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HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN
Y EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA DIÓCESIS DE OBERÁ
Oberá, 15 de agosto de 2010

Nos hemos reunido para celebrar la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma a los Cielos, así como rezamos en uno de los misterios gloriosos del Santo Rosario. Al mismo tiempo, este día coincide con el primer aniversario de la creación de la Diócesis de Oberá, acontecida el 15 de agosto de 2009. Al contemplar hoy a María, asunta a los Cielos, se asocian en nuestros corazones dos sentimientos: la alegría del primer aniversario y el dolor por la pérdida inesperada y trágica de nuestro primer obispo, Mons. Víctor Arenhardt, cuyos restos reposan en esta iglesia catedral. Sin embargo, ambos sentimientos se encuentran en el consuelo y la esperanza que nos invade al contemplar la obra maravillosa que Dios hizo en María, anticipo de lo que va a suceder con los que creemos en Jesús. Veamos cómo la Palabra de Dios nos da luz y nos anima a vivir en la esperanza, que ya vemos plenamente realizada en María.
La primera lectura del libro del Apocalipsis nos revela la victoria final de Dios sobre las fuerzas del mal. Esa victoria se cumplió en María, mujer vestida de sol, que ahora es símbolo de la Iglesia Madre. Esta Iglesia, como María, amada tiernamente por Dios, está llamada a continuar el doloroso proceso de alumbramiento de Cristo, hasta llegar a la consumación final. El aniversario que estamos celebrando hoy es un llamado de Cristo a nuestra Iglesia, esposa suya, para que asuma con nuevo ardor este paciente y sufrido parto de dar a luz un mundo nuevo, diferente, más parecido a lo que Dios soñó cuando salió de sus manos y lo confió al cuidado del hombre.
A nuestra Iglesia de Oberá podemos aplicar las palabras que dijo recientemente el Santo Padre, refiriéndose a toda la Iglesia: nuestra Iglesia sufrida, se mantiene joven y está alegre. La juventud y la alegría de la Iglesia tienen su fuente en el Espíritu del Resucitado, que es espíritu de vida, de alegría y de esperanza. El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma a los Cielos nos llena de esperanza y, al contemplar la maravillosa obra de la redención que se consumó en María, nos colma también de alegría.
En la segunda lectura, san Pablo nos recuerda que la resurrección de Cristo es garantía de la resurrección de los que creen en él. Él es nuestra esperanza y con él tenemos la certeza de que la muerte no es el fin del hombre, sino la vida plena donde Cristo reina para siempre. Por eso, nuestra Iglesia jubilosa por el primer año de vida que hoy se cumple, arde en deseos de ser más fiel a Cristo y, con su gracia, ser más misionera de la vida verdadera, que es él mismo.
El Evangelio nos ofrece hoy el Magnificat, hermoso canto que manifiesta el gozo María también en el acontecimiento de la Asunción. El misterio de la Asunción de María, cuyo cuerpo no sufrió la corrupción del sepulcro, nos habla de la unidad esencial que hay entre cuerpo y alma en la persona humana. El cuerpo que recibimos no es materia para que hagamos de él una construcción arbitraria. El cuerpo es un don que recibimos y que estamos llamados a consagrar. Lo consagramos en la medida que colaboramos con Dios, de quien lo hemos recibido, con el fin de perfeccionarlo y hacerlo más parecido a Dios, de quien somos imagen. Por eso, creados a su imagen, cuanto más cerca de él estemos y más consagrados a él vivamos, más humanidad y vida plena se derramará en nosotros y a través nuestro hacia los otros. Contemplar a María, asunta al Cielo, nos llena de esperanza y nos asegura el rumbo correcto que debe tomar nuestra peregrinación terrestre.
El acontecimiento de la Asunción de María nos da mucha luz para ver lo que sucede en la vida íntima de la Iglesia. La Iglesia, como María, no puede resistirse a la entrañable ternura de nuestro Dios, que la visita y desea hacerla suya para siempre. Al aplicarlo a cada uno de nosotros, miembros vivos de la Iglesia, experimentamos esa realidad en el encuentro con Cristo, que en este aniversario desea manifestarnos su cercanía y su amistad. El jubileo es esa alegría que provoca la visita del Señor. Aquel que se deja visitar, abre las puertas de su casa y de su corazón, y se dispone para el encuentro. Por eso, este aniversario es una nueva oportunidad para reconciliarnos con Dios y con los hermanos. La visita acerca a las personas, las hace más amigas y las reúne para celebrar el encuentro. Este acercamiento y encuentro, que nos hacen tanto bien, nos ayuda a pensar el aniversario como un acontecimiento que adquiere verdadero significado en la celebración eucarística. Por ello, el aniversario de nuestra Iglesia tiene una esencial dimensión eucarística y de acción de gracias por las maravillas que Dios realiza constantemente en ella. Este encuentro, que es también sacrificio, porque nos consagramos a Dios así como él se ofreció totalmente por amor a nosotros, no se cierra en sí mismo y no queda sólo entre los que celebramos, sino que se transforma en misión, en deseo intenso de hacer que muchos conozcan a Jesús, participen en la fiesta del encuentro eucarístico y se sientan convocados a construir juntos una sociedad más justa y más fraterna para todos.
El centro del aniversario que celebramos es Jesucristo, muerto y resucitado, nuestra victoria, vida plena y felicidad para los que creemos en él, lo escuchamos y seguimos. Él ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y esperanza, decíamos en Aparecida. María, glorificada en toda su persona, canta gozosa el Magnificat, y nos anima a poner toda nuestra esperanza en el Señor Jesús, y a renovar nuestro compromiso de seguir sus pasos. El sentido común nos dice que el primer paso determina la orientación del camino. Si se empieza contemplando a Dios, se puede ver la realidad como él la ve, y entonces todo lleva a un mayor encuentro con él, con los otros y con las cosas. En ese sentido, el pensamiento del Santo Padre nos ilumina cuando advierte que “antes que cualquier actividad y que cualquier cambio del mundo, debe estar la adoración. Sólo ella nos hace verdaderamente libres, sólo ella nos da los criterios para nuestra acción. Precisamente –concluye constatando el Papa– que en un mundo, en el que progresivamente se van perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración.” Esa adoración es auténtica y fecunda si nos une más íntimamente a Jesús vivo y presente en la Eucaristía; y, a la vez, nos lleva a un encuentro más sincero y profundo con los hermanos. Celebrar el aniversario es un llamado amoroso de Jesús a su Iglesia para que se adhiera más a él y se asemeje cada día más por el testimonio de sus miembros.
Por ello, quisiéramos que este primer aniversario de nuestra Diócesis, despertara en todos nosotros profundos anhelos de ser más santos, hombres y mujeres que se reconozcan por el testimonio valiente de su fe, por vivir alegres en la esperanza, generosos en la caridad, y abiertos y respetuosos con todos. Que la bella imagen de Nuestra Señora del Acaraguá y Mbororé, en la que se representa el misterio de la Asunción, e inspirados en el lema que iluminó la vida y tarea pastoral de nuestro primer obispo, ella nos ayude a esperar en la fe, la obediencia y el servicio, la llegada del nuevo pastor. Así sea.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes
Administrador Apostólico de Oberá

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