PRENSA > NOTICIAS

Homilía en la Misa del 60º Aniversario del Instituto San Miguel Arcángel

San Miguel, 6 de julio de 2021

Me alegra compartir con ustedes la extensa y fecunda trayectoria de nuestro Instituto San Miguel Arcángel y saludar, en primer lugar, a las alumnas y alumnos para quienes estamos aquí los directivos, docentes, padres de familia, catequistas y el párroco, a quienes también saludo cordialmente. Los principales protagonistas de este aniversario son los jóvenes, que a lo largo de seis décadas se enriquecieron con tantos bienes que les proporcionaron los que estamos al servicio de ellos en esta institución educativa. Ese es el espíritu que ha movido a los que propusieron el lema para celebrar el jubileo: “60 años promoviendo la vida, los valores y la dignidad de los jóvenes. Gracias Señor”. A ustedes, queridos educadores, gracias porque cada día dan lo mejor de sí para que esto colegio siga adelante sembrando, colaborando con las familias, haciendo patria y edificando la Iglesia.  

Un aniversario es siempre una ocasión para mirar hacia atrás y agradecer lo que hemos recibido de las generaciones precedentes: de nuestros padres la vida, de la comunidad la educación, la salud y el trabajo; de la Iglesia la fe, la esperanza y el amor de Dios. El que tiene un corazón agradecido, mira la realidad del presente y reafirma con decisión el compromiso de estar al servicio de la familia, de la comunidad y de la Iglesia. Y el que tiene un corazón agradecido también renueva la esperanza en un futuro mejor para todos. “Gracias Señor” es el sentimiento más profundo que sentimos al celebrar esta conmemoración y, además, reconocemos, en esas dos hermosas palabras, a Aquel de quien viene todo lo bueno que podemos hacer, como es, en nuestro caso, promover la vida de los jóvenes: sesenta años promoviendo la vida de los jóvenes.

¿Qué significa promover la vida de los jóvenes? ¿A quién tenemos que dirigirnos para encontrar la respuesta a esa pregunta? En primer lugar, tengamos en cuenta que no se puede promover la vida de otra persona sin su consentimiento. Contar con la voluntad y el acuerdo del otro es imprescindible si pretendemos promover su vida, porque sin su conformidad nada de eso se podrá alcanzar. Educar es un camino que siempre debe hacerse de común acuerdo entre el educador y el educando, porque la educación es un acto de libertad y de amor. Educar, significa, sacar afuera, guiar, es siempre una acción de a dos o más, en la que todos son sujetos libres y responsables que deciden caminar juntos. Y para ello es fundamental estar atento al otro, escucharlo, conocerlo y aceptarlo, para luego poder realizar un camino juntos. Por eso, educar, más que crear es descubrir. De nada sirve solo la imposición de valores, normas y conocimientos, si no hay un deseo real de promovernos unos y otros de acuerdo con la dignidad que le corresponde a todo ser humano. Pero es sumamente importante que recordemos de dónde nos viene esa dignidad, quién le otorga al hombre esa dignidad, que nada ni nadie se la puede quitar.

La enseñanza cristiana nos recuerda que “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios” (GS 19,1). Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, y esa imagen resplandece donde reina la verdad, la libertad, la justicia y el amor. Entonces, promover la vida y la dignidad de los jóvenes es acompañarlos a descubrir que fueron creados y llamados a encontrarse con Dios, a dialogar con Él, a establecer con Él un vínculo de profunda amistad. A su vez, para poder realizar ese acompañamiento, es preciso que todos procuremos madurar esos vínculos con Dios, porque nadie da lo que no tiene. Un buen educador es el que está dispuesto siempre a ser educado. San Pablo, en la primera lectura que hemos escuchado, nos ilustra en qué consiste la vida cristiana: “como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado, hagan ustedes lo mismo”. (3,12-14).

¿Vale la pena entrar por ese camino? ¿No será mejor que cada uno se las arregle como pueda y disfrute de la vida como se le dé la gana, o tal vez, con lo que tenga más a su alcance? ¿No es acaso esta la propuesta más común que escuchamos en las redes sociales y en la calle? Y no es también la tentación más frecuente que nos asalta, sobre todo cuando nos cansamos de ser pacientes, de soportar, de perdonar. Parece que el diálogo funciona solo hasta que el otro me haga caso, se someta y cumpla, y esto suele ser frecuente no solo en la familia y en la escuela, sino también en nuestras comunidades cristianas, en la convivencia social y en la vida política. Ese es el camino fácil del que practica la ley del más fuerte, que no dejó de ser la ley de la selva. El maestro en el aula, el padre y la madre entre ellos y en la familia, el sacerdote en su comunidad, el político en la administración del bien común, y toda persona a la que se le ha confiado una autoridad, podrá ejercerla en bien de los demás en la medida en que lo hace con la humildad de aquel que está llamado a servir: esa es su verdadera fortaleza. El poder, actuado con avasallamiento y dominación, es señal de extrema debilidad en la persona que está llamada a ejercer alguna la autoridad.

Se necesita mucha fortaleza para ser humilde. Humilde es el que confía, persevera y sabe esperar. Jesús nos enseña que eso es posible si aceptamos la invitación de hacer ese camino con Él, tal como lo hemos escuchado hoy en el Evangelio: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,26-30). El camino con Jesús no solo es posible, sino que es el que nos hace madurar en el amor y nos hace felices a todos. Así lo experimentó también Jesús cuando desbordado de gozo exclamó: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”. ¿Quiénes son esos pequeños? Son los humildes, los que confían, perseveran y saben esperar, sin recurrir al poder que aplasta y ni a los métodos de sometimiento.

También nosotros hoy decimos “gracias, Señor”. Gracias por la labor y el ejemplo de los que nos precedieron en la tarea educativa y por los que hoy continúan dando testimonio de entrega, escucha y servicio humilde y constante. Que el Arcángel San Miguel nos proteja de todo mal, en especial de la pandemia, que nos preocupa y aflige; pero, sobre todo, que nos resguarde de las “pestes” que nos dividen y enfrentan, a fin de que con un corazón alegre y humilde renovemos el compromiso de promover la vida, los valores y la dignidad de los jóvenes que Dios puso en nuestro camino, para que junto con ellos hagamos todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias por él a Dios Padre (cf. Col 3,15).

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 21-07- 06 -60ºAniversario del Instituto San Miguel, en formato de Word.

 

FOTOS gentileza: Página de facebok: Pquia San Miguel(Página Oficial)