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JORNADA VIDA CONSAGRADA

Monseñor Stanovnik: Las actitudes de atención, servicio, entrega y gratuidad deben distinguir a los discípulos de Cristo

El Arzobispo de Corrientes, monseñor Andrés Stanovnik, presidió la santa Misa de Acción de Gracias que se realizó en la Iglesia Catedral "Nuestra Señora del Rosario" con motivo de la celebración de la Jornada de la Vida Consagrada.
"Los consagrados y consagradas están llamados a transparentar en su vida y en su actividad el modo de pensar, de sentir y de actuar de Jesús y de María, a tal punto que podamos ver en ellos esa marca inconfundible del actuar de Dios: renuncia a todo poder y dominación, incluso al poder humano de engendrar vida, o la legítima posesión de las cosas, o la libertad de decidir por cuenta propia. La más bella y condensada expresión de pequeñez y de no apropiación son los votos de obediencia, de castidad y de pobreza, signos de entrega tota", expresó en su Homilía.

Texto completo de la Homilía
para la Jornada de la Vida Consagrada
Corrientes, 8 de septiembre de 2009
Dios tiene un estilo propio e inconfundible para hacer las cosas. Todo lo que él hace lleva su marca, como un sello de fábrica, que permite identificar su acción a lo largo de la historia. Así lo vemos hoy en la primera lectura del profeta Miqueas: “Y tú, Belén de Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel”. Dios se fija en la más pequeña de las tribus de Judá y lo hace con una mirada llena de ternura: “Tú, ¡tan pequeña!”. Ése es el estilo de Dios. Un estilo que delata su modo de actuar, dando preferencia a lo pequeño, lo débil, lo que no cuenta, para mostrar que Él es el Señor; para invitarnos a descubrir que el verdadero poder está en la humildad, la confianza, la ternura…, como hace el niño que se abandona a los brazos de su Padre.
El nacimiento de Jesús también refleja esa marca. Dios saca vida de la nada, de un seno virgen, donde las condiciones humanas no son suficientes para generarla. Esta imposibilidad humana de darse vida por sí misma, se refleja en la actitud de María: ella se siente la pequeña servidora del Señor, toda humilde y confiada en el poder de Dios. Su disponibilidad y abandono total a la acción de Dios, la convierte en elegida y a ella se le podrían aplicar las palabras del profeta, junto con las del Ángel: “Alégrate, tú, tan pequeña…” En ese sentido, la Iglesia reconoce a María como la discípula más perfecta del Señor (Lumen Gentium, 53). Ella, por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús, se identificó con su estilo, lo reconoció en la intimidad de la Anunciación, en la sencillez de pesebre, en la soledad del destierro…, porque sabía que Dios se fija en el pobre y en el afligido, y no los abandona a su suerte (cf. Eclo 35, 13-14; Sal 69,34). María, mientras guardaba esas cosas y las meditaba en su corazón (cf. Lc 2, 19), iba comprendiendo la misericordia de Dios en el publicano que reconocía su pecado (cf. Lc 18,13), en la pecadora que derramaba perfume sobre sus pies (cf. Lc 7,38), en el ejercicio de la autoridad que se justifica y es fecunda sólo cuando se vive en espíritu de servicio (cf. Jn 13,12-15).
Mientras caminamos hacia el Centenario, nos alegramos de poder pensarnos “discípulos y misioneros de Jesús, con María de Itatí, junto a la Cruz”, como dice el lema que inspira nuestro itinerario. Ella nos ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la comunión” y en espacio espiritual que prepara para la misión (cf. Aparecida, 272).
Hoy, en el contexto litúrgico de la Natividad de Santa María Virgen, celebramos la Jornada de la Vida Consagrada en todas la Iglesias del país. Los consagrados y consagradas están llamados a transparentar en su vida y en su actividad el modo de pensar, de sentir y de actuar de Jesús y de María, a tal punto que podamos ver en ellos esa marca inconfundible del actuar de Dios: renuncia a todo poder y dominación, incluso al poder humano de engendrar vida, o la legítima posesión de las cosas, o la libertad de decidir por cuenta propia. La más bella y condensada expresión de pequeñez y de no apropiación son los votos de obediencia, de castidad y de pobreza, signos de entrega total. En Aparecida se dijo que la vida consagrada está llamada a ser una vida discipular, apasionada por Jesús-camino al Padre misericordioso, por lo mismo, de carácter profundamente místico y comunitario. Está llamada a ser una vida misionera, apasionada por el anuncio de Jesús-verdad del Padre, por lo mismo radicalmente profética. Y al servicio del mundo, apasionada por Jesús-vida del Padre, que se hace presente en los más pequeños y en los últimos a quienes sirve desde el propio carisma y espiritualidad (n. 220).
Gracias queridas hermanas y hermanos consagrados por hacer visible, a través de sus personas, que Dios nos ama. La consagración de ustedes nos habla de que Dios existe y que su existencia sólo se explica por el amor. Por eso, gracias ante todo por lo que son y por lo que significan. La vida de cada uno de ustedes es una poderosa señal en la Iglesia y en el mundo, de que Dios puede ser la pasión central del corazón humano y que esa pasión hace al varón y a la mujer seres realmente plenos y felices. Gracias, además, por estar en nuestros barrios humildes, en los colegios, en los hospitales y en las más variadas tareas pastorales; gracias por el testimonio fiel de la vida consagrada en medio de los compromisos cotidianos de la vida; y, sobre todo, gracias por el regalo de las hermanas clarisas, que mediante su vocación a la vida contemplativa nos están diciendo sólo Dios basta para llenar la vida de sentido y de gozo.
Sigamos caminando con nuestra gente sencilla y compartamos con ellos la sabiduría de la Cruz, donde la vida tiene sentido sólo si se la sacrifica por amor. Aprendamos con ellos a abrazarnos a la Cruz de Jesús, con humildad y confianza, para recibir la fuerza del Crucificado y tener la valentía de no bajar los brazos en la lucha por una vida más digna y plena para todos. Que María junto a la Cruz los haga cada vez más transparentes a Dios, más humildes y más confiados en su poder; que Él los sostenga en medio de las dificultades y les dé esa alegría y esa paz que sienten los que viven para Él y para los demás.
Jesús, entregado por amor hasta el fin, resucitado y ahora vivo en medio de nosotros, nos ha convocado alrededor de la mesa eucarística, para hacernos cada vez suyos, más pan y palabra, más vida y profecía, más comunión y misión. Que así sea.
+Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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