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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía en el Hospital Ángela Iglesia de Llano

Corrientes, 24 de diciembre de 2021

La primera lectura del profeta Isaías (cf. 62,1-5) es un canto de vida y de esperanza para un pueblo que regresaba del destierro a su patria, pero continuaba bajo el dominio de un poder extranjero; internamente dividido y enfrentado, y con poca esperanza de un futuro promisorio. En medio de esa realidad amarga y desafortunada, el profeta Isaías hace un fuerte llamado de parte de Dios a no dejarse vencer por la adversidad. Repasemos algunas frases del profeta y tratemos de escucharlas desde este lugar de dolor donde nos encontramos, unidos a nuestras hermanas y hermanos enfermos, a sus familiares y a cuantos se esfuerzas diariamente para aliviar, acompañar y curar.

Dios, dirigiéndose a su pueblo elegido y destrozado, lo trata como una esposa amada con palabras de amor y de ternura: “Tú serás llamada con un nombre nuevo puesto por la boca del Señor (…) No te dirán más “Abandonada”, ni dirán más a tu tierra “Devastada”, sino que te llamarán “Mi deleite”, y a tu tierra “Desposada” (…) Como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios”. Son palabras llenas de consuelo y esperanza para una situación humana con pocas posibilidades de recuperación. Sin embargo, Dios se manifiesta cercano, poderoso, pero no necesariamente para dar vuelta la situación de un modo espectacular, sino para estar cerca, mover el corazón de su pueblo para que confiara en Él y se dejara conducir de su mano.

Dios, que nos creó por amor, jamás nos soltará de su mano, aun cuando por momentos nos haga pasar por una prueba, como puede ser la enfermedad, la pérdida de un ser querido, no poder conseguir un trabajo, etc., pero siempre se mostrará cercano para sostenernos en medio de la adversidad. El secreto está en descubrirlo y aceptarlo, así como Él es. Con frecuencia nos hacemos una idea de Dios como alguien que debería resolver inmediatamente nuestros problemas, pero pocas veces como a alguien que se acerca y está dispuesto a acompañarnos para que juntos encontremos la solución. El camino que Dios hizo haciéndose hombre, nos enseña que Él quiere ponerse en nuestro lugar, para darnos a entender que ese es el camino del amor que salva, del amor que crea lazos de amistad y nos devuelve la esperanza y la alegría de vivir.

Recordemos el hermoso y sencillo texto del Evangelio que acabamos de proclamar. Allí se nos revela ese increíble y original modo que Dios eligió para acercase al hombre y ponerse en su lugar. El evangelista Mateo lo relata así: “Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José, y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo”. El primer dato es clave: la iniciativa de hacerse hombre es de Dios. El segundo: esa iniciativa no se lleva a cabo sin la colaboración de una jovencita que, a su vez es toda de Él. Dios puede obrar y hacer milagros cuando nos confiamos totalmente a Él. Entonces Él puede sacar la mejor versión de nosotros mismos. Esa “versión” en su mejor y más completa edición, por así decir, se cumplió plenamente en María, la llena de gracia.

Como recordamos hace un momento, Dios tomó la iniciativa de salvarnos y María, junto con José, nos muestran cómo tenemos que colaborar con esa iniciativa. Ambos confiaron totalmente en Dios, sobre todo en medio de las pruebas. La primera cuando Dios los desconcertó con su propuesta de nacer de María sin la colaboración de José; luego, la prueba del destierro y, finalmente, la muerte de su Hijo, violenta, injusta y vergonzosa en plena juventud. Y María siguió confiando en Dios y él exaltó a la humilde, como ella misma lo cantaba en el Magníficat. También a muchos de ustedes los sorprendió la prueba de la enfermedad. Cuando nos encontramos ante límites que nos parecen imposibles de superar, Dios se coloca más cerca de nosotros y nos recuerda que el que nació en Belén es el Emanuel, que significa “Dios con nosotros”, como lo hemos escuchado hoy en el Evangelio. Pongámonos confiadamente en sus brazos, como lo hicieron María y José, y confiemos en que con Él nada malo nos puede pasar.

Acerquémonos esta noche al pesebre y depositemos allí toda nuestra vida con su alegrías y tristezas, esperanzas y sufrimientos, dejemos que nuestra mirada se pose en la bienaventurada Virgen María y su esposo el santo y justo José, para que con ellos renovemos nuestra confianza en Dios, que confía en nosotros y se pone en nuestras manos. El Niño Dios es la poderosa y definitiva señal para anunciar que viene a salvarnos de todos los males. Desearnos esta noche “feliz Navidad”, es creer que para Dios no hay nada imposible, que con Él podemos superar todas las pruebas. Le suplicamos para nosotros y para todo nuestro pueblo argentino que nos enseña a reconocernos hermanos de todos, especialmente de los que más sufren y estar cerca de ellos como lo está Él; que nos decidamos a caminar juntos todos y a cuidarnos unos a otros. María, Madre de la Esperanza, ruega por nosotros. Amén.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 21-12-24 Homilía Nochebuena en el Hospital Llano, en formato de word.