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Homilía para el Miércoles de Ceniza - 2022

Corrientes, Iglesia Catedral, 2 de marzo de 2022

Al iniciar hoy el santo tiempo de la Cuaresma con la celebración del Miércoles de Ceniza, nos unimos al llamado del papa Francisco a rezar para que se preserve la paz ante la amenaza de la “locura de la guerra” y del cese inmediato de cualquier posibilidad de violencia y uso de armas. Como, asimismo, nos adherimos a la declaración que realizó la Conferencia Episcopal Argentina junto con otras entidades religiosas y civiles, en la que manifestó “la preocupación por la falta de sensatez y humanismo para resolver conflictos”, porque “toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal”, leemos en Fratelli tutti (261).

Todos hemos escuchado la noticia sobre la construcción de un monumento en honor a los “nuevos héroes civiles” de la pandemia en la plaza de La Cruz de los Milagros. Con ese memorial se desea homenajear a todos los que estuvieron involucrados en la lucha contra el coronavirus y que murieron, recordando a José Ramón Vidal, quien falleció combatiendo la epidemia de la fiebre amarilla en Corrientes, en pleno siglo XIX, y cuyo monumento se encuentra también en esa plaza. Junto a estos “nuevos héroes civiles”, pongamos también a tantos voluntarios y bomberos que han luchado en la línea del fuego contra los incendios; a muchos hombres y mujeres que han colaborado con ellos, a las instituciones civiles y religiosas que continúan ahora en la sacrificada y silenciosa tarea de organizar la ayuda a los que padecieron las terribles consecuencias que dejaron las quemazones.

Como sabemos, los cuarenta días que preceden al Triduo Pascual, son una oportunidad que nos brinda la Iglesia para que revisemos nuestra vida a la luz de la Palabra y la orientemos hacia Dios, porque en esa dirección descubrimos quiénes son los que caminan a nuestro lado, y cuál es el vínculo que nos corresponde tener con ellos. Aquellos “héroes civiles” no se hicieron de un día para otro, sino que fueron hombres y mujeres que transitaron su vida pensando y sirviendo a sus hermanos, sabiendo que en ello corría riesgo su propia vida; como en alguna medida también sucedió con aquellos que lucharon en controlar los incendios y los que estuvieron sosteniendo ese colosal esfuerzo. La conversión personal que nos propone el tiempo de Cuaresma es confiar en Dios y seguir a Cristo, sabiendo que en la medida que nos damos a los demás, aunque en ello se nos vaya la vida, es como nos encontramos con nosotros mismos y con Dios.

Para seguir aprendiendo a “caminar juntos” en espíritu sinodal como nos propone la Iglesia hoy, los héroes de la pandemia y la actitud heroica de voluntarios y bomberos tienen mucho para enseñarnos. Ellos no vivieron para sí mismos sino al servicio de los más frágiles, entregando lo mejor de ellos mismos. Ese es el camino para que la pareja humana, una comunidad y los pueblos entre sí, puedan vivir un proyecto compartido en el que se busque el bien de todos. Para entrar en ese camino hay que estar dispuesto a que la ceniza limpie de egoísmo nuestra mente y nuestros corazones, nos infunda horror por la guerra, cualquier guerra no solo aquella armada, sino la que practicamos en el destrato con los demás, y fortalezca nuestras manos para que permanezcan abiertas a todos.

Los cuarenta días que nos separan de la Pascua es un tiempo para dejar atrás una vida alejada de Dios y volver a Él. El alejamiento de Dios se evidencia por dos señales: el olvido de la oración y la práctica religiosa, por una parte; y por otra, el maltrato o la indiferencia hacia el prójimo, especialmente hacia el pobre y hacia el que más sufre. En la primera lectura el profeta Joel (cf. 2,12-18) nos interpela a no dilatar ese regreso: “Ahora dice el Señor: Vuelvan a mí de todo corazón (…) vuelvan a Señor su Dios, porque Él es bondadoso y compasivo”. Del mismo modo lo hace San Pablo con palabras intensas: “Les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios”, y concluye advirtiendo que “Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación”.

El camino de regreso al encuentro con Dios exige despojarse de una vida centrada en sí misma, ocupada exclusivamente en sus propios intereses. Jesús nos propone el método clásico e infalible para liberarnos de la opresión egoísta que sofoca y deshumaniza nuestra vida: la limosna, la oración y el ayuno. La limosna significa ser generoso no con lo que me sobra sino con lo que soy y lo que tengo; la oración es dedicar tiempo a la Palabra de Dios y al diálogo personal con el Señor; el ayuno, es disciplinar las tendencias desordenadas y adictivas que disminuyen la capacidad de mi entrega a los demás. Y todo esto, acompañado por esa regla de oro que consiste en hacer todo eso sin buscar la aprobación de los demás, sino por amor a Dios en respuesta al inmenso amor que Dios nos tiene.

Supliquemos con humildad la gracia de volver a Dios en esta Cuaresma. Que el espíritu que sostuvo a nuestros “héroes civiles” durante la pandemia, y tantos hombres y mujeres, entre bomberos y voluntarios, que han trabajado heroicamente en el combate a los incendios, a los que colaboran generosamente para socorrerlos, y para ayudar a los perjudicados por el desastre ambiental que produjo esta catástrofe, nos anime a ser heroicos también a los que admiramos su entrega. Ellos nos recordarán para siempre que la vida vale la pena de ser vivida si estamos dispuestos a darla sin reservas a los demás. Que la ceniza sobre nuestras cabezas nos disponga dócilmente al encuentro con Jesús, suplicando por la paz en Ucrania y en el mundo, y que la amistad con Él nos lleve al encuentro con nuestros hermanos para prepararnos juntos a celebrar la paz y la alegría de la Pascua.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 22-03-02 Homilía para el Miércoles de Cenizas, en formato de Word.


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