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Homilía de la Ordenación Sacerdotal
del Diácono Daniel Alejandro Masares
Corrientes, 7 de mayo de 2010

Hoy estamos muy contentos, porque en esta Misa vespertina de la Fiesta de Nuestra Señora de Luján, Patrona de la República Argentina, vamos a ordenar sacerdote al diácono Alejandro Daniel, hijo de esta comunidad de San Pantaleón. Realmente, afortunados nosotros que podemos contar con un nuevo sacerdote para estos tiempos que nos toca vivir. Dejemos por un momento las cosas negativas que nos duelen y entristecen. Veamos mejor las señales de consuelo que Dios nos envía, para levantarnos el ánimo y darnos fuerza para vivir con alegría nuestra fe católica.
En primer lugar, el Centenario de la creación de nuestra diócesis y las celebraciones que estamos haciendo, sobre todo la visita de la Cruz y de la Virgen, que recibimos en nuestras casas y que llevamos también a las instituciones. Esa visita renueva nuestro espíritu y nos hace más buenos. Estamos en vísperas de los festejos por el Bicentenario de nuestra Patria, otro signo que nos llena de esperanza. Mañana, en el Santuario de Nuestra Señora de Itatí va a estar representada toda la región del NEA. Allí encenderemos una vela como signo de vida y esperanza para nuestra Argentina. Con ese gesto nos sentiremos en comunión con los hermanos todo el país, elevando juntos una súplica por nuestra Patria, por sus gobernantes y por todo nuestro pueblo, inspirados por el lema “Con María, construyamos una patria para todos”.
A estos signos se añade uno muy particular, porque toca el corazón mismo de nuestra celebración: el Año Sacerdotal. El Santo Padre –al proclamarlo– quiso que este año nos ayudara a los sacerdotes a una profunda renovación interior, para que nuestro testimonio en el mundo de hoy sea más intenso y más incisivo. Pensemos que si la santidad de un fiel cristiano suscita un nivel de vida más humano incluso aquí en la tierra (cf. LG, 40), mucho más lo hará el sacerdote cuando vive con fidelidad su misión. Por eso, el lema que se propuso para el Año Sacerdotal es: “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”. La vida de todo fiel cristiano empieza por Cristo, continúa con él y finaliza en él. De un modo muy especial y propio, la vida y la misión del sacerdote. El sacerdote no puede construir su fidelidad si no es en la fidelidad de Cristo. Por eso necesitamos volver a él siempre, redescubrirlo de nuevo, enamorarnos cada vez más de él, porque sólo un sacerdote enamorado de Cristo puede contagiarlo luego a los demás.
Por eso, el día de la apertura del Centenario exclamamos gozosos: ¡Jesucristo es nuestro Jubileo! Esa confesión de nuestra fe nos ayuda a centrar toda nuestra vida –familiar, eclesial y ciudadana– en él. En particular, a nosotros sacerdotes, confesar que Jesucristo es nuestro jubileo, significa, por una parte, que él –Jesucristo, Buen Pastor, Sumo y Eterno Sacerdote–, es el único centro de nuestra vida y de nuestra misión. Y, por otra parte, que él es la causa principal de nuestra alegría. El Año sacerdotal es una ocasión extraordinaria para dar gracias a Dios por esta maravillosa vocación a la que él nos ha llamado y una oportunidad única para pedirle, junto con nuestro pueblo, que nos enseñe a ser más de él y a entregarnos más generosamente a servicio de su Iglesia.
Querido Daniel, el lema que elegiste para iluminar tu sacerdocio está en perfecta consonancia con todo esto: “Para amar y dar la vida con los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Jn 15,12-13; Fp 2,5)”. Esta frase no tiene nada de sentimental. Al contrario, es de una ternura sublime, insuperable. Con los mismos sentimientos de Cristo Jesús es como decir con la entrañable misericordia de nuestro Dios (Lc 1,78). Pero para comprender esa “ternura misericordiosa”, es preciso contemplarla con los sentimientos de Cristo y estar dispuesto, como él y con él, amar y dar la vida. Sólo si se está dispuesto a amar hasta ese límite, se comprende la fortaleza de los sentimientos de Cristo Jesús y, al mismo tiempo, su entrañable ternura.
La expresión máxima de la ternura de Dios la encontramos en el Evangelio de hoy, brevísimo, pero con un mensaje de alta densidad espiritual. A punto de entregar la vida, Jesús nos revela cuáles son los nuevos vínculos que deben reinar entre los hombres. “Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa”. Esa nueva relación nace del costado abierto del Salvador, que ama y da la vida hasta el extremo. Sentimientos de infinita ternura que puede provenir sólo de un amor que se entrega hasta el final. No podemos dejar de mencionar la hermosa invocación con la que nos dirigimos a María de Itatí: “Tiernísima Madre de Dios y de los hombres”. La ternura de la Madre de Jesús alcanzó su punto más alto al pie de la cruz de su Hijo. Allí Dios la fortaleció en el amor y así la hizo tiernísima para él y para todos los hombres.
También los sacerdotes debemos madurar nuestra vida y ministerio a los pies de la cruz de Jesús. El sacerdote, que fue llamado para estar con él, debe reflejar sus mismos sentimientos en el trato con la gente. Con su vida ejemplar, va a acercar a los hombres a Dios mucho más que con sus palabras. También el ministerio de presidir la Eucaristía y administrar los sacramentos, especialmente la Reconciliación, tendrá una eficacia mayor si vive con fidelidad su vida. Pero para ello, deberá identificarse con lo mismo que está llamado a hacer y que sólo él puede hacer: celebrar la misa y confesar. De igual modo, la fuente para su espiritualidad sacerdotal y para la fortaleza de su caridad pastoral, la encontrará sobre todo en la Eucaristía y en el Sacramento de la Reconciliación.
Por último, el sacerdote, precisamente porque es alguien que fue constituido por su especial y propia vinculación con Cristo, es un hombre esencialmente comunitario, y como tal está llamado a unir a los hombres con Dios y entre sí. Los argentinos, que tenemos gran parte de nuestra dirigencia con enormes dificultades para dialogar y entenderse, necesitamos sacerdotes con gran capacidad de relación humana. Sacerdotes, hombres de Dios, con capacidad para escuchar, soportar y tener paciencia; para estar cerca, acompañar y enseñar cómo se hace para unir voluntades, para ser solidarios y participar activamente en los proyectos de la comunidad. Así la comunidad cristiana se hace verdadera escuela donde aprendemos a compartir y también a ejercer la autoridad al servicio del bien de todos, dando preferencia siempre a los más pobres y necesitados.
Que María, junto a la Cruz, perfecta discípula de su Hijo y Madre de los Sacerdotes, te enseñe a estar con él y aprender a tener sus mismos sentimientos, para que tu vida y tu ministerio reflejen cada vez más el corazón de Jesús Buen Pastor. Él te eligió como instrumento suyo para que fortalezcas los vínculos de sus hijos con Dios y entre ellos, y guíes a su Pueblo peregrino, en comunión con tu obispo y en fraterna amistad con tus hermanos sacerdotes, por los caminos de la patria terrena hacia la Patria definitiva en el Cielo.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes


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