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Lecturas:
Oseas (11,1-11)
Salmo 16 (17)
San Mateo (6,25-34)
Nuestros corazones contienen sentimientos y emociones encontradas. Algunos de ellos son impotencia, incertidumbres, indignación, perplejidad… los hechos de público conocimiento ponen en crisis el sistema de valores y creencias sociales e institucionales, coyuntura dolorosa que mostrando cosas feas, tristes, malas al mismo tiempo alimentan el deseo sincero de cambios profundos; por otra parte, suplicamos esperanzados y confiados en la providencia de Dios, congregados por el misterio de la unidad de Cristo fuente del amor, la justicia y la paz. Ilumine Dios nuestro Señor, las mentes de quienes han sido elegidos para conducir, gobernar, encaminar las investigaciones que hay que hacer en situaciones graves como la desaparición de niños, trata, narcotráfico, inseguridad, etc. Que quieran, sepan y puedan con rectitud de corazón, sin cálculos mezquinos enderezar y esclarecer delitos tan nocivos para la población y la dignidad de las personas.
La primera lectura del profeta Oseas presenta imágenes interpelantes de Dios que se estremece ante un niño. Cuando todo parece perdido el amor invencible de Dios salva. El primer verbo que aparece es amar, es el motor de todo, en virtud del cual Dios prolonga su lealtad. En virtud de esa fidelidad de Dios, se puede alcanzar el favor en momentos angustiantes, infortunados, nefastos, funestos, fatídicos. Desde aquí brota la esperanza –que nunca se pierde- de la conversión y el cambio aún ante corazones rebeldes y obstinados: “cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí”. Antes las preguntas que se hace el autor sagrado sucede algo inesperado: un arrebato de amor en Dios mismo, expresado en una especie de pensamiento-monólogo en voz alta. Sucede una subversión, se da vuelta, acontece al revés, no como en Sodoma y Gomorra, Admá y Seboyim –que es Dios quien destruye esta federación de ciudades. Es en el corazón de Dios donde sucede algo inexplicable: “sus entrañas que se estremecen”, se conmueven. El Señor lanza un profundo rugido que atraviesa las distancias. Es un llamado terrible y magnifico: aunque hace vibrar, no ahuyenta, sino todo lo contrario, atrae por su justicia y misericordia. Se sentirá el atractivo irresistible del Señor y el temblor por la propia conducta de los hombres llamados a la conversión.
Algunas expresiones transmiten inmensa ternura expuestas en la fragilidad de un pequeño. Nos dice: “cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llame a mi hijo… enseñé a caminar, tomándolo de los brazos, era para ellos como los que alzan a un niño contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer”. Al mirar su historia, “Israel” descubre un Dios poderoso que hace maravillas, que se inclina, mira con bondad y compasión las situaciones concretas de la vida. Dios “se inclina” y escucha el grito de injusticia, el reclamo por el alimento, por lo necesario para la vida: las situaciones sociales complejas como la desintegración familiar y social, el hambre, tener frío, vulnerabilidades, desprotección. Dios se inclina con “reverencia” ante el pobre, indigente, indefenso, desprotegido; se inclina como actitud de “cuidado y protección”, como se hace ante un herido, sufriente, al que se le lava los pies, se alivia y sanan las heridas, se socorre; se inclina “tomando postura”, no siendo indiferente, escuchando, comprometiéndose y asumiendo opciones.
La primera expresión que aparece en el Evangelio que proclamamos nos recuerda “no estén preocupados”. Ella resume la actitud concreta ante situaciones que hay que enfrentar y resolver. No es cuestión de preocupación, es asunto de ocupación. Lamentablemente algunas veces la imagen, intereses, mezquindades, hacen que se pierda de vista y no se asuman compromisos con lo que implica ocuparse.
Servir a Dios y a su causa es dirigir el pensamiento “en primer lugar” a la venida del Reino de Dios en la vivencia de sus valores, de “de hacer lo que Él nos diga”, todo lo demás pasa a ocupar un segundo lugar. La ocupación en lo de cada día, en lo que sucede, en lo que hay que resolver, en el trabajo diario, lleva a confiar en la providencia del Padre. Esa fe –que Dios ve más allá de nosotros, que ve lo que nosotros no vemos, que ve antes- lleva al compromiso, a vivir coherentemente y actuar de acuerdo a los valores del reino de Dios, a vivir conforme a su voluntad. Confiamos que Él añadirá todo lo demás a partir de la opción de lo primero. Hagamos nuestra la súplica confiada del salmo: “en mis labios no hay engaño…miren tus ojos la rectitud…me he mantenido en la senda establecida”.
Tierna Madre de Itati, ruega por nosotros.