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MONS. ANDRES STANOVNIK

Celebración del Domingo de Ramos - Homilías

Corrientes, 2 de abril de 2023

Breve homilía para la Bendición de Ramos

Para comenzar la gran semana del cristiano, la liturgia nos propone la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Jesús entra a la ciudad aclamado por una multitud, que expresaba su entusiasmo como podía: algunos colocando sus mantos por donde pasaba Jesús, otros agitando sus ramos, y todos gritando: “¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!”

Hace unos meses, a eso de las tres de la tarde, una multitud confluía hacia la costanera de nuestra Ciudad, desbordada de alegría, gritando, cantando, agitando banderas argentinas, y dando rienda suelta al entusiasmo por el triunfo obtenido en el campeonato mundial de fútbol. En ambas exaltaciones triunfales, la de Jesús entrando a Jerusalén y la de la multitud en nuestra costanera, la pregunta que flotaba en el aire era quién es este, quiénes son estos.

Por lo que se refiere al equipo, la respuesta de quiénes son estos, se fue construyendo con el pasar de los días, en los cuales se resaltaba la sorprendente capacidad de trabajar en equipo, la admirada humildad de sus integrantes, la perseverancia y el temple para enfrentar la adversidad, entre otras cualidades. Creo que todos aprendimos algo de lo que nos falta, o al menos nos dimos cuenta un poco más de lo que carecemos para ganarle a los males que nos aquejan.

También Jesús representaba las expectativas más hondas de su pueblo, pero Él iba más allá o, mejor dicho, más a la raíz del mal que impedía el bienestar de su gente. No era solo la libertad frente al opresor y ni el exclusivo triunfo ante el agresor. La batalla que a la que se enfrentaba Jesús, acompañado de sus discípulos, era nada menos que contra el mal. Contra el mal no en un sentido genérico, sino en su realidad personalizada, es decir, contra el Malo que se encarna en el corazón de los hombres y mujeres, para impedir que triunfe la fraternidad, la justicia, la paz, en una palabra, la unidad en la pareja humana, en la familia, en el pueblo y entre los pueblos de la tierra, y el cuidado de la vida humana y de toda vida.

La procesión que vamos a realizar a continuación es expresión de nuestra fe y nuestro entusiasmo por Jesús. Pero, al mismo tiempo, es un testimonio público de nuestro compromiso por los valores evangélicos, que nos aseguran el triunfo de la verdad, la justicia, la fraternidad. Por eso, que también nosotros provoquemos la conmoción en la gente, para que esta se pregunte “Quién es este”, y nosotros respondamos, no solo con la pasión que sentimos por Él, sino con el testimonio de nuestro modo de obrar.

Dispongámonos, entonces, con alegría y humildad a expresar públicamente nuestra fe y adhesión a Jesús, a quien queremos acompañar hasta la Cruz, con la esperanza firme en el triunfo de su resurrección y de la nuestra con Él.

 

Homilía para la Misa del Domingo de Ramos

Con el Domingo de Ramos empezamos la Semana Mayor, que culmina con la celebración de la Resurrección de Jesús. La semana se abre con la lectura de la Pasión de Jesús, narrada este año por el evangelista San Mateo. La narración se detiene mucho en el juicio, plagado de falsos testimonios, que se le sigue a Jesús, al que, finalmente, condenan al suplicio vergonzante de la cruz, que se completa crucificándolo entre dos delincuentes. La triste figura del traidor aparece en escena a lo largo de una buena parte de la narración. Todo finaliza con la piadosa muerte y sepultura de Jesús y, en contraste con ese acto de piedad, el miedo de las autoridades que se aseguran con una guardia el sepulcro donde habían depositado el cuerpo de Jesús.

Los invito a recordar los dos gritos de Jesús antes de morir en la cruz. El primero: “Jesús gritó con vos fuerte (…) ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Y el segundo: “Entonces, Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, entregó su espíritu”. Imaginemos la potencia desgarradora de ese grito. Es Dios que grita para que escuchemos y comprendamos que es Él a quien hemos olvidado. Es el grito desgarrador que denuncia el terrible sufrimiento que provoca el mal que se enquista en el corazón de los hombres y devasta todo hasta producir la muerte. Pero es al mismo tiempo, el impresionante grito de la confianza total en Dios, en quien Jesús entrega su espíritu. Con la muerte de Jesús, algo oscuro y misterioso se ha roto definitivamente; y algo nuevo y luminoso se ha instaurado para siempre: la muerte de Jesús nos liberó del abismo del pecado y nos aseguró la esperanza de una vida nueva.

La liturgia del Viernes Santo concluye con el rito de la sepultura de Jesús y nos invita al silencio y a la contemplación del misterio más grande que ocurrió y sigue ocurriendo en la historia de los hombres y de la creación entera: Dios muere por amor para que los hombres y la creación entera se renueve desde sus raíces y se recupere sintiéndose amada por Dios hasta el extremo. En ese silencio, animémonos a escuchar el grito de Dios, que nos llama al encuentro con Él antes de que sea tarde. Además del descanso que nos proporcionan estos días, dediquémosle más tiempo a estar con Jesús, a dejarlo que Él nos hable y nos sacuda, tal vez, de nuestra modorra espiritual.

En este camino de mayor hondura espiritual nos acompaña la Madre de Jesús, que sabe de estar cerca y de cuidar a quien se confía a Ella. Dejemos brotar la gracia que fluye abundante de la muerte y resurrección de Jesús, como de una fuente inagotable y preciosa, y con esa fuerza amemos a nuestros hermanos, a todos, y junto con todos cuidemos la vida que ha sido confiada por Dios en nuestras manos. Que así sea.

 

 

NOTA: A la derecha de la página en Archivos, el texto como 23-04-02 Homilías Domingo de Ramos, en formato de Word.