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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía con motivo de la memoria de San Camilo

Corrientes, Hospital Escuela, 14 de julio de 2021

Todos los años nos encontramos aquí con la familia camiliana y el personal, que prestan sus servicios en este hospital, para honrar la memoria de san Camilo y orar por nuestros enfermos, sus familiares y por todos nosotros. Por segundo año consecutivo lo debemos hacer en medio de la pandemia, respetando las restricciones sanitarias que nos limitan la presencialidad. Pero, por otra parte, las redes sociales nos abrieron nuevas modalidades de comunicación. A todos los que estamos participando en este acto nos une la fe en Dios, esa misma fe que sostuvo a san Camilo para mejorar la degradante condición en la que estaban los enfermos en el hospital San Giacomo de Roma en el siglo XVI.

La historia da cuenta de la juventud disipada y convulsionada de Camilo, y de su temperamento rebelde y agresivo. Una llaga en la pierna lo obliga a ir al hospital. Allí se enfrentó al dolor, experimentó la condición penosa en la que se encontraban los enfermos, y oyó la palabra oportuna de un fraile capuchino, que le dijo: «Hermano mío, todo pasa, todo es vanidad. Sólo a Jesucristo, quien nos ha rescatado con su sangre, vale la pena consagrar la vida». Esto lo conmovió profundamente, lo hizo pensar y cambiar de vida. Desde entonces se quedó con los enfermos y vivió para ellos. El secreto de su elección y también de su felicidad fue hacerlo por amor de Dios.

Camilo veía en el enfermo a Jesús que sufre. Como Jesús, también él se acercaba amorosamente a los enfermos, los deformes, los mudos y los ciegos, ofreciéndoles al mismo tiempo el alivio de la medicina y el consuelo de la bendición. Excelente síntesis de la humanización en la atención médica: profesionalidad y humanidad en el servicio al paciente, que continúan siendo hoy para nosotros un ejemplo, una invitación y una llamada que nunca pierde actualidad. Cuántos hermanos y hermanas enfermos que transcurren muchos días aislados por causa del Covid-19, o porque sus familiares son pobres y están lejos, necesitan una buena atención profesional, y al mismo tiempo, una palabra, un gesto de cercanía, que los reconforte en sus penas.

Aquí deseo reconocer y agradecer a la Familia Camiliana Laica, cuyo nacimiento se remonta a seis años antes de la fundación de Corrientes, por su entrega a las obras de misericordia corporales y espirituales con los enfermos, y por ayudarnos a tomar conciencia de la importancia que tiene la persona del enfermo, de acuerdo con los valores humanos y evangélicos. Al mismo tiempo, reconocer la historia que están escribiendo médicos, enfermeros y enfermeras, personal de servicio y tantos encargados que mantienen activo este importante centro de salud, en una eficiente red de coordinación con tantos otros centros de nuestra capital y de toda la provincia. A esto se suma la oración de mucha gente, que diariamente ofrece su plegaria y su sacrificio por los enfermos y por aquellos que los cuidan.

La fe nos da ojos para ver a Dios y oído para escucharlo. En la primera lectura escuchamos al Apóstol Santiago (cf. 5,13-16) recomendando que, si alguien está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. Y añade: la oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará. Podríamos decir que esa oración produce en el enfermo los frutos de aquella poda de la que Jesús les hablaba a sus discípulos, proclamada en el Evangelio de hoy (cf. Jn 15,1-8): “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía”.

En la naturaleza encontramos esa sabiduría que a veces nos cuesta tanto aplicar a nuestra vida: la poda es necesaria para quitar lo que impide el crecimiento y dar lugar a que la vida verdadera se expanda y produzca más frutos. La poda, como la enfermedad o cualquier otra limitación que aparentemente nos disminuye, por ejemplo, esta pandemia, pueden convertirse en una providencial ocasión para crecer y madurar, es decir, para alcanzar una mayor libertad y, en consecuencia, más capacidad de entrega generosa de la propia vida a los demás. Acaso no es esto lo que vemos a diario en tantas personas que de un modo silencioso y perseverante dan de sí mismos hasta el límite de sus fuerzas. No nos quepa ninguna duda: esas personas son la verdadera la alegría de Dios, tal como lo asegura el mismo Jesús: “La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos”.

Para concluir, renovemos nuestra fe y nuestra adhesión a Jesús, como el sarmiento unido a la vid, para dar fruto. Dejemos que su Palabra cale hondo en nuestra vida: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto”. San Camilo le creyó a Jesús y descubrió que la poda que sufrió a causa de esa llaga incurable en su pierna, fue una providencial ocasión para una vida nueva, plena de sentido, de paz y de alegre entrega a sus hermanos y hermanas enfermos. Pudo refregarse los ojos y ver lo que antes no veía: el rostro de Cristo en el que sufre. Pidamos la gracia de ver con los ojos de la fe, la fortaleza de soportar la poda para amar más, una excelencia profesional en aliviar y curar, y la audacia de dar testimonio audaz y creíble de Jesús, médico de los cuerpos y de las almas. ¡Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros!

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

NOTA: A la derecha d ela página, en Archivos, el texto como 21-07-14 Homilía Fiesta de San Camilo en el Hospital Escuela, en formato de Word.