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MONS. ANDRES STANOVNIK

Celebración de la Cena del Señor - Homilía para el Jueves Santo

Homilía para el Jueves Santo

Hoy celebramos el Jueves Santo con la Cena del Señor y primer día del sagrado Triduo Pascual; mañana será Viernes Santo de la Pasión del Señor, que culmina el sábado con la noche santa de la resurrección del Señor. Son días en los que recordamos el amor sublime con el que Dios nos ha amado hasta dar su vida por nosotros. Ese es el camino que Dios eligió para caminar junto con nosotros. Con la Última Cena, unida al Viernes Santo y al Sábado de Gloria, se completa y culmina la esencia del mensaje de Jesús: la entrega de su vida al Padre por amor a Él y a los hombres. Ese es el don más extraordinario que jamás podíamos imaginarnos: devolvernos la amistad con Dios y con nuestros semejantes. Gracias a Él no perdemos la esperanza de que es posible caminar juntos.

La Palabra de Dios que acabamos de proclamar nos muestra cuáles con las notas esenciales para que podamos caminar juntos, sea como pareja humana, como familia, o como comunidad civil, aun para quienes no profesan ninguna religión. Miremos a Jesús, en el pasaje que hemos oído: allí lo vemos cómo se dispone a lavar los pies a sus discípulos, gesto con el cual les da a entender que para establecer vínculos verdaderos, profundos y estables y, sobre todo, para ejercer la autoridad, hay que estar dispuesto al servicio, bajarse de lugar de la presidencia y llegar hasta el último lugar para socorrer las urgencias de las hermanas y hermanos más necesitados, acompañar y promover sus procesos de humanización.

Por lo tanto, en la medida que participamos activamente en la celebración eucarística, aprendemos y nos capacitamos para ser testigos de una Iglesia sinodal, o para decirlo de un modo más simple: aprendemos y nos capacitamos para caminar juntos. Si dos personas o más desean caminar juntas y llevar a cabo un proyecto para el bien común, podrán encontrar el protocolo infalible para lograrlo en el misterio que celebramos durante estos tres días: la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6), hacia él se dirige nuestra mirada para aprender a caminar juntos y de él recibimos la gracia para superar los obstáculos y perseverar en el camino.

En cambio, si quitamos a Dios de nuestra vida, quedamos solos y, en esas condiciones de fragilidad, caemos irremediablemente en la tentación de buscar seguridades que se presentan tan atrayentes como engañosas. El amor, en su dimensión solidaria y fraterna, fue revelado por Dios, mediante Jesús que se hizo pan entregado y vino derramado, para darnos a entender que no hay otro modo de caminar juntos, que dar la vida no por partes y negociada, sino entera. Esto lo entendieron los santos y santas y, junto a ellas, tantas personas que diariamente se entregan desinteresadamente para que otros descubran que son personas dignas de ser cuidadas y amadas.

Así es Dios en su intimidad y así se nos mostró en Jesús, quien durante la Última Cena entrega el mandato del amor y, a continuación, el Viernes Santo lo corrobora con su propia vida, para que entendamos que por ese camino se llega a la resurrección, a la vida en plenitud, vida que es un don del Amor de Dios. El mandato del amor no es una opción entre otras, es un mandato: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,15), concluye diciendo Jesús luego de realizar el gesto de lavar los pies a sus discípulos, tarea que era reservada a los esclavos, pero que Jesús la transforma en una “siembra de amor”, comentó el papa Francisco en una celebración de Jueves Santo.

La pregunta que nos cabe es esta: ¿Dónde están y de quiénes son “los pies” que se me presentan para que me arrodille ante ellos y los lave con un gesto de humildad y amor? Pero no olvidemos que, para tener la gracia de poder realizar ese gesto, es necesario superar la resistencia que sublevó a Pedro cuando Jesús se disponía a lavarle los pies: Tú, Señor, ¿me vas a lavar los pies? ¡Tú jamás me lavarás los pies a mí! Con mucha paciencia, Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!» (cf. Jn 13,6-10). En esa imagen tan elocuente, Pedro nos enseña cuál es la actitud que nos cabe para poder estar al servicio de los demás: dejar que Jesús nos ame y limpie nuestras durezas y resistencias para poder amar a nuestros semejantes con un corazón nuevo.

Para acompañar a Jesús en las horas que siguieron a la Última Cena, luego de finalizar esta celebración, tendremos un tiempo de adoración al Santísimo Sacramento, colocado en un lugar adecuado, donde quedará hasta la liturgia del Viernes Santo, ocasión en la que vamos a tener la posibilidad de comulgar. Supliquemos a Jesús que nos abra el corazón a la gracia que obtuvo Pedro al dejarse amar por él. Pidamos esa gracia también para nuestros familiares y amigos, para los sacerdotes y los obispos en el día de la Institución de la Eucaristía; para nuestro pueblo y sus gobernantes, a fin de que todos sintamos, junto con María, nuestra Tierna Madre de Itatí, que Dios nos ama y desea intensamente que todos nos demos la mano para caminar juntos en esperanza, cuidándonos unos a otros y juntos a los más débiles y privados de los bienes necesarios para vivir una vida digna de hijos de Dios. Amén.

 

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 22-04-14 Homilía del Jueves Santo, en formato de Word.


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