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MISA EN LA CATEDRAL, PIDIENDO POR LAS NUEVAS AUTORIDADES

Homilía para el Segundo Domingo de Adviento

Adviento, como sabemos, quiere decir que algo viene y que su presencia reclama estar atentos. Los cristianos esperamos la venida de Jesucristo y para esa visita queremos prepararnos debidamente. La figura de Juan el Bautista aparece en el Evangelio de hoy como la voz que grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor” (Lc 3,4). La venida que anunció el Bautista ya se cumplió. Fue la primera venida del Hijo de Dios en la humildad de nuestra carne. No todos lo reconocieron sino sólo aquellos que lo vieron con los ojos de la fe. El resto no vio nada de particular, salvo un hombre al que llamaban Jesús, sobre el que dan cuenta las crónicas de su tiempo, y a quien algunos consideraban un enviado de Dios. Sin embargo, para los que creyeron, vieron en Él al Hijo de Dios nacido de María, el Mesías que debía venir, la salvación de Dios. Esa fue la primera venida o la primera visita de Dios. Así Dios cumplió su promesa de salvación y, al mismo tiempo, nos prometió que no nos dejará solos y que continuará visitándonos de muchas maneras, hasta su segunda venida, que será la definitiva.
Como en la primera visita, también hoy se lo reconoce por la fe. Perciben su visita aquellos que la ven con los ojos de la fe. Esa presencia no es una ilusión, es la más real de las presencias que puede experimentar el ser humano y la presencia más confiable. Esta realidad hace que el cristiano sea un hombre que espera contra toda esperanza (cf. Rm 4,18), porque su vida se apoya en la presencia viva de Jesucristo. Él nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida, nos infunde la fuerza de su Espíritu y nos da la certeza de que un día llegará a cumplirse el reino de verdad, de justicia y de paz, que él predicó e inauguró definitivamente en la historia con su muerte y resurrección.
El clima espiritual del Adviento nos lleva a profundizar la visita de la Cruz y de la Virgen, que estamos celebrando en todos los hogares e instituciones de nuestro pueblo. Con esa visita, mientras nos preparamos para el gran Jubileo Arquidiocesano, queremos renovar la fe y la esperanza en la presencia de Dios. Él nos trae sus dones de amor y salvación, para fortalecer nuestra convivencia y hacerla más fraterna, respetuosa y justa. Preguntémonos cómo nos estamos preparando y si, tal vez, nos estamos dejando absorber por muchas cosas, que al final resultan insustanciales, como por ejemplo: pasar largas horas ante el televisor; o excesiva preocupación por regalos, fiestas, ropa; o buscando todo tipo de diversión sólo para “matar” el tiempo. Abramos la puerta de nuestro corazón a la visita de Dios y supliquémosle que abaje los montes y las colinas de nuestro orgullo y levante los valles de nuestros desánimos y de nuestras cobardías, para que podamos ver la salvación de Dios (cf. Lc 3,5-6).
Meditar y orar con la Palabra de Dios y ser más caritativos con el prójimo nos prepara para recibir la visita de Dios. A Él nos dirigimos para rezar este fin de semana por todas aquellas personas que tienen alguna responsabilidad pública y en especial, por quienes asumirán en los próximos días como legisladores y otros representantes elegidos por el pueblo, y en particular por el nuevo gobierno provincial. En la carta, que firmamos los tres obispos de Corrientes, en conjunto con todos los Obispos del País según las decisiones de la última Asamblea Plenaria, y siguiendo los consejos de san Pablo, que nos exhorta a ofrecer oraciones por todos los que ejercen autoridad “para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna” (1Tim 2,2), invitábamos a todos a rezar, en cada Parroquia y Capilla en las Misas por esa intención. Y en consonancia con los anhelos que tenemos en vista de un Bicentenario en “justicia y solidaridad, sin pobreza ni exclusión, sin enemistades ni violencias”, le pedíamos al Señor Jesús que los argentinos, todos juntos, podamos hacer de esta bendita tierra una gran Nación justa y solidaria.
Mientras oramos por estas necesidades, reflexionemos sobre el mensaje que hizo público la Asamblea Plenaria del Episcopado, a mediados del mes pasado, con el sugestivo título “Somos hermanos, queremos ser nación”. En la primera parte, los obispos constatamos que en nuestro pueblo existen hondos deseos de vivir en paz y en una convivencia basada en el entendimiento, la justicia y la reconciliación. Sin embargo, en este tiempo, se percibe un clima social alejado de esas sanas aspiraciones de nuestro pueblo y un crecimiento de la conflictividad social; nos preocupa la violencia delictiva y la dramática situación de pobreza. Aunque no es fácil encontrar los medios para resolver los graves problemas que nos afligen, hay que tener en cuenta que la democracia no se fortalece en la conflictividad de las calles y rutas –nosotros podríamos añadir en el puente–; sino en la vigencia de las Instituciones republicanas, a lo que nosotros podemos agregar: en la vigencia de las leyes y normas que rigen la convivencia ciudadana en nuestra ciudad y en toda la provincia.
En la segunda parte del mensaje señalábamos que la raíz del problema es la crisis cultural, moral y religiosa en que estamos inmersos. Los síntomas de la crisis cultural son el relativismo imperante que corroe el sentido de la verdad; el individualismo que lleva al encierro y la indolencia frente al sufrimiento del hermano y al consumismo exacerbado de unos pocos. La crisis moral se nota sobre todo en el debilitamiento de los valores de la convivencia familiar y social. Y la crisis religiosa emerge porque olvidamos a Dios como Creador y Padre, fundamento de verdadera fraternidad y de toda razón y justicia; en consecuencia, ya no sabemos reconocer al otro como hermano a quien respetar y con quien convivir en paz.
Finalmente, en la tercera parte del mensaje nos preguntábamos: ¿Por qué no hemos sabido concretar en la Argentina los sanos deseos de nuestro pueblo? Y a continuación dijimos que la vida en democracia requiere ser animada por valores permanentes y fundamentarse en tres pilares básicos: el respeto a la Constitución nacional y las Leyes; la autonomía del los Poderes del Estado como principio fundamental de la República, y la vigencia de las Instituciones.
En esa línea de pensamiento, comparto con ustedes las palabras que el papa Benedicto XVI dirigió a las primeras mandatarias de Chile y Argentina, en la reciente visita que le hicieron con ocasión del XXV Aniversario del tratado de Paz entre Argentina y Chile. En esa oportunidad, el Santo Padre concluyó su discurso poniendo de relieve que el logro de la paz “requiere la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud, unida al fortalecimiento de la familia como célula básica de la sociedad. Requiere también la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños”. En estas palabras no es difícil ver cuáles son las urgencias que reclaman lo mejor de nuestra inteligencia y el más alto sacrificio en bien de todos.
Los nuevos representantes, que asumirán la función pública en los próximos días, tienen la grave responsabilidad ante Dios y ante el pueblo de armonizar el bien personal y sectorial con la búsqueda del bien común, y siempre teniendo en cuenta a los más necesitados, como decimos en la carta antes mencionada. Responsabilidad que nos toca a todos como ciudadanos, a cada uno en su ámbito propio, pero especialmente a los que nos profesamos cristianos y creemos en los valores de la justicia, la fraternidad y la paz.
Vivamos este hermoso tiempo de Adviento con intensidad, porque hoy nos visita el Señor. Sabemos que su visita nos alienta a caminar en esperanza. Pongamos nuestra confianza en María de Itatí, suplicándole que nos acompañe hacia el encuentro de su Hijo Jesús, nos enseñe a escuchar su Palabra, celebrar su presencia en la Eucaristía y reconocerlo en los hermanos, sobre todo en los pobres y atenderlos como si fuera el mismo Cristo.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes
Corrientes, 6 de diciembre de 2009

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