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Diciembre de 2013
Mensaje de Navidad
Hay un hervidero de gente en las calles. Miran vidrieras, cargan paquetes y bolsas de comercio, caminan de prisa como preocupados por no llegar tarde a ninguna parte. Faltan pocos días para las fiestas. Este espectáculo, que se repite año tras año, me hace pensar en esa noche en la que Dios tomó la decisión de entrar personalmente en la historia de los hombres. A lo largo de los siglos fue preparando cuidadosamente a su pueblo para ese momento. Pero apenas un grupo minúsculo y socialmente insignificante se dio cuenta de su llegada: una mujer joven con su esposo, después algunos pastores y, por fin, unos sabios venidos de oriente. El resto de la humanidad continuó haciendo su vida. Sin embargo, algo inédito y definitivo sucedió esa noche: la bondad de Dios irrumpió en la historia de los hombres y cambió para siempre su rumbo.
La Navidad no la inventamos los hombres. Dios tomó la iniciativa e impuso su presencia bondadosa, humilde y tierna entre nosotros. La puerta abierta para que pudiera entrar fue María de Nazaret, totalmente libre y disponible para recibirlo en su seno, acompañada fielmente de su esposo José. Ella muy atenta, sin dejarse aturdir por los ruidos del espectáculo pasajero, ni por la ansiedad de qué cosa y de cuánto colocar en la mesa, contemplaba con asombro y estupor la manifestación de la bondad y la ternura de Dios, envuelta en pañales. Asombroso y conmovedor: Dios cercano, humilde, paciente, pobre y tierno… Al mirarlo despacio da ganas de ser bueno. María dio a luz a aquel sin el cual nada sería bueno, dijo un gran pensador hace más de mil años. ¡Cuánta necesidad tenemos hoy de encontrarnos con la fuente de esa bondad!
Navidad es familia, es encuentro, es volver a mirarnos y recuperar la confianza en nosotros mismos y en los otros. Necesitamos abrir la mente y el corazón para darnos cuenta de que Dios está cerca, que nos busca, como busca solo el que ama y desea acercarse al amado. Para eso debemos detener la agitación que nos zarandea de una cosa a la otra y sofoca el anhelo Dios que late en lo profundo de cada uno. Solo Él puede hacernos buenos y liberarnos de las esclavitudes que nos hacen infelices. La contemplación del pesebre nos marca el rumbo para superar el desencuentro, la injusticia, el odio y la violencia, peligrosamente instalados en el corazón de nuestra sociedad. Jesús nos muestra la hoja de ruta para afianzar los vínculos de amor y fidelidad en la pareja, de amistad entre los vecinos, de confianza y diálogo en los espacios públicos.
Alegrémonos. No estamos solos, Dios, lleno de bondad y misericordia, está definitivamente comprometido con la humanidad. Dejemos que su bondad toque nuestro corazón, lo ablande con su amor, y nos entusiasme a trabajar por una cultura del encuentro y la solidaridad. Que en esta Navidad nadie se sienta solo y abandonado de sus hermanos. Con un abrazo amplio y generoso les deseo a todos una santa y muy feliz Navidad.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes
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