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Mensaje de Pascua – Año jubilar 2010
“Y las mujeres recordaron sus palabras…” (Lc 24,8)


La Iglesia proclama gozosa “¡Cristo resucitó!” Ésa es su memoria viva, como la de aquellas mujeres que fueron al sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor Jesús (Lc 24,3). Memoria que la Iglesia predica, celebra y vive con alegría y en esperanza. Dichosos los que por la fe sabemos que no hay que buscar entre los muertos al que vive, no está allí: ¡Ha resucitado! (cf. Lc 24,5-6). Ahora vive para siempre a la derecha del Padre y, al mismo tiempo, está con nosotros hasta el fin de los tiempos (Mt 28,20).

Nuestra Iglesia arquidiocesana –en plena celebración jubilar– siente con mayor intensidad ese anuncio pascual. Nuestro gran Jubileo es Jesucristo muerto y resucitado. Él es para nosotros vida plena y felicidad, en él creemos, lo escuchamos y a él queremos seguir. El camino hacia el sepulcro que hicieron aquellas mujeres el primer día de la semana, muy temprano (cf. Lc 24,1), al encontrarlo vacío, se convirtió en camino de esperanza. Con el testimonio de esas mujeres, la Iglesia recuerda gozosa aquellas palabras: “No está aquí, ha resucitado”. La fuente de la verdadera alegría para el que cree es la presencia viva de Jesús.

En la Oración ante la Cruz de los Milagros exclamamos: ¡Jesucristo, vida y esperanza nuestra! En ese signo reconocemos que somos una realidad comunitaria, de la cual surge también una fe y una esperanza común. Ante el inmenso amor de Dios que se revela en Jesucristo, la vocación de los seres humanos no podrá ser jamás un rejunte de seres vivos, sino una verdadera familia humana. ¡Dichoso el pueblo que nació al pie de una cruz, a orillas del Paraná, hace más de cuatro siglos! Ese pueblo nació con vocación de familia; pueblo bañado por la sangre amorosa de Jesucristo, que ahora resucitado y peregrino camina con nosotros hacia el encuentro definitivo con Dios.

Abracémonos al Árbol de Vida, representado en la cruz –signo providente de los orígenes de nuestro pueblo– y dejémonos tocar por el amor sin límites que brota de él. El abrazo con Jesús cambia nuestro corazón y lo hace amigo de Dios y de los hombres. Esa transformación es posible, no porque la podamos hacer nosotros, sino porque Dios puede y quiere hacerlo. Ese abrazo nos saca de estar encerrados en nosotros mismos y desconfiar de todos; en cambio, nos da una mirada más universal y nos fortalece para actuar en bien de todos, especialmente de los más pobres y de los que más sufren.

Es maravilloso poder decir que Dios existe. Nos llena de paz y de gozo sentirlo tan cercano y tan definitivamente comprometido con nuestra condición humana. María de Itatí, con su ternura de madre, nos lo hace aún más cercano. Esto fortalece nuestro compromiso cristiano y nos convoca a la misión de construir una convivencia en amistad social, más justa y fraterna.

Al celebrar el Centenario de la creación de nuestra Diócesis, comparto con todos ustedes la dicha de pertenecer a un pueblo que cree en Dios, que tiene su esperanza puesta en Jesucristo y se siente animado por el Espíritu Santo. ¡Santas y muy felices Pascuas para todos!
Mons. Andrés Stanovnik

Arzobispo de Corrientes

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