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MONS. ANDRES STANOVNIK

Celebración de la Misa Crismal en Catedral - Homilía

Corrientes, 13 de abril de 2022

Nos hemos reunido, presbiterio y obispos, junto con ustedes, queridos fieles pertenecientes a las diversas comunidades parroquiales, movimientos, grupos e instituciones de nuestra Iglesia particular, para celebrar la Misa Crismal. Luego de renovar las promesas sacerdotales con los presbíteros, vamos a consagrar el santo crisma para expresar luego que, en el ministerio cotidiano, ellos son nuestros colaboradores y consejeros.  Y a continuación vamos a bendecir el óleo de los catecúmenos para fortalecer el camino de los que preparan a recibir el bautismo, y el óleo de los enfermos para que ellos puedan soportar con fortaleza sus sufrimientos, combatir sus males y alcanzar el perdón de los pecados.

La Palabra de Dios que hemos proclamado en la primera lectura (Is 61,1-3a.6a.8b-9) y luego en el Evangelio (Lc 4,16-21) se refiere al Espíritu del Señor que trabaja ungiendo y enviando a anunciar la alegría de la salvación que se realiza en los pobres, los enfermos, los ciegos, los abatidos y desconsolados, y los privados de libertad, es decir, en aquellos que por sí mismos no pueden salvarse. Jesús es el Cristo, el Mesías, el Ungido, el enviado del Padre para reconciliarnos con Él y entre nosotros, para devolvernos la identidad que hemos perdido al dejarnos llevar por la ilusión de construirnos al margen de Él. Es enorme la alegría que despierta ese anuncio, por eso el texto del libro del Apocalipsis (cf. 1,4b-8) que hemos escuchado, desborda de alabanza a Jesucristo: “Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén”.

Con otras palabras, el Espíritu del Señor es el que, mediante Jesucristo, nos salva conduciéndonos al encuentro con Él y con nuestros hermanos para caminar juntos hacia Dios, nuestro Creador y Padre. La unción que hemos recibido todos en el Bautismo es para la unidad, el ungido es un servidor de la unidad. Hoy nos preguntamos de nuevo qué pasos tenemos que dar para caminar juntos y construir esa unidad que renueve nuestra unción y dé mayor vigor al a la misión en nuestra Iglesia.

Desde octubre del año pasado, venimos orando, reflexionando y compartiendo en nuestras comunidades sobre cómo caminar juntos hoy, respondiendo a la convocatoria que hizo el papa Francisco a un nuevo sínodo sobre el tema: “Por una Iglesia sinodal, comunión, participación y misión”. Este año, hasta finales del mes de mayo, seguiremos profundizando sobre el particular con el objetivo de identificar los pasos que debemos dar, para que nuestra Iglesia tenga un estilo y un rostro más sinodal.

El Documento preparatorio para el Sínodo, en la primera parte, ofrece algunas pautas para cultivar ese estilo y rostro sinodal de la Iglesia. La tarea que venimos realizando en esta primera etapa preparatoria del Sínodo es escucharnos. La escucha permite ponerse en el lugar del otro para que juntos descubramos los pasos positivos que configurarían el estilo propio de caminar juntos en nuestra Iglesia. Y, por otra parte, ver cuáles son esos rasgos también propios que desfiguran y entorpecen el camino sinodal de nuestra Iglesia particular. Es muy importante identificar esas notas que caracterizan el rostro sinodal de nuestra Iglesia para que el caminar juntos se haga cultura y tenga identidad propia.

Presbiterio y obispos tenemos un rol insustituible en el proceso sinodal por la unción que hemos recibido en el Bautismo y luego en el Orden Sagrado. En el manual oficial, llamado Vademécum para el Sínodo sobre la sinodalidad, encontramos un rico desarrollo sobre el rol del obispo, de los sacerdotes y de los diáconos en el proceso sinodal. Junto con los fieles laicos, todos estamos llamados a ser agentes de comunión y de unidad en la construcción del Cuerpo de Cristo, ayudar a los fieles a ir adelante juntos, caminando unos con otros en el corazón de la Iglesia, leemos en el mencionado documento.

Recordemos siempre que todos los creyentes fuimos ungidos con el santo crisma en el Bautismo y luego en la Confirmación; el mismo con el que luego se unge las manos de los sacerdotes y la cabeza del obispo. El bautismo nos hace a todos miembros de Cristo, nos incorpora a la Iglesia y nos hace partícipes de su misión. “La Iglesia no es otra cosa que el “caminar juntos” del Pueblo de Dios y en su interior nadie puede ser «elevado» por encima de los demás. Al contrario, en la Iglesia es necesario que alguno «se abaje» para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino”, decía el Santo Padre hablando del sínodo.

Es maravillosa la vocación de los que fuimos ungidos e irremplazable la misión que tenemos tanto el interior de nuestras comunidades, como en sociedad. ¡Cuánta falta nos hace la unidad! La unidad en el matrimonio, en la familia, en nuestras comunidades y en la entera familia humana. El ungido es el artesano de la unidad, ha sido marcado y fortalecido para empeñar toda su vida en construir la unidad a semejanza del Dios Uno y Trino, a cuya imagen todos fuimos creados. En unos instantes más, los ungidos en el Orden Sagrado vamos a renovar nuestras promesas sacerdotales, delante de un Pueblo también de ungidos con el mismo santo crisma que nosotros. Que el Espíritu Santo nos renueve profundamente y nos conforte en nuestra misión de ser constructores de unidad en nuestras comunidades y con ellos en la sociedad.  

 

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 22-04-13 Homilía Misa Crismal, en formato de Word.