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25 DE MAYO

Tedeum en la Iglesia de San Francisco

“Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz, y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, pues él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos” (1Tim 2,1-6).
En aquel tiempo Jesús dijo: “Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas” (Mc 11,24-26).

Recordamos agradecidos el pasado
1. La Providencia de Dios quiso que este año celebremos el Tedeum en este antiguo y hermoso templo dedicado a San Francisco Solano. Te Deum significa “A ti, oh Dios”, y son las primeras palabras de un antiguo canto de alabanza: “A ti, oh Dios te alabamos y te bendecimos”, con las que manifestamos todos los años nuestra gratitud a Dios por el don de nuestra Patria. A propósito de la gratitud y la alabanza, nos viene muy bien recordar que Francisco de Asís, cuya vida inspiró la vocación y misión de san Francisco Solano, hacia el año 1220, hace casi ocho siglos, en la carta que escribió a las Autoridades de los Pueblos, los exhortaba con estas palabras: “Den al Señor tanto honor en medio del pueblo que les ha sido encomendado, que cada tarde se anuncie por medio de pregonero o por medio de otra señal, que se rindan alabanzas y gracias por el pueblo entero al Señor Dios omnipotente”. Nosotros nos hemos reunido en esta Casa de Dios, evocando la cálida presencia del Santo de Asís, para agradecer a Dios porque somos pueblo y porque tenemos Patria, y porque felizmente reconocemos como don de él lo que somos y tenemos.
2. La expresión “patria” se relaciona con “padre”, con patrimonio, con herencia, es decir, con los bienes que hemos recibido de nuestros antepasados, tanto materiales como espirituales. En cierto sentido, Dios es “nuestra patria”, porque “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28), como les dijo san Pablo a los atenienses en el Areópago. Es natural, pues, que relacionemos “patria” con origen, camino y meta: espacio material y mundo espiritual en el que peregrinamos juntos hacia la “tierra sin mal”, esa patria ideal que ponía en movimiento la esperanza de nuestros antepasados guaraníes. Es la patria que Cristo nos conquistó con su Pascua y la cual ya habita gloriosamente. “Tierra sin mal”, hermosa imagen que el alma correntina, iluminada por la fe cristiana, aplica a la pura y limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí. Con ella, esperanza nuestra, damos gracias a Dios y confesamos que todo lo que somos y tenemos nos viene de él, que de él venimos y a él volvemos; que Dios Padre realiza en nosotros, como en ella, las promesas de justicia y paz hechas a nuestros antepasados para siempre.
3. En la carta “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad”, los obispos de Argentina recordamos que “el 25 de mayo de 1810, el Cabildo abierto de Buenos Aires expresó el primer grito de libertad para nuestra patria (…) Estamos agradecidos por nuestro país y por las personas que lo forjaron, y recordamos la presencia de la Iglesia en aquellos momentos fundacionales”. La cruz de urunday, plantada en los orígenes de nuestra historia allá por el año 1588, en las cercanías de la séptima punta característica del Litoral de la Ciudad, es el símbolo más alto de los valores cristianos que modelaron nuestra identidad. Aún antes de la emancipación, esos valores impregnaron la vida familiar y la convivencia social, se enriquecieron con la sabiduría del pueblo guaraní y con el aporte de las sucesivas inmigraciones. Hoy queremos honrar nuestros orígenes y agradecer a Dios por nuestra existencia como pueblo, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro, como dijimos en la carta Hacia un Bicentenario.

Miramos el presente para embellecerlo
4. En ese documento también reconocemos que “en nuestra cultura prevalecen valores fundamentales como la fe, la amistad, la solidaridad, el interés por los pertinentes reclamos ante la justicia, la educación de los hijos, al aprecio por la familia, el amor a la tierra, la sensibilidad hacia el medio ambiente, y ese ingenio popular que no baja los brazos para resolver solidariamente las situaciones duras de la vida cotidiana”. Estos valores tiene su origen en Dios, por eso no es de extrañar, pues, que en el Preámbulo de la Constitución de nuestra Provincia, luego de describir los elementos esenciales del sistema de gobierno y de trazar las grandes metas, se establece que la carta magna se sancione y ordene “bajo la protección de Dios”. La acción de proteger es propia del padre y de la madre. Ellos mejor que nadie saben qué significa cuidar la vida de sus hijos y resguardarla de tantas amenazas. Nuestra Constitución, al colocar al pueblo de la Provincia de Corrientes “bajo la protección de Dios”, le da seguridad y orientación para “consolidar el sistema representativo, republicano y democrático de gobierno, promover el bienestar general, afianzar la justicia, perpetuar la libertad, fortalecer las instituciones, conservar el orden público, garantizar la educación y la cultura, impulsar el desarrollo sostenido, preservar el ambiente sano, afirmar la vigencia del federalismo y asegurar la autonomía municipal”. Para gobernar “bajo la protección de Dios” toda la dirigencia, pero sobre todo la que ejerce funciones de gobierno, debe confrontar permanentemente su acción política con los postulados de la Constitución.
5. La carta magna es un instrumento que refleja la madurez social y política del pueblo correntino. Pero esta madurez es una tarea que cada generación debe sostener y potenciar, mediante el respeto a los principios y valores de la Constitución. En consecuencia, una voluntad real que promueva su aplicación en la letra –y sobre todo en el espíritu de los constituyentes–, será una inmensa bendición para todos. Gobernar “bajo la protección de Dios” es hacerlo de tal manera que nuestro pueblo experimente realmente que su vida está bendecida y protegida Dios. En este sentido, podemos decir que Dios protege y guía a su pueblo mediante el ejercicio honesto de la función pública y la coherencia de vida de sus gobernantes. Cada gobernante, cada funcionario público puede y debe ser una mano por la cual Dios bendice a su pueblo. Y cada habitante de nuestro pueblo no puede delegar ni sustraerse a la obligación de elegir a aquellos gobernantes que amen las leyes, cuiden al pueblo y busquen la Voluntad de Dios.
6. En la misma carta “Hacia el Bicentenario”, advertíamos que “el testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad hace al crecimiento de una comunidad”. Gobernar bien es una tarea difícil, porque exige una alta cuota de sacrificio personal. Quien no esté dispuesto a vivir en la mística del servicio se expone a las múltiples tentaciones que presenta el ejercicio del poder. La Iglesia, consciente de esos peligros, pide insistentemente que se ore por los que tienen la alta misión de gobernar. San Francisco de Asís, que conocía las tentaciones que acechan al que gobierna, escribía a los jefes de los pueblos: “Les ruego, por tanto, con la reverencia que puedo, que no echen en olvido al Señor ni se aparten de sus mandamientos a causa de los muchos cuidados y preocupaciones que tienen”. Por su parte, San Pablo, conociendo el valor y la eficacia que tiene la oración de la comunidad, la recomienda vivamente y pide que se haga por todos: “Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres”, y enseguida destaca que se rece especialmente por “los soberanos y por todas las autoridades”. La oración de la comunidad fortalece el espíritu del que gobierna, para que no pierda su orientación fundamental al bien común de todos los ciudadanos, “para que podamos disfrutar de paz, y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna”. Pero la oración es beneficiosa también para todo el pueblo, porque el ciudadano que reza bien se hace más responsables de sus obligaciones y más consciente de sus derechos.

Imaginamos el futuro con esperanza
7. En Aparecida los pastores de América Latina dijimos que “los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras”. Esta declaración no pretende favorecer un optimismo ingenuo, que cierre los ojos a la realidad y se desentienda de los graves problemas que vivimos. A pesar de todo y en medio de muchas dificultades, nuestro pueblo creyente cree y espera en Dios, porque siente que él lo protege y guía. Lo comprobamos a diario en la fe sencilla y honda de nuestra gente, que por más de cuatro siglos camina en esperanza “bajo la protección de Dios”, cree firmemente que Jesucristo, el Hijo de Dios, abrazó nuestra condición humana y la amó hasta el extremo de dar la vida, para que en él tengamos vida. Nuestro pueblo siente que no hay mayor bendición de Dios bajo el cielo que la cruz de su Divino Hijo Jesús y por ella cree que todo lo puede.
8. Por eso, nuestra gente cuando pide la bendición se hace la señal de la cruz, marca con ella la frente de sus hijos, tiene la imagen del Crucificado en sus altares familiares y se persigna con devoción cuando la ve presente en los lugares públicos. Porque nuestro pueblo sabe que donde está la cruz de Jesús hay esperanza de vida, se abren espacios comunitarios y las personas se encuentran. La señal de la cruz, hecha en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, nos introduce a la vida íntima de Dios que es y nos recuerda que somos su pueblo, que de él venimos, a él pertenecemos y hacia él peregrinamos. De allí que la Patria es, en cierto modo, casa y camino, lugar que nos reúne como familia de hermanos y hermanas, pero también camino que estamos llamados a construir y embellecer juntos sin excluir a nadie, para que llegue a ser tan bella como Dios la soñó. Ella es el lugar donde experimentamos la bendición de Dios y caminamos bajo su protección.
9. La expresión humana más plena y más alta de la “protección de Dios” es su Madre, la Virgen María, que se presenta a nosotros bajo la advocación de Nuestra Señora de Itatí. Por eso la amamos tanto y nos sentimos seguros bajo su amparo. Los grandes hombres y mujeres que forjaron nuestra Patria fueron personas profundamente creyentes, amantes de la Santísima Virgen María y entusiastas promotores de su devoción. Ellos sabían que la fe cristiana y la devoción a la Virgen consolidaban vínculos de amistad social y favorecían el arraigo de los grandes valores que daban un fundamento seguro a la identidad de su pueblo. Ella es vida y esperanza nuestra. En ella ya es realidad la Patria Eterna de amor, justicia y verdad en Dios a la que todos estamos invitados a construir y participar. A ella, tiernísima Madre de Dios y de los hombres, le suplicamos confiados para que nos proteja de visiones fragmentadas y parciales sobre nosotros mismos; nos haga ver que somos un solo pueblo de hermanos, donde todos tengan vida digna y una esperanza para dejar a las generaciones futuras. Con ella queremos expresar hoy nuestra profunda gratitud por tener Patria y por habernos dado vida como pueblo correntino en esta hermosa tierra del Taragui.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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