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Homilia Misa Crismal
Miércoles Santo, 31 de Marzo de 2010
Arzobispo de Corrientes, monseñor Andrés Stanovnik

Estamos celebrando esta Misa Crismal en el Año del Sacerdocio y en el marco del Centenario de la creación de nuestra diócesis. El Año sacerdotal es una buena ocasión para renovar la unción sacramental que recibimos con el orden sagrado. En él, Cristo salió a nuestro encuentro de un modo único, nos eligió y nos tomó para una misión, que es mucho más que cumplir algunas funciones religiosas: es una misión que compromete nuestra vida toda entera. Por la radicalidad propia que tiene la vocación sacerdotal, Cristo nos hace participar de su amistad en un nivel de intimidad muy especial. El Santo Padre Benedicto XVI, a propósito de esto, decía, “solo si está enamorado de Cristo, el sacerdote podrá enseñar a todos esta unión, esta amistad íntima con el divino Maestro, podrá tocar los corazones de la gente y abrirlos al amor misericordioso del Señor” . Y en Aparecida se dijo que: “sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia” .
También el Año jubilar arquidiocesano es un tiempo especial. En este tiempo, Dios nos visita con su entrañable misericordia y coloca delante de nuestros ojos –decíamos en la Carta pastoral– la Cruz de Jesús y la ternura de su Madre, para que contemplando esos dos amores, nos sintamos reconfortados en nuestra fe. Esa entrañable misericordia, que mana de la fuente inagotable del misterio de la cruz, nos viene mediante el ministerio de los sacerdotes. Estamos profundamente agradecidos a Dios por los sacerdotes que nos da, porque vemos en ellos un verdadero don para la Iglesia y para la humanidad.
Esta Misa, llamada “crismal”, que celebra el obispo con su presbiterio, es una manifestación de la comunión de los presbíteros con su obispo, y también de la misión que juntos tenemos en la Iglesia. En esta Misa el obispo consagra el santo crisma, con el que serán ungidos los recién bautizados, serán marcados los confirmados y se ungirán las manos de los presbíteros. Con el óleo de los catecúmenos, éstos se preparan y disponen para el Bautismo. Y con el óleo de los enfermos, éstos reciben el alivio en su debilidad. Queridos sacerdotes, pensemos un momento en nuestra condición de hombres ungidos, hombres cuyas manos fueron untadas con el santo crisma para la tarea de abrir el corazón del hombre y llenarlo de la presencia de Dios.
El sacerdote es un hombre ungido por Dios. ¿Qué quiere decir un hombre ungido? Unción no es una palabra que usamos con frecuencia. Sin embargo, cuando queremos expresar que una persona hace o dice algo con fervor, decimos: lo hizo con unción, es decir, con fervor, con entrega. La unción revela que esa persona se entrega entera a lo que hace. Por el contrario, lo opuesto a hacer las cosas con unción, es hacerlas distraídamente, con negligencia. Sería como si una persona no estuviera entera entregada a la tarea; dedicada sí, pero no del todo, una parte estaría en otra cosa. Podríamos decir que un hombre ungido significa que ha sido dedicado, consagrado, o con palabras más gráficas: alguien que ha sido “atado”, amarrado totalmente a una misión. Así nos acercamos mejor al significado verdadero de la unción sacerdotal: el hombre ungido por Dios es aquel que ha sido consagrado enteramente a su servicio.
Recordemos la primera invocación que dirigimos a Cristo en la Oración ante la Cruz de los Milagros: “Señor Jesucristo, venimos a consagrarnos a Ti”. Nos dirigimos a Jesucristo porque él es el “Consagrado”, el Ungido por excelencia, él es Cristo, de allí proviene la palabra “crisma”. Por eso, a los ungidos con el crisma en el bautismo, los llamamos “cristianos”. A partir de allí, el ungido es un ser consagrado, sellado para Dios. Cuando en la oración decimos que venimos a consagrarnos a él, le estamos diciendo que queremos vivir “atados” a él. En realidad, es Cristo quien nos atrae y despierta en nosotros el anhelo de consagrarnos totalmente a él, porque él se “consagró” totalmente a nosotros. En él encontramos luz para nuestra vida y por eso le pedimos que nos ilumine con su Espíritu…, para abrazarnos a su cruz y vivir en su amistad. Nosotros somos su pueblo ungido y sacerdotal, definitivamente “atado” a Dios. Ahora bien, de este pueblo el Señor elige, llama y unge a algunos hombres para consagrarlos enteramente al servicio de su Cuerpo que es la Iglesia.
Cuando Dios unge a un hombre para el sacerdocio ministerial, quiere decir que se ha apoderado de él, lo ha sellado y atado para siempre a su misión. Apoderado, quiere decir una persona que tiene poderes de otra para representarla y proceder en su nombre. Ese hombre, ungido por Dios, ya no vive para sí: “por ustedes” es la fórmula eucarística que marca definitivamente su entrega. El sacerdote es un hombre que tiene grabado sobre su ser la inscripción “entregado” , “entregado por ustedes y por muchos”. Su existencia es esencialmente hablando una existencia en relación. No es posible comprenderlo si no es en esa íntima relación de hombre ungido, es decir “atado” definitivamente a Cristo y “entregado” enteramente a los hermanos. Aquí está el fundamento sobre el cual el presbítero desempeña su ministerio inserto en una fraternidad presbiteral y en comunión jerárquica con su propio Obispo, de tal modo que se manifieste cada vez más la radical forma comunitaria de su tarea sacerdotal y sea ejercida efectivamente como una tarea colectiva, nos decía el venerado Papa Juan Pablo II .
En el marco del Centenario recordemos unas palabras que escribió, a propósito de la vida y ministerio sacerdotal, el primer obispo de nuestra diócesis, Monseñor Luis María Niella, en su primera Carta pastoral, del año 1911. Luego de hacer una consideración sobre al ministerio del obispo, enseguida, bajo el sugestivo título “Unión del clero”, se dirige a los sacerdotes y escribe: “nuestra primera mirada se dirige a vosotros, sacerdotes del Señor, amados e indispensables cooperadores nuestros, embajadores de Cristo, representantes de Dios, luz del mundo y sal de la tierra. El obrero en su taller, el comerciante en sus negocios, el sacerdote sacerdotalia tractat (se ocupa de las cosas que corresponden al sacerdote) (…) Desde el alba (…) hasta el ocaso (…) y aun en la noche el Omnipotente absorbe nuestra vida de tal suerte que, cumpliendo nuestros deberes, no nos queda tiempo para negocios y afanes seculares. “Nada contra Dios, nada sin Dios, nada sino Dios”: he ahí nuestro ideal. Tenemos ¡oh sacerdotes del Señor! un gran mandato que cumplir. Debemos formar esta nueva Diócesis, organizarla, santificarla, salvarla. (…) ¡Vayamos hermanos, hagamos nuestra obra, que el tiempo pasa, el galardón es eterno!” Hasta aquí Mons. Niella.
Por otra parte, mi amado predecesor, Monseñor Domingo S. Castagna, con motivo del Año Sacerdotal, nos viene entregando varias semblanzas de sacerdotes que se destacaron por sus virtudes y por su santidad. Con pluma de maestro y sabiduría evangélica muestra cómo esos hombres dejaron que la gracia de Dios los toque y cómo, al entregarse a ella enteramente, llegaron hasta el corazón de la gente no con la fuerza de sus propios dones humanos, sino comunicándoles esa íntima amistad con Cristo que ellos vivían intensamente. En nombre del presbiterio y del mío propio, deseo expresarte, Domingo, querido hermano en el episcopado, nuestra gratitud por tu presencia en medio nuestro y por tus valiosas aportaciones que enriquecen nuestra vida y ministerio.
En el año Jubilar, el pueblo católico de esta arquidiócesis, quiere decirle a sus sacerdotes que está orgulloso de ellos, que los ama y reconoce con gratitud su tarea pastoral y su testimonio de vida. Queremos valorar a nuestros sacerdotes no sólo por lo que hacen sino, sobre todo, por lo que son. Ante la presentación intencionalmente deformada que los grandes medios hacen de la vida y del ministerio sacerdotal, es importante saber que la inmensa mayoría de los sacerdotes son personas que viven dignamente su vocación y misión; que son hombres de oración y dedicados generosamente a su ministerio en muchas ocasiones con grandes sacrificios personales, pero siempre con un amor auténtico a Jesucristo, a la Iglesia y al pueblo, solidarios con quienes más sufren .
Con un recuerdo muy especial, queremos tener presente a nuestros sacerdotes ancianos y enfermos: entre ellos, al P. Rafael Ledesma. A los que están desempeñando su ministerio en otras diócesis y entre ellos recordamos al P. Joaquín Ruidíaz, quien limitado por su salud, realiza su ministerio en el sur de Chile. Hacemos una piadosa memoria de todos los sacerdotes fallecidos, especialmente de aquellos que marcaron con su palabra y con su ejemplo nuestro camino vocacional.
Todos unidos, invocamos a la santísima Virgen María junto a la cruz, Madre de los Sacerdotes, y le pedimos que nos sostenga en nuestra vida y ministerio sacerdotal, y nos proteja junto con nuestro pueblo, para que nos mantengamos firmes en la fe, seamos diligentes en la caridad de Cristo y fuertes en la esperanza. Así sea.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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