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Homilía en la Misa de la fiesta de Nuestra Señora Fátima

Corrientes, 13 de mayo de 2021

Hoy nos alegramos de poder celebrar la fiesta patronal en honor de Nuestra Señora de Fátima. No es una alegría pasajera la que nos embarga. Tal vez nos resulta difícil explicarlo, como sucede con las cosas más hondas que vivimos, pero sentimos que se trata de una alegría que va muy unida a la paz y a esa fortaleza que no provienen de nosotros mismos, sino de Dios. Imaginamos que es la misma alegría, paz y fortaleza que tuvo la Virgen durante toda su vida, sobre todo en los momentos más duros que le tocó vivir. Con ella, queremos hoy renovar nuestra fe en Dios Padre y Creador, nuestra esperanza en Jesús, resucitado y vivo entre nosotros, y nuestra caridad movida por el Espíritu Santo que es el amor de Dios derramado en nuestros corazones.

La Virgen nos hace fácil el acceso a Dios, el encuentro con Él. Dios se siente cómodo con la gente sencilla y humilde, porque Él se resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes, como nos recuerda el Apóstol Santiago en su carta (4,6). Fátima es el lugar que ella eligió para comunicarse con Lucía, Jacinta y Francisco: 10, 7 y 9 años respectivamente, precisamente para confirmar que los poderosos no son los preferidos de Dios, sino los que se hacen como niños, porque de ellos es el reino de los cielos, dijo Jesús (cf. Lc 18,16-17. A esos niños les confió un mensaje de enorme importancia para cada persona y para toda la humanidad, que se puede resumir en tres palabras: fe, esperanza y caridad.

También los famosos secretos de Fátima apuntan solo a eso, lo demás, como pueden ser las visiones que tuvieron esos niños pastorcitos, no tienen otra finalidad que llamarnos a la urgencia de convertir nuestra vida a Dios, tenerlo presente todos los días mediante la oración y, fortalecidos por ella, amar a nuestros hermanos sin distinción. Como podemos ver, la Virgen no hace otra cosa que confirmar el llamado a la conversión, que fue el tema principal de la predicación de Jesús: “conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,15). También aquella mujer, a la que escuchamos en el Evangelio de hoy (cf. Lc 11,27-28), dirigiéndose a la madre de Jesús exclamó: “Feliz el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”, puso las cosas en su lugar respondiendo a esa mujer: “Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”. Por eso, pidámosle a la Virgen que nos ayude a convertirnos, a creer en la buena noticia de Jesús, y a ponerla en práctica.

Este tiempo difícil que nos toca atravesar a causa de la pandemia puede ser una ocasión providencial para aumentar nuestra fe, afianzar más nuestra esperanza y ser más caritativos con los demás. Tenemos que estar muy atentos para no encerrarnos en nosotros mismos y descuidar a los demás. El que se encierra tiene miedo y el miedo no es un buen compañero de la vida y, a la larga, daña también la salud. El egoísmo, esa tendencia a buscar seguridades solo para uno mismo o para su círculo más íntimo, asfixia los vínculos por el aire enrarecido que crea el encierro. Ser egoísta es siempre un mal negocio, pero se presenta con una fachada atractiva prometiendo placeres que al final dejan un saldo de tristeza y desilusión.

El amor a Dios y al prójimo, confiar en Dios y abrir el corazón al hermano, se expresan hoy en el compromiso de cuidarse uno, cuidar a otros y cuidarnos todos, cumpliendo con las recomendaciones sanitarias básicas. La crisis puede convertirse en una excelente ocasión para mejorar nuestros hábitos, actitudes y mentalidad, para ser más atentos y solidarios empezando con nuestros familiares y vecinos, con nuestros compañeros y compañeras de trabajo, sobre todo con aquellas personas con las que más nos cuesta soportar. El llamado a la conversión en este tiempo de pandemia es confiar más en Dios que jamás abandona a sus hijos, y ser más fraternos con todos. La oración, tan recomendada por la Virgen de Fátima, sobre todo el rosario, nos hace más fuertes en la fe y, como consecuencia, más amables y atentos con los otros, especialmente más sensibles, cercanos y generosos con los que la están pasando mal.

Hoy queremos poner en el corazón de nuestra querida Virgen de Fátima en primer lugar a los que padecen las secuelas de enfermedad y de muerte que está provocando la pandemia, y a sus familiares y amigos; a los pobres que aumentan día a día; a los que viven en la calle y revuelven basura buscando comida o ganarse unos pesos; a los que sufren el aislamiento y la soledad, sobre todo a los enfermos y ancianos; y a nuestros adolescentes y jóvenes a quienes, a quienes la droga deja sin esperanza y sin futuro. Pero también le encomendamos a la Virgen a todos aquellos que con extraordinaria fortaleza y generosidad ayudan a disminuir los efectos de esta crisis, en particular a todo el personal de salud y todos aquellos que prestan importantes servicios en la vida cotidiana; a los catequistas, a los voluntarios de Caritas, a los que visitan a los pobres y enfermos, y a tantos que en forma anónima socorren a los necesitados.

También hoy, como en su momento a los pastorcitos de Fátima, la Virgen María nos repite la pregunta que les hizo a ellos: “Quieren ofrecerse a Dios”. A lo que los pequeños respondieron inmediatamente: “¡Sí, queremos!” Y luego cumplieron ese juramento sobrellevando muchos sufrimientos y también alegrías con una actitud de ofrecimiento al Señor. Nosotros, ¿estamos dispuestos a escuchar esa invitación de la Virgen? Y luego, ¿nos animamos a responder sin titubeos tal como lo hicieron los pastorcitos? Recordemos que, tanto para escuchar, como para responder es necesario ser humildes y confiar en Dios, así como lo hicieron ellos y como lo vivió la Virgen a lo largo de toda su vida. Entonces, queridos hermanos y hermanas, “¿quieren ofrecerse a Dios”.

Que Nuestra Señora de Fátima, junto con San José, el padre amado, y los beatos Francisco y Jacinta, nos concedan la gracia de la conversión que tanto necesitamos; nos hagan experimentar la cercanía del amor de Dios y aumenten en nuestros corazones el deseo de ser misioneros de la misericordia siempre y con todos, sin excluir a nadie y con una especial dedicación hacia aquellos que viven alejados de Dios, rezando por la conversión de los pecadores y por la paz del mundo, por un mayor diálogo en nuestra patria para superar descalificaciones, divisiones y resentimientos; por nuestras familias para que en ellas reine la paz y la concordia; y por nuestra comunidad parroquial, para que sea cada vez más un lugar amable, que se distinga por la acogida fraterna a todos y sea fervorosamente misionera. Nuestra Señora de Fátima, ruega por nosotros.

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 21-05-13 Homilía Nuestra Señora de Fátima, en formato de word.