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Homilía en la Ordenación Sacerdotal del diácono Cristian Rafael González

Parroquia María Auxiliadora de Bella Vista, 25 de octubre de 2020

Nos hemos reunido esta tarde para celebrar la Santa Misa, durante la cual el diácono Cristian R. González, hijo de esta joven comunidad parroquial de María Auxiliadora, recibirá el sacramento del Orden Sagrado en el grado de Presbítero. También hoy, como hace seis meses cuando Cristian fue ordenado diácono, nos encontramos limitados para participar presencialmente en esta celebración por causa de la pandemia. Sin embargo, las redes sociales y otros medios hacen posible que muchos estén unidos por la fe y el afecto a este momento trascendental para la vida de Cristian y motivo de enorme alegría para toda nuestra comunidad arquidiocesana.

Antes de detenernos en la Palabra de Dios, comparto con ustedes la Jornada Mundial de las Misiones que se conmemora hoy en toda la Iglesia. Sabemos que la Iglesia no es para sí misma, sino para la misión, existe para predicar la Buena Noticia de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo; y reunir a la humanidad dispersa por el pecado y constituirla en pueblo de Dios que peregrina hacia el encuentro de Dios Padre. Providencialmente, esta jornada coincide con el lema que eligió Cristian para iluminar su vida y ministerio sacerdotal: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad, como disposición radical para ser enviado a la misión que la Iglesia le confía.

Esa determinación del candidato está en consonancia también con la invitación que él escuchará a continuación: “acérquese el que va a ser ordenado presbítero”, a la que el llamado a acercarse responderá: Aquí estoy. Es la misma respuesta que dio Virgen cuando el Ángel mensajero la invitó a ser parte de la misión a la que Dios la convocaba: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,38). Es decir, Aquí estoy, envíame, como reza el lema que nos acompaña en el “Octubre misionero” de este año. Una decisión así se sustenta en esa feliz experiencia de fe que vive la persona que se descubre elegida y amada por Dios. Estoy dispuesto a darme entero a la misión que Jesús, Buen Pastor, me confíe, porque sé en quien he puesto mi confianza (2Tim 1,12), en continuidad con la frase que acompañó el período del diaconado de Cristian.

Los invito ahora a recordar la Palabra de Dios que hemos proclamado y que se presenta tan oportuna en esta ocasión. Nos habla de los dos amores que son inseparables, pero no son lo mismo: el Amor a Dios y el amor al prójimo. El Amor a Dios está primero siempre y es la fuente del amor al prójimo. Y amar al prójimo es la expresión del amor a Dios. En el Evangelio de hoy escuchamos la respuesta de Jesús a ese entendido en leyes que le preguntó sobre el mandamiento más grande de la Ley: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-39). También antiguamente, como lo hemos oído en la primera lectura, se tenía claro que la Ley de Moisés prohibía toda forma de explotación, opresión, injusticia y abuso de los débiles (cf. Ex 22,21-27). Y San Pablo les escribe a los cristianos de Tesalónica que la vida de los que se convirtieron al Dios vivo y verdadero exige abandonar el viejo modo de vida, para acceder a la vida nueva y disponerse a ella con un decidido: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

La primera tarea que ha de realizar el sacerdote en concordancia con la voluntad de Dios es predicar y enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Ese es el espíritu que anima la pregunta que se realizará a continuación al candidato antes de ser ordenado presbítero: ¿Quieres desempeñar digna y sabiamente el ministerio de la palabra en la predicación del Evangelio y en la enseñanza de la fe católica? Luego continúan las preguntas en orden a la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos, sobre la necesidad de orar sin desfallecer y acerca de la comunión y la obediencia en la Iglesia. Luego, ya ordenado presbítero, recibirá la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios, mientras se le dirige esta paterna exhortación: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.

La pandemia que nos desconcierta y aflige, puede ayudarnos a pensar en esas otras crisis por las que atravesamos y para las cuales necesitamos recibir anticuerpos confiables y seguros para poder vencerla. Para esas crisis es indispensable el servicio del sacerdote como hombre de Dios que está en medio de su pueblo, atento a aquello que lo puede confundir, dividir y, en definitiva, hacerlo olvidar de Dios y de los pobres; para contrarrestar ese peligro, el sacerdote predica y enseña la Palabra de Dios, alimenta a su comunidad con los sacramentos, y la acompaña estando cerca de todos, especialmente de los más débiles y pecadores. En ese sentido es hermosa esa parte de la plegaria que pronuncia el obispo mientras ordena al candidato: “Sea con nosotros fiel dispensador de tus misterios, para que tu pueblo se renueve con el baño del nuevo nacimiento y se alimente de tu altar; para que los pecadores sean reconciliados y sean confortados los enfermos”.

No te olvides nunca, querido Cristian, que has sido elegido entre los hombres y puesto al servicio de los hombres en las cosas que se refieren a Dios. Y las cosas que se refieren a Dios son aquellas que los hombres viven en sus familias, en la vida civil, en el trabajo, en servicio al bien común, en los tiempos de descanso, a fin de que todas ellas estén inspiradas por el Evangelio y favorezcan a una cultura del encuentro, de la promoción y defensa de toda vida humana, y del cuidado del lugar que habitan. Para que los gozos y las fatigas de cada día, unidas al sacrificio de Cristo, sean del agrado de Dios, nuestro bondadoso Creador.

Para poder desempeñar este servicio en las cosas que se refieren a Dios, es indispensable que cultives diariamente la amistad con Él. Porque para poder hablarle de Dios a los demás, es necesario dedicarle tiempo para escucharlo y estar con Él. La pandemia nos hizo caer en la cuenta de la profunda fragilidad de nuestra existencia en la tierra, y al mismo tiempo, de cuánta necesidad tenemos de interioridad y espiritualidad. Tu misión es espléndida, pero no olvides, que esa misión no es tuya sino la de Cristo, Buen Pastor, quien desea que seas su instrumento dócil, fiel y valiente.

Desde pequeño fuiste creciendo bajo el amparo de María Auxiliadora, patrona de esta comunidad parroquial que hoy te acompaña en tu ordenación sacerdotal. Que María, Madre de los Sacerdotes, te cuide, te continúe acompañando y sea tu consuelo en los momentos de aflicción y motivo de gozo en tu vida y ministerio.

 

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

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