PRENSA > HOMILÍAS

Saludo a la Imagen de Nuestra Señora de Itatí
Itatí, 16 de julio de 2010, a las 00.00, en el atrio de la Basílica

Te saludamos Madre de Itatí, con el nombre más hermoso que puede darte un corazón que te ama: “Tiernísima Madre de Dios y de los hombres”. Esta noche, en medio de la oscuridad y el frío, vemos cómo resplandece tu hermoso rostro, todo inundado de la entrañable misericordia de nuestro Dios. Sos tiernísima Madre, porque Dios te quiso hacer así y vos te dejaste modelar por la acción amorosa de su voluntad. Toda vos nos hablas de Dios. Mientras contemplamos tu mirada serena y tus manos suplicantes, sentimos que la inmensa ternura de nuestro Dios se derrama suave y cálida sobre nuestra vida. Nos conmueve en lo más íntimo de nuestro ser experimentar que Dios nos ama entrañablemente y que por tu poderosa intercesión ningún peregrino, que humildemente recurre a vos, queda sin respuesta.

Hoy, al contemplarte como la Pura y Limpia Concepción, amada por Dios como criatura humana, nos conmueve saber que Dios se revistió de tu carne y te respetó en tu hermosa naturaleza de mujer, como el mismo te creó. ¡Qué inmenso y profundo es el amor y el respeto que Dios tiene por nuestra naturaleza humana! A pesar de haberla oscurecido nosotros por el pecado, él no se apartó de nosotros, al contrario, nos abrazó haciéndose uno de nosotros, y tomando cuerpo de varón. Hoy, en medio de una gran confusión sobre la identidad del ser humano, contemplemos serenamente la maravillosa obra que Dios hizo en María, cuando ella aceptó que fuera su Madre. Sólo un amor así, que respeta el don natural del cuerpo y que lo asume con amor, puede engendrar vida verdadera. Hoy más que nunca, querida Madre de Itatí, necesitamos contemplarte y pedirte que estés cerca de nuestro pueblo, lo cuides y protejas de una dirigencia que, en su mayoría, se revela tan escasa de sabiduría y tan negada de grandeza.

Sin embargo, a pesar de los tiempos confusos que vivimos, tan poco favorables a los grandes valores que sustentan el matrimonio entre varón y mujer –única base sólida para construir la familia–, y ambos, fundamentos irremplazables para el progreso espiritual y material de un pueblo, vos, tierna Madre nuestra, estás definitivamente en el centro de nuestros corazones, como un potentísimo faro que ilumina nuestra historia. Nos sentimos muy felices por eso y muy agradecidos a Dios, porque nos hizo ese maravilloso regalo de tu vida. Estás en el centro, pero vos misma, con mucha ternura y al mismo tiempo con mucha firmeza, nos estás diciendo que no sos el centro. Estás junto a la cruz de tu Hijo. Él es el centro: allí está el amor de Dios entregado hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Por eso, acércanos, con tu mano tierna y firme, hacia la cruz de tu Hijo Jesús, y enséñanos a abrazarla con amor y sin miedos. Ayúdanos a estar de pie con vos junto a la cruz y concédenos un gran amor a tu Divino de Jesús. La amistad con él nos da un corazón puro, humilde y prudente, para respetar a todos, pero también para saber qué está bien y qué está mal, y aprender a rechazar lo que está mal sin ofender ni herir la dignidad que todo ser humano se merece. El amor a tu Divino Hijo Jesús, nos hace pueblo peregrino, que siente sus raíces profundamente arraigadas en Dios. Por eso, el verdadero peregrino se convierte en misionero de una cultura de la vida y del amor, se compromete a vivir fiel en el matrimonio –constituido por una mujer y un varón–, responsable en la familia, honesto en la función pública y siempre dispuesto a participar activamente en todas las iniciativas que promuevan relaciones más justas, más fraternas, y más respetuosas entre todos.

Los invito a rezar juntos la oración más hermosa que recibimos como regalo de nuestros padres y abuelos, con mucho fervor suplicando a María de Itatí, junto a la Cruz, que extienda su manto de ternura sobre nuestra Iglesia arquidiocesana que celebra su jubileo, sobre los peregrinos y devotos que vienen en camino hacia este santuario, y sobre todo nuestro pueblo argentino: “Tiernísima Madre de Dios y de los hombres…”

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

ARCHIVOS