PRENSA > HOMILÍAS

Homilía en la Misa del XX CEN 2004

Corrientes, Ssma. Cruz de los Milagros, 14 de septiembre de 2024

Hoy nos hemos reunido alrededor de la Mesa del Altar para celebrar la Eucaristía y en ella conmemorar tres acontecimientos. El primero, este año se cumplen veinte años del Congreso Eucarístico Nacional, que tuvo lugar en nuestra ciudad; el segundo, también este año celebra sus bodas de plata nuestro Coro Arquidiocesano; y el tercero, hoy haremos el envío a los jóvenes que van a peregrinar a Itatí el próximo fin de semana, inspirados en el hermoso y sugerente lema: “Aferrados al amor de María, construyamos la fraternidad”. Y, por último, nos unimos a la Jornada Nacional de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, porque es una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, nos advierte el papa Francisco.  Por todo esto, y sobre todo por el Congreso Eucarístico Nacional, nos sentimos profundamente agradecidos a Dios por el enorme caudal de gracia que fue y sigue siendo ese acontecimiento para nuestra familia arquidiocesana.

Recordemos el lema del Congreso Eucarístico: “Denle ustedes de comer”. Ese mandato lo dirigió Jesús a sus discípulos, ante una multitud que se congregó para escuchar las enseñanzas del Maestro. Luego, de la oferta insignificante de los cinco panes y dos peces que le ofrecieron los discípulos, porque más de eso no tenían para compartir, Jesús realiza el milagro de la multiplicación de los panes. La condición para el milagro es compartir, por eso hoy nos sigue interpelando la invitación de Jesús: denle ustedes de comer.

El apóstol Santiago (cf. 2,14-18), en la segunda lectura que acabamos de escuchar, nos advierte que la fe, si no va acompañada de obras está del todo muerta. Otra vez, la fe y el compartir van juntos. Por eso Jesús manda a que sus discípulos actúen con todo lo que tienen, a pesar de que a los ojos humanos parezca totalmente insuficiente, porque solo dándose totalmente, es cuando él luego aumenta esa generosidad al punto de que alcance para todos y aun sobre.

El Evangelio (Mc 8,27-35) que proclamamos nos coloca inmediatamente delante de Jesús con una pregunta desafiante: “Ustedes, quién dicen que soy yo”. Jesús se dirige a sus discípulos, pero hoy a cada uno de nosotros: “Vos, quién decís que soy yo”; qué soy para vos. El apóstol Pedro se mostró valiente y lúcido con su respuesta: “Tu eres el Mesías”, es decir el Salvador. Pero cuando Jesús les empezó a explicar cuál era su destino, Pedro lo llevó aparte y trató de convencerlo que ése no debía ser el camino, que morir de una muerte vergonzosa no serviría para nada. Podemos suponer que Pedro aún no había entendido nada de la resurrección, nada del amor de Dios, que es más fuerte que la muerte, y que él vino a servir y no ser servido, y que solo de esa manera era el Salvador, el Mesías. Afortunadamente, Pedro se daría cuenta más tarde de esa fuerza del amor y también él fue martirizado por ser fiel a Jesús y al Amor del Padre que se manifestó en él. Ahí está el misterio de la potencia multiplicadora del pan, que nosotros adoramos en la presencia eucarística de Jesús muerto y resucitado.

“Denle ustedes de comer”, contemplado en la adoración eucarística, nos interpela a darnos totalmente, sabiendo que es muy poco lo que podemos hacer para lo mucho que es necesario cambiar y mejorar, pero unidos sin reservas a Jesús, él lo multiplica milagrosamente, aun cuando nosotros no podamos medir los resultados. La tentación es medir los tiempos de adoración que dedicamos a Jesús eucarístico para atribuirnos los méritos a nosotros mismos. Se trata de una sutil adicción espiritual, fijación egocéntrica de adorarnos a nosotros mismos y no a Dios presente en el misterio eucarístico. La adoración auténtica reclama inmediatamente compartir el misterio que hemos adorado en gestos de amor hacia aquellos que él pone en nuestro camino diariamente: familiares, vecinos, compañeros de trabajo, hermanos de la comunidad que frecuento, correligionarios y adversarios de militancia política, a todos ellos estamos llamados a amarlos hasta el final, tal como lo contemplamos en el misterio de amor que adoramos.

Los 25 años del “Coro Arquidiocesano Nuestra Señora de Itatí” es también un acontecimiento que nos deja un profundo mensaje. La armonía de voces, la riqueza de la diferencia, se logra en la medida que cada uno pone sus talentos al servicio de los demás. Entonces, al contemplarlo, sentimos que allí se revela un insondable misterio del amor, que allí hay bondad, hay belleza y hay verdad; quisiéramos que eso que produce el coro de voces, se extendiera a nuestra vida diaria, sobre todo en el trato que le damos a los demás.

Para concluir, la Providencia dispuso que celebráramos estos acontecimientos en el Santuario de la Santísima Cruz de los Milagros, origen de nuestro pueblo correntino, y signo del inmenso amor que Dios nos tiene, como rezamos en esa bella oración. Nuestra Tierna Madre de Itatí nos ensancha el corazón para abrazar sin miedo la Cruz de su Divino Hijo Jesús. Nos encomendamos confiadamente a Ella, para que nos animemos a cargar las cruces que se nos presentan a diario con alegría y esperanza sabiendo que el Amor de Dios las hace fecundas y las multiplica milagrosamente. Que así sea.

 

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 24-09-14 Homilía XXCEN, en formato de Word.


ARCHIVOS - Archivo 1