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MONSEÑOR STANOVNIK

Apunte para la homilía en la fiesta de San Ignacio de Loyola

Corrientes, 31 de julio de 2024

Estamos celebrando esta Eucaristía en la fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, en este templo que está providencialmente bajo la advocación de Jesús Nazareno, y a cargo de los padres jesuitas, que en su etimología hace referencia a los compañeros de Jesús, es decir, los que andan con Él. Nuestro Santo Patrono, la advocación de este templo y los padres jesuitas, todo esto nos habla de Jesús y nos invita a orientar nuestra mirada y nuestro corazón hacia Él. La mejor respuesta que le podemos dar es, entonces, escucharlo, tratar de comprender su palabra, y luego recibirlo a Él en nuestra compañía.

La primera lectura (Jer 15,10.16-21) describe la radicalidad a la que Dios llama a Jeremías. A pesar de los innumerables sufrimientos, incomprensiones y burlas que tiene que soportar, siente que la Palabra de Dios lo calma, lo fortalece y es todo para él: “Tus palabras eran gozo y alegría de mi corazón; porque tu nombre había sido invocado sobre mí, Señor, Dios todopoderoso”. No había nada que llenara tanto el corazón de este profeta como la Palabra de Dios. Podemos decir que en este hombre aun la adversidad y tal vez precisamente a causa de ella, fue la gran ocasión para centrar toda su vida en la misión a la que Dios lo había llamado.

El Evangelio (Mt 13,44-46) nos presenta dos parábolas muy breves que transmiten el mismo mensaje: el asombro ante la grandeza del Reino y la radicalidad que exige su aceptación. En ambos casos, los protagonistas arriesgan todo, un negocio a todo o nada cuando se trata del tesoro escondido o de la perla preciosa, que no son otra cosa que aquello mismo por lo que Jeremías comprometió toda su vida. Nosotros estamos llamados a la misma radicalidad frente a la Palabra de Dios que Jeremías o que los personajes de las parábolas, en las circunstancias particulares y propias en las que cada uno se encuentre. No hay reducción a esa totalidad a la que Dios nos interpela.

Recordemos, aunque sea brevemente, los momentos cruciales de la vida de San Ignacio y cómo reaccionó ante la llamada de Dios. Para ello, tengamos presente el lema que acompaña nuestra familia arquidiocesana: “Iglesia sinodal: escucha, discierne y misiona”. Ignacio hizo el proceso de escuchar, discernir y comprometerse en la misión. Prestemos atención a algunas de sus expresiones que revelan la profunda intimidad que llegó a vivir con Jesús. Con frecuencia le preguntaba: Señor, ¿qué querés de mí? Jesús, sé mi guía, condúceme. ¡Jesús, por nada del mundo te dejaría! Dios me ama más que yo a mí mismo. ¡Siguiéndote, Jesús, no me puedo perder! O aquella otra expresión que se convirtió en lema de su institución: "A la mayor gloria de Dios". A ese fin, a la mayor gloria de Dios, refería el santo todas sus acciones y toda la actividad de la Compañía de Jesús. También decía frecuentemente: "Señor, ¿qué puedo desear fuera de Ti?".

También nosotros, que deseamos aprender a escuchar, a discernir y a disponernos para la misión, necesitamos reencontrarnos con Jesús y como discípulos suyos descubrir ese Reino de Dios o Reino de los Cielos, que ya está en camino y que llegará a su plenitud al final de los tiempos, pero que no tiene otro lugar para su desarrollo si no es en la vida concreta de todos los días. El que lo descubre, compra ese tesoro, o esa perla y deja todo lo demás. Hoy, el Reino de los Cielos pasa por la pregunta hasta dónde estoy dispuesto a caminar junto con otros, con todos, sin excepción, y trabajar para ser más fraternos, tolerantes, abiertos y generosos, con un acento propio que distingue al cristiano: estar siempre atentos, cercanos y serviciales hacia aquellos a quienes los demás desprecian y rechazan.

Dejémonos conducir por el Espíritu Santo que nos habla al corazón y en la comunidad cristiana, hoy mediante la celebración de nuestro Santo Patrono. Supliquemos con San Ignacio y digamos confiados: Dame, Señor, tu amor y tu gracia; porque con esto tengo todo lo que necesito. Así sea.

 


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