PRENSA > NOTICIAS

MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía en la Misa del Jueves Santo en Catedral

Corrientes, 1 de abril de 2021

Con el Jueves Santo inauguramos el Triduo Pascual que culmina el Sábado Santo con la celebración de la Vigilia Pascual. El momento central de este día es la Cena del Señor, en la que Jesús celebra la pascua judía en compañía de sus discípulos. En el Evangelio de San Juan escuchamos el relato de una escena impactante que sucedió durante la cena, la que conocemos como el Lavatorio de los pies y que suele representarse en esta misa luego de la predicación, pero que en esta ocasión se nos recomienda suspenderlo por causa de la pandemia. Sin embargo, podemos evocar ese Lavatorio con las imágenes que tenemos en nuestra memoria de los años anteriores.

De los cuatro evangelistas, solo Juan relata el momento en que Jesús lava los pies a sus discípulos. Los otros, recuerdan las palabras y los gestos de Jesús que hoy escuchamos en la lectura de la primera carta de San Pablo a los cristianos de Corinto. Allí el Apóstol comunica la memoria de esa cena con estas palabras: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía». Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva”. (1Cor 11,23-26).

La iniciación a la vida cristiana de los niños y de los adultos; la vida entera de los bautizados; y toda la vida sacramental, ministerial y misionera de la Iglesia se orienta hacia la Eucaristía y de ella toma su fuerza. Ella es la fuente, el centro y la cumbre de toda la vida eclesial. Nuestro modo de pensar, sentir y actuar se inspira en la Eucaristía y ella a su vez, confirma nuestro estilo de vivir. La plenitud de lo que ahora celebramos y nos esforzamos por vivir con la gracia de Dios, se hará realidad en el cielo, donde Dios, que es Amor, será todo en todos (cf. 1Cor 15,28).

Volvamos ahora al momento en el que Jesús lava los pies a sus discípulos. San Juan dice que Jesús “se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego, echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura” (Jn 13,4-5). Ahora los invito a que hagamos un minuto de silencio, reconstruyamos en nuestra memoria lo que acabamos de escuchar y contemplemos a Jesús, el Maestro, Dios verdadero y hombre verdadero, agachándose para realizar un servicio que en esa época cumplían los esclavos. Contemplemos a Dios que se humilla para lavar nuestra suciedad y secar nuestra humanidad con la toalla del perdón y de la misericordia.

La reacción de los discípulos ante ese gesto de Jesús se hizo sentir de inmediato. El que se resistió a tamaña humillación del Maestro fue Pedro. Pero Jesús, con mucha paciencia lo calma: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás” (Jn 13, 7). Y Pedro se bajó de su suficiencia y se dejó lavar los pies, pero recién al final de su vida él comprendió que “dejarse lavar los pies” era correr la misma suerte del Maestro, porque le tocó ser crucificado como Jesús durante la persecución del emperador romano Nerón. También en este momento los invito a que hagamos un minuto de silencio y nos concentremos a pensar si estamos dispuestos a que Jesús nos lave no solo los pies, sino también las manos y la cabeza (cf Jn 13,8), y nos animemos a sentir profundamente que Dios nos ama, para que, saciados en esa fuente, también nosotros nos bajemos de nuestros pedestales egoístas y nos agachemos a servir humildemente a nuestros hermanos y hermanas.

Esta impredecible y temible pandemia puede convertirse en una providencial ocasión para salir de nosotros mismos, pensar en los demás, sobre todo en los que más sufren, y preguntarnos de qué modo podemos colaborar en “lavar los pies” a los que necesitan una palabra de aliento, un gesto de cercanía, una ayuda material para aliviar sus penas diarias, un paso que dé lugar al perdón y a la reconciliación, o una decisión para ser más responsables en los compromisos que asumimos. La propia familia es una escuela continua donde podemos testear cuál es el nivel de nuestra generosidad, paciencia y amor hacia aquellos con quienes convivimos diariamente; y comprobar hasta dónde llega la dureza de nuestro corazón con ellos, la agresividad en las palabras aún en los hechos. El modo cómo tratamos a los que llamamos “nuestros seres queridos”, se traslada luego al trato que le damos a aquellos con quienes alternamos en la convivencia social, sea en el trabajo, en la escuela, en los centros de salud, o en la función pública.   

Entre las privaciones que nos produjo la pandemia está la participación presencial en la Eucaristía, sobre todo en la Misa dominical, por las restricciones sanitarias que nos exigen tanto el cuidado personal como la consideración hacia los otros. De todos modos, estemos atentos para que no se enfríe nuestro corazón ni se debilite nuestra fe a causa de esas limitaciones. Si no podemos “ir a misa”, como solemos decir, asistamos y participemos devotamente en la que se nos ofrece a través de las redes sociales, y dediquemos más tiempo a la lectura de la Palabra de Dios, especialmente de los textos de las misas que nos ofrece la liturgia.

El Jueves Santo, junto con la Cena del Señor, recordamos también la institución del sacerdocio y el mandamiento del amor, motivo por el cual recordamos a todos nuestros sacerdotes, renovamos el compromiso de rezar por ellos, y agradecemos a Dios por su servicio, su entrega y su creatividad pastoral en estos tiempos, para estar cerca, acompañar y sostener la fe de nuestro pueblo. Perseveremos en nuestras devociones, como el rezo del Santo Rosario y otras oraciones que hemos recibido de nuestros mayores. Cultivemos la cercanía familiar con Jesús y el amor fiel y tierno a Nuestra Madre de Itatí. Encomendémonos a nuestros santos patronos, como lo hicieron nuestros antepasados portando a hombro sus santas imágenes. Cuidemos nuestra fe, esperanza y caridad, y no dudemos de que en los tiempos de crisis Dios está más cerca para proteger, sostener y animar a sus hijos que confían en Él. Así sea.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

NOTA: a la derecha de la página, en Archivos, el texto como 21-04-01 Homilía Jueves Santo en formato de word.