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MONSEÑOR EN EL CONVENTO DE LAS HERMANAS CLARISAS

"Recomencemos desde Cristo, pobre y crucificado como lo hicieron Clara y Francisco"

Homilía en la Solemnidad de Santa Clara
Corrientes, Monasterio Santa Clara, 11 de agosto de 2009
1. Esta celebración nos encuentra en varios contextos providenciales y convergentes, que nos llaman a renovar la “gracia de los orígenes”: 1. La fiesta de nuestra Madre Santa Clara; 2. el Cincuentenario de la llegada de las Hermanas Clarisas a Corrientes; 3. el 8º Centenario de la aprobación de la primitiva Regla Franciscana; 4. el Centenario de la Diócesis con los signos de la primera evangelización: Cruz de los Milagros y la Virgen de Itatí; y, finalmente, el Año Sacerdotal. Todos estos contextos nos conducen a celebrar y a renovarnos interiormente. Para sumergirnos en el sentido más íntimo de esta renovación, ayudémonos con esa feliz expresión que une esos diversos contextos celebrativos: “gracia de los orígenes”. ¿Qué quiere decir gracia de los orígenes?
2. En uno de los últimos números del documento de Aparecida encontramos una buena pista para comprender en qué consiste la gracia de los orígenes, cuando leemos: “Todos los bautizados estamos llamados a «recomenzar desde Cristo». (…) Sólo gracias a ese encuentro y seguimiento, que se convierte en familiaridad y comunión, por desborde de gratitud y alegría, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y salimos a comunicar a todos la vida verdadera, la felicidad y esperanza que nos ha sido dado experimentar y gozar” (550).
3. La gracia de los orígenes es, pues, recomenzar desde Cristo, para comunicar a todos la vida, la felicidad y la esperanza, que experimentamos y gozamos en ese encuentro. El discípulo, transformado por ese encuentro con Jesús, aprende a ser misionero, predicándolo a él y construyendo comunidades de discípulos.
4. Celebrar el Cincuentenario es una particular invitación a recomenzar desde Cristo, en primer lugar, para cada una de las hermanas de este monasterio; y luego para todos los amigos y amigas que las acompañamos en este jubileo.
5. También el hecho de estar en el año de las celebraciones del 8º Centenario de la aprobación de la primitiva Regla Franciscana, significa recomenzar desde Cristo. Es un llamado, ante todo, para cada uno de los hermanos y hermanas franciscanos para recrear en sus vidas la gracia de los orígenes; y luego, para todos los que tenemos la gracia de celebrar con ellos este magno jubileo.
6. Lo mismo decimos de la celebración Centenario de nuestra Diócesis: Cristo invita a su Iglesia a recomenzar desde Él, para que sea más discípula suya y se convierta en una ardiente y testimonial misionera de ese reencuentro.
7. Pero de un modo muy particular, la Fiesta de nuestra Madre Santa Clara, es una fuerte interpelación a todos los que estamos aquí a recomenzar desde Cristo, para renovar en nosotros la gracia de los orígenes. Ella fue una excelente madre y maestra en acompañar y guiar a sus hermanas en el seguimiento de Jesús. Eso lo aprendió con su amigo y confidente Francisco de Asís, a quien se le había grabado muy hondo en su carne eso de recomenzar siempre de Cristo, tanto que al final de su vida exhortó así a sus hermanos: empecemos que hasta hoy poco y nada hemos hecho. En otra ocasión, también muy próximo a su muerte, dijo a sus hermanos: Yo hice mi parte, que Cristo les enseñe la que tienen que hacer ustedes. Es decir, Él es el punto de partida y el Camino. En Francisco y en Clara, ese continuo empezar desde Cristo, se expresaba en el abrazo al Crucificado; abrazo que se extendía inmediatamente hacia los hermanos y hermanas, a los pobrecillos sacerdotes, como los llamaba Francisco, y a los leprosos.
8. Todo el secreto de Clara, como el de Francisco, fue vivir en toda su intensidad el misterio de la Encarnación. El Crucificado pobre es el que domina por entero la oración de Clara y motiva su seguimiento en pobreza y humildad. Enamorada del Crucificado, le escribe a Inés de Praga, su amiga del alma, y le dice que pudiendo con maravillosa gloria haberse desposado con el ilustre emperador, había elegido un esposo de estirpe mucho más noble, convirtiéndose así en esposa, madre y hermana del Señor Jesucristo. En otra carta, para animarla en la perseverancia del seguimiento de Cristo pobre y crucificado, le escribe así: “Mira, o reina nobilísima, tu esposo, el más bello entre los hijos de los hombres, se convirtió en el más vil de los hombres, despreciado, golpeado y muchas veces flagelado, moribundo en medio de las angustias de la cruz”. Y en otra ocasión, con una actitud maternal y pedagógica, instruye a esta amiga suya, en esa necesidad de abrirse permanentemente a la gracia de los orígenes, con una invitación a contemplar en el espejo al Señor Jesús y conformarse con él, con estas palabras: “Mira atentamente a diario este espejo, oh reina, esposa de Jesucristo, y observa sin cesar en él tu rostro, para que así te adornes toda entera, interior y exteriormente (…). Ahora bien, en este espejo resplandece la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como, con la gracia de Dios, podrás contemplar en todo el espejo.”
9. La gracia de los orígenes nos trae a la memoria el seguimiento de Francisco y Clara como una opción por la pobreza, que no se redujo a una malentendida “pobreza en el espíritu”, sino una pobreza que se inspira en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, que mientras permaneció entre los hombres, quiso nacer pobre, vivió pobremente y murió pobre entre los malhechores. La gracia de los orígenes es recomenzar siempre de nuevo el camino de Jesús, evitando dos tentaciones: una espiritualizar tanto el seguimiento de Cristo pobre y crucificado que ya no se note en ningún signo concreto; la otra, es reducir ese seguimiento al campo meramente de lo social. La gracia de los orígenes, como un nuevo recomenzar desde Cristo es siempre exigente: el que quiera seguirme, que tome su cruz cada día…, (cf. Lc 9,23); pero felices los que siguen el camino del Señor (Sal 128,1).
10. La misión nos pide hoy un testimonio de radicalidad del amor cristiano, que se concreta en el seguimiento de Cristo en la Cruz; en el padecer por Cristo a causa de la justicia; en el perdón y amor a los enemigos. Este amor supera al amor humano y participa en el amor divino, único capaz de construir una cultura de la vida (DA 543).
11. Que la Fiesta de Santa Clara nos abra a la gracia de los orígenes, encendiendo un profundo anhelo de recomenzar desde Cristo, pobre y crucificado; y abrazándolo, como lo hizo ella y Francisco, esa gracia renueve en nosotros un ardiente deseo de predicarlo con la palabra y el ejemplo.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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