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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía con ocasión de la visita de la Virgen Malvinera

Corrientes, 10 de septiembre de 2022

Nos hemos congregado alrededor del Altar del Señor para celebrar la Eucaristía con ocasión de la visita de la imagen de la Virgen de Luján, que estuvo en Las Malvinas durante casi cuatro décadas. Allí acompañó a nuestros soldados durante la Guerra de Malvinas. Su presencia hoy entre nosotros, nos brinda la ocasión para orar por el eterno descanso de muchos hermanos nuestros, que entregaron sus vidas por el bien de la Patria, un gran número de ellos hijos nacidos en tierra correntina. Y, al mismo tiempo, agradecer el retorno a casa de esta amada imagen de la Virgen, que se convirtió en un acontecimiento histórico y trascendental, símbolo de fraternidad entre los dos pueblos y esperanza de paz en un mundo cada vez más fascinado por la locura de la guerra.

La presencia de la imagen de la Virgen nos recuerda una verdad fundamental: Dios nos es un ser lejano y distante, desentendido de lo que le sucede a la humanidad. Esa idea de Dios no puede interesarle a nadie y, si así fuera, no valdría la pena entretenerse ni perder tiempo en ella. En cambio, la Virgen Madre es la prueba de un Dios cercano y preocupado por lo que le sucede a todo ser humano, a la humanidad entera y a toda la creación. Ella fue la puerta de entrada para que el inmenso Amor de Dios se encarnara y asumiera nuestra pobre condición humana, y la elevara a la dignidad que Dios mismo había soñado cuando la creó a su imagen y semejanza.

Jesucristo es Dios con nosotros, Él nos mostró cuál es el camino para volver a Dios y encontrarnos entre nosotros, después de habernos extraviado, engañados por la ilusión de pretender acaparar todo el poder y así satisfacer la voluntad propia de poseerlo todo sin dar explicaciones a nadie. Ese engaño está descrito con una genialidad insuperable en las primeras páginas del Génesis (cf. Gen 3). Allí se desenmascara la trampa de ese oscuro deseo que fascinó a la primera pareja humana de vivir a espaldas de Dios. Las consecuencias se hicieron sentir inmediatamente: de la desgracia en la que cayeron acusan al otro y el acusado responsabiliza a un tercero, haciendo recaer la culpa en la serpiente. Sin embargo, Dios no los abandona y les promete salvarlos de esa ruina y desdicha en la que se encontraban. Y la estrategia que Dios eligió para salvar a la humanidad fue ponerse en su lugar y asumir en carne propia las consecuencias de ese desastre.

La carne para esa operación salvadora se la prestó una humilde muchacha de Nazaret, abierta totalmente a la voluntad amorosa de Dios, representada hoy en la imagen de la Virgen de Luján, símbolo, como decíamos, del encuentro, de la fraternidad y de la paz, que los seres humanos perdemos fácilmente cuando nos dejamos seducir por la guerra. Así sucedió en la “guerra fratricida” que inició Caín contra su hermano Abel (cf. Gen 4). A Caín lo engañó el deseo de poseerlo todo y, confundido por lo celos y la ambición, no toleró que a su hermano le fuera bien. Dios reaccionó con Caín haciéndole una pregunta profundamente paternal: ¿Dónde está tu hermano? Y luego le aseguró que, a pesar de la maldición que recayó sobre él por haber atentado contra la vida de su hermano, puso sobre él una marca como señal para que nadie osara vengarse de él cometiendo el mismo delito. Como podemos observar, ya en el Antiguo Testamento Dios se revela cercano, paternal y asumiendo aun las consecuencias de la maldad en la que sucumbe la debilidad humana.

“La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad”, dijo el papa Francisco a los pocos meses de asumir el papado. Y luego añadió el clamor de San Pablo VI en su famoso discurso en la ONU: “Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más ¡Nunca más la guerra!”. Las palabras de la paz son justicia, motivada por el deseo de perdón y reconciliación, diálogo perseverante y profundo respeto por el otro, fuera quien fuese. A eso nos lleva nuestra fe cristiana que se alimenta de la esperanza en Jesucristo, muerto y resucitado. La contemplación de la cruz de Jesús nos abre la mente y el corazón al maravilloso mundo del encuentro y de la paz.

En el Evangelio que hoy hemos proclamado (cf. Le 6,43-49), Jesús se vale de una imagen muy simple y muy clara: el árbol si es bueno solo puede dar frutos buenos y, si es malo, dará frutos malos. Así sucede con cada persona y cada comunidad en cualquier lugar, cultura o religión. Es indispensable la conversión de la mente y el corazón, porque nuestro comportamiento depende de cómo pensamos, qué deseamos realmente, y sobre qué bases construimos nuestra vida. Por eso, Jesús finaliza su discurso con el ejemplo del sabio que construye sobre roca y el necio que construye sobre tierra. El apoyo firme e indestructible para el cristiano es Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

Que la presencia de esta venerada imagen de la Virgen de Luján nos acerque más a Dios, nos libre de los engaños del mal y nos dé fuerzas para optar siempre por la paz y la fraternidad entre todos los argentinos y argentinas. Esta es la intención que propuso el Episcopado argentino para este fin de semana, a la que invitó también “a nuestros hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas y religiones”, porque estamos convencidos de que “la oración cura las heridas, levanta la mirada y nos hace testigos de fraternidad y diálogo sincero”.

Entonces, durante este fin de semana, en el lugar donde nos encontremos, invitemos a nuestros familiares y amigos a elevar una plegaria a la Virgen de Luján, protectora de todos los argentinos, por la ansiada paz social, el diálogo entre los líderes y los responsables de las distintas dirigencias. A Ella nos encomendamos y le decimos: Virgen de Luján, ruega por nosotros. Amén.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes


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