PRENSA > NOTICIAS

Homilía para el Domingo de la inauguración del Sínodo sobre la Sinodalidad

Corrientes, 17 de octubre de 2021

Hoy, en todas las diócesis del mundo, nos unimos al Sínodo sobre la Sinodalidad, que el papa Francisco inauguró el pasado fin de semana. La palabra sínodo quiere decir “caminar juntos” y sinodalidad expresa la nota distintiva de una Iglesia que se comprende a sí misma como experiencia de comunión, participación y misión. Se trata de retomar entre todos el profundo deseo de Jesús: que todos sean uno (cf. Jn 16,11.20-23). Es una gracia enorme también para nuestra Iglesia y para todo nuestro pueblo que podamos orar, reflexionar y compartir sobre este imperativo de ser una Iglesia que anhela profundizar su camino de unidad y de misión.

Digamos, aunque sea brevemente, una palabra sobre qué es un sínodo. Se trata de un sínodo de obispos convocados por el Papa, a los cuales les da el encargo de tratar un tema que el Santo Padre considera de suma importancia para el tiempo que nos toca vivir. En este caso, se trata de la convocatoria a la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que llevará a cabo en el mes de octubre del 2023, sobre el tema: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. A primera vista parece que hay mucho tiempo para prepararnos, sin embargo, no es tanto cuando se quiere que toda la Iglesia, fieles laicos, personas consagradas, diáconos, sacerdotes y obispos nos dispongamos a ser una Iglesia de la escucha y de la cercanía.

En la homilía de inauguración del Sínodo, el papa Francisco dijo que “estamos llamados a ser expertos en el arte del encuentro. No en organizar eventos o en hacer una reflexión teórica de los problemas, sino, ante todo, en tomarnos tiempo para estar con el Señor y favorecer el encuentro entre nosotros. Un tiempo para dar espacio a la oración, a la adoración, esta oración que tanto descuidamos: adorar, dar espacio a la adoración, a lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia; para enfocarnos en el rostro y la palabra del otro, encontrarnos cara a cara, dejarnos alcanzar por las preguntas de las hermanas y los hermanos, ayudarnos para que la diversidad de los carismas, vocaciones y ministerios nos enriquezca”.

Entonces, partir de hoy y hasta la fecha del Sínodo, corre el tiempo de preparación en el que todo el Pueblo de Dios se pondrá a la escucha, al diálogo y a la reflexión sobre los diversos y múltiples aspectos que implica ser una Iglesia sinodal. Es decir, una comunidad que decide a cada paso caminar juntos, todos discípulos a la escucha de lo que Dios quiere decirnos hoy, y dispuestos a ser misioneros de lo que hemos “visto y oído” (Hch 4,20). Ya cercanos en el tiempo de la realización de la asamblea sinodal, los obispos que participen en la misma, tendrán no solo el resultado de la escucha del Pueblo de Dios, sino también ellos mismos la experiencia de haber caminado junto a sus comunidades, para recoger todo, dialogarlo sinodalmente y devolverlo luego al Pueblo de Dios como orientaciones para afianzar el camino evangélico de seguir caminando todos juntos.

La Palabra de Dios que acabamos de proclamar nos da luces para iluminar ese modo cristiano de caminar, en el que todos se sientan acogidos, respetados y acompañados. En la primera lectura (cf. Is 53,10-11), el profeta Isaías presenta al siervo sufriente que se ofrece para dar vida a otros y por eso es alabado y destinatario de una promesa de vida: “a causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado”. Para caminar juntos es necesaria la virtud de la paciencia, la capacidad de renunciar a los propios gustos, buena disposición para colocarse en el lugar del otro, generosidad para ponerse al servicio, y apertura y creatividad para aceptar e integrar al que piensa distinto. Para ello, es imprescindible contar con la gracia y orar con perseverancia: “Señor, que descienda tu amor sobre nosotros”, tal como lo repetíamos en cada estrofa del Salmo.

La lectura de la Carta a los Hebreos (cf. 4,14-16) destaca dos aspectos de la vida de Jesús: el de su divinidad y por ende, capacidad para abrirnos el camino hacia el cielo; y el de su humanidad, por la cual conoce nuestras debilidades y es capaz de compadecerse de ellas. En él podemos confiar, Él es el camino seguro para que podamos caminar juntos, auxiliados por su gracia y misericordia. Luego, en el Evangelio (cf. Mc, 10,42-45), Jesús mismo instruye a sus discípulos sobre las condiciones que se necesitan para estar al servicio de los otros, especialmente para aquellos a quienes se les ha otorgado algún poder para animar a otros en el camino de andar juntos: “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”. Durante la preparación al Sínodo y a la luz de esta Palabra, nos vamos a preguntar cómo se realiza hoy entre nosotros ese “caminar juntos”, que nos impulsa a vivir la comunión en nuestras comunidades y luego anunciar el Evangelio; y qué pasos tenemos que dar aún para crecer como Iglesia sinodal, es decir como Iglesia que desea dar testimonio creíble de verdadera comunión y participación.

Tenemos una tarea enorme y apasionante: convertir nuestra vida más al Evangelio, de tal manera que nuestras comunidades sean verdaderos lugares de acogida, donde haya lugar para todos y donde nadie se sienta excluido. Hace mucho tiempo que nuestra patria grita de dolor porque está enferma de tanto enfrentamiento estéril, alentado por las divisiones que generan cada vez más pobreza, desesperanza y exclusión. Lamentablemente parece que nos estamos alejando cada vez más de cuidar en serio la vida, en todas sus maravillosas expresiones y absolutamente sin ninguna excepción, para lo cual la familia es la escuela básica de la vida y la convivencia, de la alegría de vivir y de la buena noticia del amor humano, de la paz y del desarrollo integral, fundamental e imprescindible para toda comunidad humana que quiera progresar tanto en su aspecto material como espiritual.

Recuperemos las raíces de nuestra fe, expresadas en la Cruz de los Milagros y en la profunda devoción que profesa nuestro pueblo a la Tierna Madre de Itatí. En estos dos signos encontramos la clave para aprender a caminar juntos y poner de parte nuestra, en lo que nos corresponde como cristianos, la esperanza de que es posible realizar el sueño de una patria de hermanos y hermanas. Ese anhelo se realiza en el compromiso sencillo y cotidiano de ser honesto, paciente, respetuoso, sensible al que la está pasando mal y cuidadoso de los espacios que compartimos. Renovar la disposición a “caminar juntos” es la única opción que tenemos para no hacernos daño unos a otros y, a la vez, preservar y mejorar el lugar que habitamos.

En el subsidio que nos llega para empezar a prepararnos al Sínodo, se nos invita a conmovernos de nuevo ante el misterio de Cristo Encarnado, Muerto, y Resucitado. Y, desde esa fuente viviente que nos recreó para siempre, sabernos todos y cada uno, compartiendo la misma condición filial, el mismo llamado de santidad, iniciando y significando el Reino en la historia, juntos en camino. Todos hijos. Todos ungidos. Todos enviados. Encomendamos el inicio de este camino sinodal a San José, patrono de la Iglesia y a nuestra Tierna Madre de Itatí. Amén.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes