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Homilía de la Peregrinación de los Trabajadores

San Cayetano, 11 de agosto de 2024

Hemos venido peregrinando desde la Rotonda de la Virgen hasta este Santuario con tantas cosas para agradecer a Dios y tantas otras para pedirle. Nuestra devoción al santo del pan, de la paz y del trabajo nos hace sentir que Dios nos escucha y sabemos que Él no abandona jamás a quienes ama. Así es. San Cayetano nos acerca a Jesús, a quien sostiene en sus brazos, para decirnos que abrazados a él y por él, todo se puede, que no hay ninguna crisis que no podamos superar si nos confiamos a Jesús. Por eso, junto con San Cayetano y como lo hizo él durante toda su vida, también nosotros prestemos atención, ante todo a la Palabra de Dios que hemos proclamado.

La primera lectura (cf. 1R 19,1-8) a primera vista parece extraña. Sin embargo, muestra cómo el profeta Elías, que hasta ese momento había tenido mucho éxito, ahora atraviesa una profunda depresión: todo se le vuelve en contra y hasta su propia vida está en peligro. ¡Cuántas veces nos pasa también a nosotros algo así! Sin embargo, Dios no abandona a Elías y él, a pesar de la desesperada situación en la que se encuentra, sigue confiando en Dios. Y esa confianza le ayuda a superar su profundo malestar. ¡Qué enseñanza formidable! Confiar, no desesperarse, Dios jamás abandona al que se confía en él.

En el Evangelio (cf. Jn 6,41-51) es Jesús quien habla. Se dirige a los incrédulos que no veían más allá de sus narices, incapaces de ver en Jesús al Dios que salva, que da sentido a la vida, que sacia el hambre más honda de la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Y esto es lo que comprendió San Cayetano y que hoy nosotros queremos llevarnos como compromiso. ¿En qué consiste ese compromiso? La respuesta la da el mismo Jesús, que viene de parte de Dios, y sabe que para vivir en serio hay que estar dispuesto a dar la vida. Ese es el pan vivo de Dios, que se parte en pedazos para fortalecer nuestro espíritu, para que también nosotros nos partamos como el pan en gestos de solidaridad, cercanía y amor efectivo al prójimo en necesidad.

San Pablo les escribía a los cristianos que vivían en Éfeso (cf. 4,30-5,2) precisamente eso: ya que creen y saben que Dios los fortalece con el Pan Vivo, no lo entristezcan, “que desaparezca de ustedes toda amargura, ira, enojo, insulto, injurias y toda clase de maldad. Sean bondadosos unos con otros, sean compasivos y perdónense mutuamente como Dios los perdonó en Cristo”. San Cayetano lo entendió muy bien, por eso no cerró su corazón a las necesidades de los más pobres y enfermos de su ciudad. Él mismo atendía a los pacientes de las enfermedades más repugnantes. Era un creyente fervoroso que, mientras rogaba a Dios que no se olvidara de los pobres y de los que se habían alejado de la práctica de la fe, ponía manos a la obra para atenuar tanto sufrimiento.

Nuestro santo nos enseña a suplicar la ayuda de Dios y, al mismo tiempo, con la fuerza de él en el corazón, estar dispuesto a juntarse y arremangarse para dar una mano siempre al que lo necesita; y no perder la esperanza cuando las cosas no salen inmediatamente como uno quisiera. Como el profeta Elías, perseverar en el camino, porque solo el que no desiste llega a la meta. Por eso, no nos desanimemos, agradezcamos de lo más hondo de nuestro corazón la fe en Dios que no nos abandona.

No nos cansemos de suplicar, confiados en la intercesión de San Cayetano, por el pan, la paz y el trabajo, suplicar esos dones tan esenciales para nuestra vida personal, familiar y social. Hoy la súplica por el pan y el trabajo se hace más intensa y dolorosa, porque son muchas las personas y familias a las que no les alcanza el salario para satisfacer las necesidades básicas de una subsistencia digna. La falta de pan y de trabajo comprometen la paz en la familia y en la sociedad. En el mundo del trabajo y de la política, solo la colaboración entre todos puede desactivar el odio y la lucha por eliminar al otro, método que jamás ha servido para dignificar la vida de nadie.

Como Iglesia nos sentimos cerca de los trabajadores y sus familias, especialmente cuando atraviesan situaciones de sufrimiento, humillación y angustia por no ser valorados en su dignidad de personas y de trabajadores. Miremos con frecuencia a nuestro Santo y hagamos nosotros todo lo posible por imitarlo. De poco nos sirve hacer una novena al santo, o levantarnos temprano para peregrinar hasta el santuario, si no estamos dispuestos a tratar bien a los familiares, a la esposa, el esposo, hijos, parientes, vecinos, compañeros de trabajo y al trabajador. Así, San Cayetano, como todo santo, por diversos caminos, nos enseña lo esencial del Evangelio, que el amor a Dios y al prójimo van de la mano.

Este año, en el que conmemoramos dos décadas del Congreso Eucarístico Nacional, que se celebró en Corrientes, nos hace bien recordar a San Cayetano como un gran promotor de la adoración y bendición con el Santísimo Sacramento; recomendó la comunión frecuente, como una fuente imprescindible de vigor espiritual, experimentada por él mismo, por eso decía: "No estaré satisfecho hasta que vea a los cristianos acercarse al Banquete Celestial con sencillez de niños hambrientos y gozosos, y no llenos de miedo y falsa vergüenza".

Bajo la dulce mirada de nuestra Tierna Madre de Itatí y junto a nuestro querido patrono San Cayetano, renovemos nuestra fe y que la misma nos haga sentir hambre del Pan de la Palabra y de la Eucaristía y, al mismo tiempo, nos comprometa a cuidarnos más unos a otros, y a ser más solidarios y fraternos con todos. Así sea.

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, como 24-08-11 Homilía de la Peregrinación de los Tabajadores, el texto completo de la homilía en PDF