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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía de inicio del ministerio parroquial del Pbro. Nelson Horacio Da Silva

San Roque, 27 de septiembre de 2020

Hemos sido convocados alrededor del Altar del Señor para celebrar la Eucaristía. En este contexto, dará inicio a su ministerio parroquial en esta comunidad el Pbro. Nelson Horacio Da Silva. Es importante que, desde el primer día, recordemos que nuestra vida cristiana tiene su fuente y su culmen en la Eucaristía (cf. LG, 11), de donde se desprende que el oficio primero y principal del sacerdote es preparar a los fieles a participar dignamente de la Santa Misa y presidirla para ellos, de tal manera que el testimonio de su propia vida y el testimonio de la vida de sus feligreses tenga su origen en el sacrificio eucarístico y de allí se nutran sus compromisos en la vida cotidiana.

Hoy nos toca vivir un tiempo marcado por la crisis global de la pandemia. Como lo vamos comprobando, no hay ningún rincón de la tierra que esté seguro de no ser contagiado por el COVID-19. Aun los que parecían mejor protegidos, se encontraron con este mal, que parece no tener fin. ¿Qué nos dice a nosotros, cristianos, esta crisis que nos llena a todos de angustia y preocupación? La buena noticia es que no estamos solos. Tenemos la certeza de que Dios no abandona jamás a los que se confían a Él. Así lo asegura san Pablo (cf. Flp 2,1-11) cuando nos dice que Jesús, que es Dios, se achicó de tal manera que se hizo servidor y llegó hasta el extremo de cargar sobre sí mismo las consecuencias de la crisis que desencadenó el pecado de los hombres, aceptando la muerte y una muerte humillante. Es decir, caminó la trágica historia de la condición humana y por su obediencia revirtió esa situación, y la convirtió en tabla de salvación para todo aquel que por la fe se une estrechamente a su destino de vida y de plenitud. Con otras palabras, la celebración del Misterio Pascual que ocurre en la Eucaristía, es el acto que nos asegura la victoria sobre la peor crisis que sucede en la historia: quedar apartados de Dios. Con Cristo, muerto y resucitado, superamos esa pandemia y, además, unidos a Él aprendemos a enfrentar todas las demás crisis que se nos presentan. La clave del éxito es entonces: unidos a Dios por Cristo y con Él hermanados con todos.  

La palabra del Evangelio (cf. Mt 21,28-32) que acabamos de escuchar es contundente en lo que respecta a la coherencia que se debe manifestar en el obrar. El modo cómo uno actúa pone al descubierto aquello que está en el corazón. Así lo ejemplifica Jesús con la parábola de los dos hijos, a los cuales su padre invitaba a trabajar en su viñedo: uno le dijo que no iba a ir, pero luego fue; en cambio el otro dijo que iba a ir, pero después no fue. A la pregunta de Jesús sobre cuál de los dos hizo lo que quería su padre, la respuesta fue espontánea: el primero, porque lo que cuentan son los hechos. Y si nosotros nos preguntáramos cuáles son los hechos que más cuentan, recordemos lo que les dijo san Pablo a los cristianos de Filipos: “No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad (…); que cada uno busque no solamente su propio interés sino también el de los demás”. El que participa de la Eucaristía y, sobre todo el que la preside, asume un estilo de vida que se distingue por buscar la unidad, promover la ayuda recíproca y esforzarse en ser paciente y constante en el bien.

Como podemos observar, el secreto que sale a la luz para superar cualquier crisis en la vida es el amor. Solo el amor vence la crisis que se presenta siempre como una amenaza a la vida. Pero no cualquier amor, sino el amor que se distingue por la entrega generosa sin buscar nada a cambio. Ese es el amor que cura y que une, que valora las diferencias y busca la armonía que hay en ellas, como la madre que, a sus hijos e hijas todos diferentes, los quiere a todos por igual y sufre cuando se pelean entre ellos. El oficio que el pastor asume en una comunidad tiene que tener corazón de madre y mirada de padre. De madre que reúne y de padre que señala hacia dónde caminar. Pero debe ser muy consciente que, para ejercer ese oficio de autoridad, necesita ejercitarse mucho en la humildad y la obediencia, que están entre las virtudes principalmente requeridas en el ministerio de los presbíteros, y que consiste en aquella disposición de alma por la que están siempre preparados a buscar, no su voluntad, sino la voluntad de quien los envió. (cf. PO 15). Y el que elige y envía es Cristo, Buen Pastor, que reúne a sus ovejas y mira el bien de cada una de ellas (cf. Jn 10,11).

Asumir la responsabilidad de una comunidad parroquial en tiempo de pandemia coloca al párroco y a la comunidad ante un gran desafío, que radica principalmente en ayudar a redescubrir las cosas esenciales de la vida, esas por las que vale la pena vivir, y dejar de lado esas adherencias insustanciales, que nos hacen perder la meta de nuestra peregrinación terrestre. Entre las cosas esenciales que debemos cuidar está la familia, la salud de los más afectados por la crisis y a los que están más expuestos porque prestan servicios indispensables a la comunidad, y el trabajo que dignifica al ser humano. Para no distraernos en cosas superfluas, es de vital importancia la oración, mediante la cual cultivamos la amistad con Dios nuestro Padre y Creador, y afianzamos los lazos de amistad y de comunión en la comunidad. Y el primer orante debe ser el párroco, porque solo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia (cf. Aparecida, 201).

Cuanto más unida es una comunidad parroquial, más se fortalece para superar las crisis, cualquiera fuere su naturaleza, y, al mismo tiempo, mayor capacidad adquiere para ser misionera. La comunión auténtica, la verdadera unidad, es siempre misionera, es decir, está abierta y desea que todos gocen de los beneficios de la comunión y la unidad. El párroco es ese pastor que camina en medio de la comunidad acompañando, es capaz de ponerse en el último lugar para animar a los rezagados y desalentados, y ejerce también su autoridad de servicio colocándose al frente, para cumplir con el mismo oficio que realizaba cuando estaba en medio y al final, vale decir, predicar la Palabra, invitar a la reconciliación y convocar a la Eucaristía.

Mientras agradecemos los años de servicio que brindó el Pbro. Juan Manuel Blanco, lo acompañamos con nuestra oración para que pueda recuperar pronto su salud y volver a las tareas propias del ministerio sacerdotal, encomendamos al Pbro. Nelson Horacio Da Silva y a esta querida comunidad parroquial, junto con sus autoridades, a la protección de San Roque. Pedimos que el Espíritu Santo lo ilumine para que continúe la tarea de animar la vida litúrgica, la enseñanza de la catequesis, y el servicio de la caridad, que debe distinguir a la comunidad cristiana, llamada a dar un testimonio alegre y audaz del amor de Dios, como lo hizo nuestro santo Patrono San Roque en tiempos tanto o más difíciles como los que estamos viviendo nosotros. Y que nuestra tierna Madre de Itatí y San Roque nos libren pronto de esta pandemia.

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes