la figura del Buen Pastor se complementan y se enriquecen mutuamente. No puede haber un buen pastor que no esté dispuesto a sacrificarse por su pueblo. Si alguno pretendiera desempeñar esa función y no estuviese dispuesto a dar la vida, lo único que le interesa es su salario y no le importan nada las ovejas, dice Jesús en el Evangelio de hoy. Para distinguir al pastor bueno del malo, hay que ver cuál de los dos conoce realmente a sus ovejas. Y la contrapartida: ver si éstas reconocen al pastor. “Yo soy el buen Pastor –dice Jesús– conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí” (Jn 10,14).
6. El conocimiento al que se refiere Jesús, no es el resultado de informes y de estadísticas. Este nivel de conocimiento no llega a comprometer la relación del pastor con su pueblo. Es todavía el conocimiento del asalariado. “Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas” –advierte Jesús– prefiere la distancia, porque le interesa más su sueldo que las ovejas. Por eso, Jesús advierte que ese pastor “cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa”. Aquel que no está dispuesto a sacrificar su vida, es decir, a vivirla iluminada por el mensaje de la cruz de Jesús, se sentirá extraño de sí mismo y, en el fondo, lejano de todos, porque ha puesto entre él y los demás sus propios intereses. Jesús nos da a entender que a ese hombre o a esa mujer “le interesará sólo su salario y no le importará su pueblo”. El signo de la cruz nos libera de esa lógica maligna y, a la vez, nos ilumina para ver la sabiduría de vida y de libertad que emana de ella. Sin embargo, así como la cruz ilumina a unos, también ciega e incomoda a otros, porque pone en evidencia oscuras tendencias, que infelizmente dominan el espíritu humano, cuando personas y grupos se cierran sobre sí mismos.
7. En cambio, Jesús propone otro modo de conocer y nos da la clave: “doy mi vida por las ovejas”. Vivir dándose a los demás crea vínculos de auténtica cercanía y conocimiento entre las personas y comunidades. Ese modo de conocer compromete al pastor y a su pueblo, porque los acerca entre ellos, los abre a todos y se preocupa para que nadie quede excluido: “Tengo, además otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir” –dice Jesús–. El mensaje que nos deja el Evangelio del buen Pastor, tiene suma importancia para todos aquellos que poseen alguna autoridad, sea en la familia, la comunidad religiosa o en la función pública. Mirar la cruz del buen Pastor, nos da mucha luz para comprender “cómo nos amó el Padre” y qué tenemos que hacer para llevar ese amor a nuestras familias, a las escuelas y hospitales; al trabajo, a la calle y a todas las expresiones de nuestra vida social y política.
8. En la reciente visita que hicimos un grupo de obispos a Roma, el Santo Padre nos alentó a realizar una acción evangelizadora extensa e incisiva. Nos dijo que esa misión debía tener en cuenta los valores cristianos que han configurado la historia y la cultura de nuestro País, y que todo eso llevara a un renacimiento espiritual y moral de nuestras comunidades y de toda la sociedad. En esa invitación resuena el eco de las palabras de san Juan: “Miren cómo nos amó el Padre”. Nosotros miramos espontáneamente la Cruz de los Milagros y, al contemplarla, nos sentimos inmensamente amados por Dios. A María de Itatí, tiernísima Madre de Dios y de los hombres, le pedimos que nos conceda la gracia de responderle con todo nuestro corazón. Que por la gracia del Centenario nos ayude a fortalecer nuestra misión evangelizadora entre todos los hermanos y hermanas correntinos. Que ella, junto a la cruz, nos enseñe a darnos sin cálculos ni medidas; nos dé el conocimiento que engendra cercanía entre las personas y nos ayude a vivir dando testimonio de una vida cristiana coherente y ejemplar.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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