ARCHIVO > PRENSA > NOTICIAS

Homilía en la Misa del 80º cumpleaños del Papa
Y mis aniversarios de Inicio de Ministerio en Corrientes y Ordenación Episcopal

Iglesia Catedral, 17 de diciembre de 2016

 
Nos hemos reunido para celebrar la eucaristía dominical, preparándonos a la venida del Señor en la Navidad ya próxima. En este contexto, recordamos con filial cariño al papa Francisco, que hoy cumple 80 años. Rezamos por él para que el Espíritu Santo lo sostenga, ilumine y consuele, en la enorme y delicada misión que Jesús Buen Pastor ha colocado sobre sus hombros. Desde nuestro humilde y noble rincón del planeta, le decimos que Corrientes católica se siente orgullosa de tenerlo como Pastor Universal de nuestra Iglesia; le enviamos un efusivo abrazo, le prometemos que seguiremos orando por él, y le deseamos que los cumpla muy feliz.

Quisiera destacar, ante todo, su figura de pastor cercano a la gente y su profunda sensibilidad y compromiso por los que sufren, sea en el alma sea en el cuerpo, lo cual revela en él ese corazón de Pastor, que sale a buscar la oveja que se había alejado, o cuya existencia corre peligro. Por otro lado, el Santo Padre manifiesta una aguda percepción y discernimiento del mundo que nos toca vivir. Con su actitud, nos enseña a valorar, en primer lugar, la belleza del ser humano creado por Dios en su inigualable diversidad de varón-mujer; a descubrir el lugar maravilloso en el que el Creador quiso que habitáramos sus hijos; nos encomendó la misión de cuidarlo y embellecerlo cada vez más. Y, al mismo tiempo, nos advierte con firmeza sobre los graves maltratos que sufren poblaciones enteras, y de la irresponsabilidad con la que tratamos la casa común que habitamos.

Por otra parte, en apenas unos años de pontificado, el papa Francisco ha provocado una profunda conmoción espiritual en toda la Iglesia, con sus gestos, su estilo pastoral y su pensamiento, cuyas principales líneas están plasmadas en tres grandes documentos: Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio), Laudato si (Sobre el cuidado de la casa común), y Amoris laetitia (La alegría del amor). Los tres escritos transmiten contenidos profundos y universales; en ellos podemos observar la valoración positiva que tiene el Papa del ser humano, de la historia y de la creación entera, como un maravilloso y esforzado proceso, en el que Dios está definitivamente comprometido con cada hombre y con cada pueblo, independientemente de su origen, cultura o religión. Es manifiesta su pasión por la unidad de todos los que profesamos la fe en Cristo, y su apertura y respeto por el diálogo con los que no creen. En síntesis, es ejemplar su entrega total y sin condiciones a Jesús, a su Iglesia y a su misión. Dios quiera que lo tengamos pronto entre nosotros y, de acuerdo con algunas informaciones extraoficiales, hasta podríamos tenerlo muy cerca y compartirlo junto con nuestros hermanos chaqueños.

Además, quisiera hacerles partícipes de dos alegrías personales: anteayer cumplí nueve años de la toma de posesión de esta Arquidiócesis; y ayer los quince años de mi ordenación episcopal; para continuar hoy con el cumpleaños del papa Francisco, de quien recibí la gracia de la ordenación episcopal, cuando él era todavía arzobispo de Buenos Aires. Me siento feliz de poder celebrar con ustedes estos acontecimientos y que lo podamos hacer alrededor de la mesa del altar.

Nuestra vida adquiere su verdadero y pleno sentido precisamente en la celebración del banquete eucarístico. Aquí es donde todos estamos unidos en Cristo: Él nos ha convocado, Él es quien preside esta mesa, y también Él quien nos alimenta con su Palabra, con su Cuerpo y con su Sangre. ¡Cómo no alegrarnos por tanta condescendencia de parte de Dios! Contemplando las obras que Dios realiza en nosotros y entre los hombres, no nos cabe otra cosa que dar gracias a Dios y reconocer con las palabras del salmista: “Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella”.

Doy gracias con ustedes por el don de la vocación sacerdotal, a la que me sentí llamado desde niño. Aquella frase: “si tuviera que empezar de nuevo, elegiría de nuevo el mismo camino”, expresa mi convicción más firme y, al mismo tiempo, hace que surjan de mi corazón sentimientos de profunda gratitud a Jesús por haberme elegido y llamado a vivir en este ministerio. Creo que esta experiencia es similar a la de muchos de ustedes, cuando por gracia de Dios pueden decir, por ejemplo, que, si tuviera que elegir de nuevo al compañero o compañera de mi vida, elegiría a la misma persona. Estoy seguro que esa elección la viven como don y, por consiguiente, con un profundo sentido de gratitud a Dios, que es el dador de todas las gracias.

Dar gracias, es reconocer humildemente que todo es don y que nada podemos atribuirnos a nosotros mismos. Francisco de Asís, que experimentó con mucha intensidad a Dios como el Sumo Bien, reconocía espontáneamente que todo lo bueno le pertenece a Él y de Él proviene, y que, por lo tanto, a nosotros no nos pertenecen sino los vicios y pecados (Rnb, 17). Por eso, la comunión con Jesús, que es quien nos ha llamado a vivir dando gracias y reconociendo que todo es un inmenso e inmerecido regalo de la bondad de Dios, nos lleva naturalmente a compartir lo que de Él hemos recibido. Ese bendito y misterioso intercambio se realiza en cada Eucaristía que celebramos: Dios, que se hace enteramente don para nosotros, nos hace participar de esa misma dinámica amorosa, invitándonos a que también nosotros nos hagamos todo don para nuestros hermanos. El banquete celestial, que es una hermosa imagen del fin de los tiempos, no es otra cosa que la realización plena de lo que ahora celebramos en los signos sacramentales.

Estamos viviendo estas cosas en el camino del Adviento, preparándonos para la venida de Jesús. Preparar quiere decir poner orden las cosas en vista de un acontecimiento próximo. En nuestro caso, se trata de disponer nuestra vida para el encuentro con el Señor que viene. Para eso, todos, también el obispo y los sacerdotes, necesitamos limpiar nuestra mirada, nuestro corazón y nuestras manos, para que todo nuestro ser esté preparado para ese encuentro, y responda a lo que Dios quiere. No sea que nos suceda lo mismo que al jefe de Israel, Ajab, que prefirió confiar en los cálculos humanos en lugar de poner su confianza en Dios. En lugar de mirar a Dios y confiar en él, optó por mirarse a sí mismo y confiar en el poder de sus propias manos.

Todo lo contrario de lo que hizo José, el prometido de María, cuando se enteró de que su novia quedó embarazada sin haber convivido con ella: a pesar de la evidencia que presentaban los hechos, José le creyó a Dios e hizo lo que Él le había mandado: se llevó consigo a María y la cuidó hasta el final. Ese cambio radical que hizo José, nos enseña dos cosas: la primera que es necesario escuchar a Dios y para eso es necesario tomarse tiempo. La oración es esa actitud interior de escucha, que nos abre el corazón y la mente para recibir la Palabra de Dios. Por eso, en este tiempo de Adviento, recemos más e invitemos también a otros a hacerlo. La otra cosa que nos enseña José, en el texto del Evangelio que recibimos, es que una vez escuchada y acogida la Palabra de Dios, hay que ponerla inmediatamente en práctica y asumir con serenidad y valentía sus consecuencias. Ni a José, ni a María y menos aún a Jesús, le fue fácil caminar en la presencia de Dios en medio de las tribulaciones. Ese mismo testimonio lo dan los santos, y tantos hombres y mujeres, niños y jóvenes, que prefieren ser fieles a Dios y coherentes con su fe cristiana, aunque con frecuencia tengan que padecer la burla y el desprecio de sus semejantes.

Para finalizar, deseo agradecer a Dios el testimonio valiente de fe que he visto en muchos de ustedes, tanto adultos como jóvenes y niños; un testimonio tantas veces vivido en el dolor y el silencio, ofrecido por amor a Dios, para la conversión de los pecadores, por los sacerdotes, y por las vocaciones sacerdotales y religiosas. El testimonio de santidad de esos hermanos y hermanas me hace mucho bien. Me encomiendo vivamente a esa ofrenda que hacen de la propia vida, y les pido que sigan perseverando con su oración por las vocaciones, por sus sacerdotes y por su obispo.

Al Santo Padre, nuestro querido papa Francisco, le reiteramos nuestro enorme cariño y admiración, y lo confiamos a los brazos de nuestra tierna Madre de Itatí.
 
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


NOTA: a la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA CUMPLEAÑOS DEL PAPA-ANIVERSARIO MONS. ANDRES, en formato de word.


ARCHIVOS