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HOMILIA EN ITATI

Monseñor Stanovnik: Dejemos que sea Ella, con su ternura y fortaleza, quien nos enseñe a querernos más entre nosotros y a comprometernos con más fuerza a vivir como verdaderos hijos suyos

1. Hoy, hace exactamente 109 años, la bellísima imagen de la Limpia y Pura Concepción de Itatí recibió la coronación pontificia, ante una multitud de fieles reunidos en el atrio del templo de la Santísima Cruz de los Milagros, en la ciudad de Corrientes. En ese momento solemne, la Providencia de Dios quiso que la imagen coronada de María de Itatí estuviera junto a la Cruz de los Milagros: principales signos de nuestra primera evangelización. Hoy nosotros, mientras transitamos los últimos meses de preparación del Centenario de nuestra diócesis, vamos descubriendo la enorme riqueza espiritual que encierran esos signos, presentes en el lema del jubileo: “Discípulos y misioneros de Jesús, con María de Itatí, junto a la Cruz”; signos que van iluminando nuestra reflexión, oración y compromisos apostólicos.

2. Contemplemos a María junto a la Cruz de su Hijo. Para ella todo comenzó en la Anunciación. María se confió totalmente en las manos de Dios y aún sin comprender cómo serían las cosas después, dijo: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,28). La confianza en Dios la mantuvo de pie hasta el final. También José, sin entender mucho, tomó por esposa a María. Ambos confiaron en Dios, tanto en los momentos de alegría y de luz, como también durante las noches de oscuridad y de dolor. Al revés de lo que hizo el rey Ajaz, como nos narra el profeta Isaías en la primera lectura. Este rey prefirió negociar con un rey vecino más poderoso. Se sentía más seguro así, porque le parecía poco la señal que Dios le ofrecía: la ternura de un niño recién nacido. Ajaz prefirió el poder que se acumula, se suma y se mide. Un poder así es pura apariencia y no conduce a ninguna parte. En cambio, el poder de Dios, en el que confiaron María y José, es totalmente distinto: es un poder que se reconoce en la ternura del niño, se ejerce a favor de la vida, se manifiesta en la misericordia y se practica en el servicio. La gran señal del poder de Dios, es el Crucificado: reflejo fiel del amor que confía y se entrega hasta el extremo. María aprendió ese poder permaneciendo de pié junto a la Cruz de su Hijo. Nosotros queremos aprender de ella y con ella a ser discípulos y misioneros de ese amor.

3. La obediencia de María a la voluntad de Dios la hizo mujer fuerte y tierna al mismo tiempo. La cruz y el sufrimiento no le endurecieron el corazón y tampoco la deshicieron en lamentos; no la amargaron ni la llenaron de rencores. Al contrario, permanecer de pie junto a la Cruz, la fortaleció como discípula en la fe y la hizo misionera de la misericordia y de la ternura de Dios. Por eso la invocamos con el hermoso título de “Tiernísima Madre de Dios y de los hombres”, en la oración más bella que conocemos hasta ahora dirigida a la Virgen de Itatí. Ella es tiernísima en la Anunciación, pero al mismo tiempo es mujer fuerte. Se confía con sereno asombro a la propuesta de Dios, como servidora obediente y, al mismo tiempo, libre. Su obediencia, llevada hasta las últimas consecuencias, revela el más alto grado de libertad que logra una criatura humana. La ternura de María no tiene nada que ver con debilidad y sumisión. Sólo el amor de Dios puede juntar fortaleza y ternura y transformarlas en poder que salva y que da vida, en hacer de María “Tiernísima Madre de Dios y de los hombres”.

4. A lo largo de más de cuatro siglos, la Limpia y Pura Concepción de Nuestra Señora de Itatí, nos atrae para hacernos sentir su ternura de Madre, acercarnos más a su Hijo Jesús y reconciliarnos entre nosotros. Dejemos que ella nos contagie su fortaleza y ternura; nos enseñe a caminar obedientes hacia el encuentro de su Divino Hijo Jesús; nos haga gustar su Palabra suave, dulce, pero firme al mismo tiempo; palabra que hiere para purificar, pero enseguida venda, consuela y abraza al pecador que se convierte a ella (cf. Job 5,18; cf. Heb 12,5-7). Esa Palabra tierna y fuerte, que impulsó a María de Nazaret a partir sin demora para visitar y ponerse al servicio de su prima Isabel, nos impulse también a nosotros a la misión.

5. En vísperas del Centenario y con María de Itatí, nos preparamos para entrar en el Año Jubilar Arquidiocesano. Por eso, hoy 16 de julio y hasta el 16 de julio del año entrante, anunciamos la visita de la Cruz de los Milagros y de Nuestra Señora de Itatí a toda nuestra Arquidiócesis. El tiempo de esta visita coincide con la apertura del bicentenario de la fundación de nuestra Patria, razón por la cual quisiéramos que estos signos fundacionales visitaran, ante todo, nuestras instituciones: organismos de gobierno, legislativos y judiciales; militares y fuerzas de seguridad; visiten nuestras escuelas y nuestros hospitales; y tantas otras instituciones que sirven al bien común de toda la sociedad. Quisiéramos que esta visita fuera una gran súplica a la Madre de Dios y Madre nuestra, para que ella interceda ante su Divino Hijo Jesús por los hombres y mujeres que trabajan en nuestras instituciones, los haga fuertes en humanidad y servidores de todos. Esperamos con ansias que la bendición de esta visita llegue también a todos los hogares y hasta los últimos rincones de nuestra diócesis.

6. Con la ayuda de Dios, esta visita será como un solemne “paseo” de nuestra Señora a lo largo y ancho de nuestra geografía diocesana. Ella sale para encontrarse con los discípulos y misioneros de su Hijo. Será una procesión que encabeza el Crucificado, pero la conduce ella, como dice la canción: “Mi Pueblo la va llevando, sobre sus hombros la lleva… Decimos que la llevamos y nos va llevando Ella.” Dejemos que sea Ella, con su ternura y fortaleza, quien nos lleve al encuentro con Jesús, nos enseñe a querernos más entre nosotros y a comprometernos con más fuerza a vivir como verdaderos hijos suyos. Así sea.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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