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Corrientes, 25 de mayo de 2024
Hemos venido de la plaza al templo para dar gracias a Dios porque de Él recibimos el don de la Patria. Y del templo volvemos a la plaza, es decir, a la convivencia cotidiana para convertir nuestro agradecimiento en compromiso y tarea. La plaza y el templo son pues dos caras de la misma moneda. El espacio material que representa la plaza y la dimensión espiritual que simboliza el templo, nos ayudan a comprender la unidad indisoluble que distingue a la persona humana. Cuando una de ellas pretende tener el dominio sobre la otra, se produce un profundo desorden en la persona y, consecuentemente, en la comunidad. En ellas se resienten, sobre todo la verdad y la libertad, sin las cuales tanto la persona como la comunidad pierden el sentido de su ser y de su quehacer. En cambio, el acto que hoy realizamos, uniendo la plaza con el templo, la vida cotidiana y el profundo sentido de la misma, nos lleva a agradecer a Dios el don de la Patria.
Hoy, de la plaza al templo, cargamos una pesada mochila porque, entre muchas preocupaciones y angustias que llevamos dentro, no acertamos en modos más sabios y oportunos para afrontar nuestros conflictos, como son la búsqueda infatigable de consensos a través del diálogo, el respeto recíproco y la confianza. Sí, carecemos de esa sabiduría indispensable para generar una cultura del encuentro que hace posible la esperanza para todos. A la ausencia de sabiduría la llena la necedad. Somos tan necios de no darnos cuenta “que estamos todos en la misma barca”, como lo recordó el papa Francisco y que “el aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza” (Fratelli tutti 30).
De la plaza al templo es un camino para hombres libres no para esclavos de sí mismos. A los que querían convertir el templo para unos pocos excluyendo a los demás, Jesús les dijo: “El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres”. El templo es la memoria de Dios que nos creó libres, libres para abrirle la puerta ante todo a él, y con él a todos sin cerrarla jamás a nadie aun cuando cueste mucho tenerla abierta. Es aquí donde los creyentes aprendemos a escuchar a todos y crear “plazas” en las que nadie quede afuera. Dios quiera que hoy el templo sea el lugar para dar gracias a Dios, porque dimos un paso más para ser una verdadera patria de hermanos y hermanas.
Hermanados en ese hondo sentido de gratitud a Dios, nos unimos a los mismos sentimientos de los hombres y mujeres de aquel Mayo de 1810, quienes también, como lo hacemos nosotros hoy, agradecieron el don de la Patria. Ellos lograron unir la plaza con el templo. En la plaza gritaron libertad y en el templo agradecieron la verdad que los hizo libres. Así, el grito de libertad no fue solo la conquista libertaria de algunos, sino una respuesta a la verdad que Dios quería para todo su pueblo. Para los cristianos la verdad con mayúscula es Jesucristo y su Evangelio, que desafía constantemente nuestra libertad para que la ejerzamos en la dirección correcta, vale decir, en una constante salida de nosotros mismos, evitando la sutil y engañosa dicotomía entre la plaza y el templo.
La dimensión trascendente que nos proporciona el templo ilumina y da sentido a la plaza, en la que debemos potenciar mucho más nuestra educación para la ciudadanía, el bien común, el interés de la comunidad por sobre los intereses particulares, la atención a las minorías, el respeto y valoración de una opinión diferente, un sano y honesto ejercicio de oposición política, que colabore con los proyectos en favor de la comunidad y los enriquezca con sus aportes y sus observaciones críticas; el diálogo franco y respetuoso y la tolerancia hacia una saludable diversidad. Es así como nos ejercitamos en la verdad que nos hace libres.
Pidamos a Dios, en esta compleja situación que nos toca atravesar en nuestra Patria, la gracia de ser razonables y no arrebatados; tener el temple de escuchar con paciencia hasta ver que el otro siempre tiene algo bueno que aportar. Unamos nuestra oración a la de tantos creyentes de los diversos credos; y compartamos nuestros buenos deseos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y juntos, todos, supliquemos a nuestra Tierna Madre de Itatí por nuestro pueblo y por sus gobernantes, para que nos conceda un gran amor a tu Divino Hijo Jesús, la verdad que nos hace libres y nos enseña a unir la plaza con el templo, la fe y la vida; y un corazón humilde y prudente, para caminar juntos como un pueblo de hermanos con dignidad, tolerancia, respeto, fraternidad y paz.
†Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes
NOTA: A la derecha de la página en Archivos, el texto como 24-05-25 Homilía Tedeum, en formato de WORD