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Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

Itatí, 8 de diciembre de 2009
Monseñor Andrés Stanovnik

Hoy nos alegramos con toda la Iglesia al celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Esta fiesta muestra su hermoso rostro correntino en la imagen de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí, cuya presencia y devoción se había arraigado en los pueblos nativos de nuestra provincia, antes de que se fundara la ciudad de Corrientes. Durante los días de la novena que hoy culmina, muchos de ustedes rezaron y meditaron a partir de algunas palabras de la más bella de las oraciones dirigidas a María de Itatí: Tiernísima Madre de Dios y de los hombres, que figura en el reverso del Tríptico, junto a la oración Ante la Cruz de los Milagros. Para este día se nos propone que meditemos las últimas palabras de la oración a María de Itatí: “Concédeme paciencia en la vida, fortaleza en las tentaciones y consuelo en la muerte”. Pero para comprender aquello que pedimos cuando decimos paciencia, fortaleza y consuelo, los invito a mirar primero la ternura de María.

Cuando invocamos a María con ese hermoso título, en realidad estamos diciendo que ella es obra de la entrañable misericordia de nuestro Dios (cf. Lc 1,78). Él la pensó, la eligió y la hizo tiernísima Madre suya y de los hombres. El rostro de esa tierna manifestación de Dios es su Hijo Jesús, nacido de María. Desde ese momento, ella es tiernísima madre suya y también nuestra. ¡Qué inmenso consuelo es tener un Dios Padre lleno de ternura y una Madre tan tierna!

La Inmaculada Concepción nos hace pensar en otra señal de la ternura que Dios tuvo con María. Él preservó del pecado a la que iba a ser la madre de su Hijo. María fue concebida sin pecado. Cuando llegó el momento de la decisión, María, dejándose llevar por la ternura de Dios en la que había crecido, le dio su obediencia total al Espíritu Santo: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,27). Así, la manifestación más alta de la misericordiosa ternura de Dios hacia los hombres se cumplió, cuando ella dio a luz a su Hijo Jesús, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre (cf. Lc 2,7).

La Escritura dice que “María conservaba y meditaba estas cosas en su corazón” (Lc 2,19). Para ella, la paciencia y la fortaleza, que nosotros pedimos en la oración, no van separadas de la ternura. Así la vemos tierna, paciente y fuerte junto al pesebre; pero también fuerte y paciente junto a la Cruz de su Hijo, sin endurecerse, a pesar del intensísimo dolor que hacía madurar su amor entrañable por él. Nosotros queremos aprender a ser “discípulos y misioneros de Jesús, con María de Itatí, junto a la Cruz”, como decimos en el lema que nos acompaña camino al Centenario. La ternura de María no se deshizo cuando le tocó acompañar los padecimientos de su Hijo. Al contrario, fue allí precisamente donde maduró y se convirtió en tiernísima Madre de Dios y de los hombres.

El gesto máximo de la ternura de Dios Padre fue darnos a su Hijo Jesús. En el rostro de Jesús brilla la ternura paterna de Dios. En realidad, toda la ternura de Dios se derramó sobre el hombre cuando Jesús abrazó nuestra condición humana, nació de María Virgen, padeció, fue crucificado, murió y al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre…, como rezamos en el Credo. La primera, la privilegiada y única, que goza de la plenitud de la ternura de Dios, es María. Ella es definitivamente la más tierna de todas las criaturas, por eso no dudamos de que Ella atenderá nuestras necesidades, porque sabemos que las conoce mejor que nosotros. Ella sabe por su propia experiencia que el mejor regalo que tiene para darnos es un gran amor a su divino Hijo Jesús. Es lo que primero que le pedimos en la oración: Concédeme un gran amor a tu divino Hijo Jesús. Solamente con un gran amor Jesús y sintiéndonos inmensamente amados por él, podemos ser pacientes, resistir en la tentación, y gozar del verdadero consuelo en la muerte.

Hoy venimos a suplicarle, muy especialmente, que nos conceda paciencia en la vida, fortaleza en las tentaciones y consuelo en la muerte. En estos tiempos que nos toca vivir, se necesita mucha paciencia para mantenerse en el bien y no dejarse tentar por el mal y caer en él. En la reciente carta de los obispos argentinos, decimos que en nuestro pueblo existen hondos deseos de vivir en paz y en una convivencia basada en el entendimiento, la justicia y la reconciliación. Es verdad, la gran mayoría de la gente anhela paz, que no falte el trabajo y el pan, que tienen que venir siempre como fruto del esfuerzo y de la responsabilidad de gobernantes y ciudadanos; y que haya esperanza y un futuro digno para sus hijos. Sin embargo, el mal nos tienta, nos confunde y nos enfrenta unos a otros. Tiernísima Madre de Dios y Madre nuestra, hoy te pedimos por nuestro pueblo, por sus gobernantes y por todos aquellos representantes que fueron elegidos en las últimas votaciones, concédeles fortaleza para que gobiernen al servicio del bien común y no caigan en la tentación de hacerlo en provecho propio o de un solo sector.

Estamos concluyendo el tiempo de preparación para el Centenario. El año 2010 será un Año Jubilar porque se cumplirán cien años de la creación de la Diócesis de Corrientes. Como un puente espiritual entre la preparación y la celebración hemos iniciado en el mes de julio de este año la Visita de la Cruz y de la Virgen a las instituciones civiles y hogares que desean recibirla; y se prolongará hasta el 16 de julio del próximo año. En el reverso del Tríptico, que dejamos como recuerdo de la visita, hay dos oraciones dirigidas a los “dos amores” que nos acompañan desde los primeros tiempos de la evangelización: la Cruz de los Milagros y la Tierna Madre de Itatí, que constituyen nuestra riqueza y nuestra gloria, exclamó el primer obispo de Corrientes, Mons. Luis María Niella. Vayámonos con el compromiso firme de rezarlas diariamente y de enseñarlas a nuestros niños y jóvenes.

Al contemplar la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí, ella nos contagia ternura, paciencia y fortaleza. Mirándola, nos sentimos espiritualmente renovados, con más esperanza y decididos a preparar el camino del Señor que viene en esta Navidad. Con él llega la paz y el consuelo de saber que estará con nosotros todos los días de nuestra vida. Junto a Nuestra Señora, y con las palabras de la Oración ante la Cruz de los Milagros, decimos: ¡Jesucristo, vida y esperanza nuestra! Recuérdanos siempre que el amor todo lo puede; que compartir con los más pobres nos hace misioneros de tu misericordia, y nos muestra el camino que nos lleva la cielo. Así sea.

Mons. Andrés Stanovnik

Arzobispo de Corrientes




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