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Homilía para la Misa de Clausura del 8º Centenario de la aprobación oral de la Forma de Vida de San Francisco de Asís por el papa Inocencio III en el año 1209

Corrientes, 28 de noviembre de 2009
En la primavera del año 1209, hace 8 siglos, el papa Inocencio III aprobó la “forma de vida” que Francisco de Asís había hecho escribir unos meses antes. Hace 800 años, Francisco y Clara soñaron que era posible vivir el Evangelio y contagiaron ese sueño a muchos hermanos y hermanas hasta el día de hoy. Por eso, en los cinco continentes, la Familia franciscana celebró con alegría la gracia de los orígenes, renovando los sueños de una muchedumbre de hermanos que los precedieron y contagiando a tantos otros el entusiasmo de vivir el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo en obediencia, sin nada propio y en castidad (Cf. Rb 1), como lo vivió san Francisco y dejó escrito en la Regla.
Ya próximo a su muerte, Francisco de Asís, exhortaba a sus hermanos con estas palabras: Comencemos, hermanos, a servir al Señor nuestro Dios, porque bien poco es lo que hasta ahora hemos progresado (LM, 14,1). Estas palabras pueden ponernos en clima de Adviento, tiempo de espera gozosa del Señor que viene y prepararnos para su encuentro. Nos preparamos para recordar su venida en la humildad de nuestra carne; para celebrarlo resucitado y vivo en la Iglesia; y para esperarlo cuando venga definitivamente en el esplendor de su gloria. Adviento es tiempo de espera alegre, confiada y activa. Por eso, como escuchamos en el Evangelio, es tiempo de “levantar la cabeza” porque el Señor está cerca; y de “estar prevenidos” para que las preocupaciones de la vida, las cosas urgentes, no nos distraigan de las importantes que son: servir al Señor nuestro Dios, reconciliarnos con los hermanos y hacer el bien a todos.
La Familia franciscana quiso celebrar este magno jubileo inspirada en el lema “Como Iglesia, celebramos la gracia de los orígenes”. Esa gracia consiste en celebrar y agradecer el don de la forma de vida de Francisco de Asís, que aprobó la Iglesia. Pero también nosotros, como Iglesia que peregrina desde los comienzos de la evangelización en estas tierras, podríamos hablar de gracia de los orígenes vinculada estrechamente a esta Familia. Esa gracia se manifiesta en la providencial imagen de la Virgen de Itatí que trajo el franciscano fray Luis de Bolaños a fines del 1500, cuando se fundaba la ciudad de Corrientes. La bella imagen, tallada en timbó y el rostro en nogal, dio su hermoso nombre a aquella primera población de nativos: “Pueblo de Indios de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí”, que con el tiempo se abrevió simplemente como Itatí. Por medio de ella y ante la Santísima Cruz de los Milagros, con la enorme tarea evangelizadora que llevaron a cabo franciscanos, jesuitas y tantos otros, fue madurando la fe de este noble pueblo correntino.
Nos hemos reunido en esta Iglesia Catedral, signo de comunión y de encuentro, hacia donde confluyen casi cinco siglos de historia transitados por los franciscanos y franciscanas. Nos sentimos felices y agradecidos por tenerlos entre nosotros y porque nos enriquecen con el carisma y la tarea apostólica que realizan en nuestra comunidad arquidiocesana. Al concluir este gran jubileo, vamos a renovar nuestra consagración al Señor nuestro Dios y prometer servir a la Iglesia en fidelidad creativa a la forma de vida que el Señor inspiró a san Francisco y santa Clara.
En este camino de renovación espiritual, nos hará mucho bien recordar que nuestra vida consagrada mira a Jesús, el Maestro, que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos. Él mismo nos da el método: “Vengan y vean” (Jn 1,39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). Francisco de Asís mostró tener claro ese método, cuando ante la inminencia de su muerte, dijo a sus hermanos: Yo hice mi parte; Cristo les enseñe la que les toca hacer a ustedes (Cf. 2Cel 214). Hermoso testimonio para animarnos a recomenzar desde Cristo. Para comenzar desde Él, necesitamos aceptar siempre de nuevo su invitación: “Vengan y vean” y dejarnos llevar por Él.
Francisco se dejó llevar por Jesús. Esa experiencia de fe la resume en su Testamento así: “El Señor me concedió a mí dar comienzo a mi vida de penitencia…”, todo empieza siempre por Él; y más adelante: “El Señor me condujo…”, todo continúa y es obra de Él. La iniciativa parte del Señor y es Él quien conduce. No es extraño, pues, que Francisco, luego de nombrar al Señor que lo condujo en medio de los leprosos, recuerde enseguida la oración de adoración: “Te adoramos Señor Jesucristo (…) porque por tu santa cruz redimiste al mundo”. Esta referencia a la santa cruz nos remite inmediatamente a Jesucristo pobre y crucificado, con quien Francisco se siente identificado, al punto de decir que nada ve corporalmente en este siglo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre. Francisco ve la realidad desde Dios, como la ve Él con los ojos de Jesucristo pobre y crucificado, que es el mismo altísimo Hijo de Dios, en su santísimo cuerpo y su santísima sangre.
La oración “Te adoramos…” no lo lleva a un intimismo religioso ajeno a la realidad. Al contrario, la adoración lo lleva a obedecer al Señor, que precede su camino y lo conduce. No es Francisco quien descubre al leproso, no fue una conquista social que él logra venciendo una natural repugnancia hacia esa enfermedad. El Señor lo lleva entre leprosos y con ellos practica la misericordia. Francisco escucha y es humilde en dejarse llevar. Dejarse conducir por el Espíritu, a través de las sencillas y concretas mediaciones, abre a la experiencia de que lo amargo se transforme en dulzura del alma y del cuerpo. La experiencia de la cruz es la que precede siempre el camino hacia la resurrección.
Francisco, libre, obediente y enteramente confiado a Quien por entero se entregó a él (Cf. CtaO 29), revela que vivió con mucha intensidad el encuentro con Cristo pobre y crucificado. No se trata de una búsqueda de bienestar egoísta, que curva al ser humano sobre sí mismo, sino la experiencia que impulsa a mostrar el amor con obras (Cf. Adm 9,4). Es un encuentro que responde a esa profunda necesidad de seguridad y gozo que anhela el corazón humano.
Tomás de Celano, el primer biógrafo del Santo de Asís lo describe así: “La suprema aspiración de Francisco, su más vivo deseo y su más elevado propósito, era observar en todo y siempre el santo Evangelio y seguir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo y sus pasos con suma atención, con todo cuidado, con todo el anhelo de su mente, con todo el fervor de su corazón. En asidua meditación recordaba sus palabras y con agudísima consideración repasaba sus obras. Tenía tan presente en su memoria la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión, que difícilmente quería pensar en otra cosa” (1Cel 84). Esa experiencia nos da a entender la enorme libertad de Francisco y la radicalidad de su entrega. Por eso advierte a sus hermanos que nada retengan para sí mismos, a fin de que los reciba todo entero el que todo entero se les ofrece (Cf. CtaO, 29). No retener nada para sí abre el camino a la verdadera obediencia y a la plena libertad de espíritu. Y por el contrario, la retención de sí mismo disminuye la libertad y coloca a la persona por debajo de su vocación.
Sólo Jesucristo, el Señor, puede liberar al hombre de sus adicciones y hacerlo pasar de la adicción a la adhesión. Sólo una adhesión total a Él puede llenar los anhelos más hondos del corazón del hombre. En Él está el fundamento de la fraternidad y del apostolado. Es Él quien da hermanos. La fraternidad es obra de Dios y no obra nuestra; no es el resultado de discusiones, acuerdos y decisiones. La fraternidad es una iniciativa del Señor, es obra suya. En su Testamento, Francisco escribió: Después que el Señor me dio hermanos… el altísimo me reveló que debía vivir según la forma del Santo Evangelio y el señor papa me lo confirmó (Cf. Testamento, 14-15). Las pautas para la obediencia fraterna no surgen del diálogo, sino de la aceptación libre y total; la medida no la establece el juicio razonable sino la locura de la cruz. El diálogo y el juicio razonable no se contradicen con esta obediencia, se le subordinan.
La belleza de la vida cristiana que brilla en san Francisco y santa Clara, nace del amor y conduce al amor. El que se descubre amado, responde amando; contempla el Verbo Encarnado que se hizo nuestro hermano para hacernos hijos del Padre, y sencillamente quiere vivir como vivió Jesús y así quiere que vivan sus hermanos. Que gracia de los orígenes se derrame copiosamente sobre la familia franciscana; que cada franciscano y franciscana arda en el fuego del amor fraterno, en el servicio humilde y alegre a todos, y se llene de fervor para la misión. Y que nuestra tierna Madre de Itatí, cuya imagen trajeron los franciscanos a nuestras tierras, nos ayude a preparar el adviento del Señor Jesús y bendiga a la Familia de los hijos de san Francisco y santa Clara con muchas y santas vocaciones.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

Abreviaturas
Rb: Regla bulada de San Francisco
Testamento de San Francisco
Adm: Admoniciones de San Francisco
CtaO: Carta a toda la Orden de san Francisco
1Cel: Primera biografía de San Francisco escrita por Celano
2Cel: Segunda biografía de San Francisco escrita por Celano
LM: Leyenda Mayor de San Buenaventura

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