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Homilía para la fiesta de san Pantaleón
Corrientes, 25 de julio de 2010

La novena y la fiesta del mártir san Pantaleón tiene este año un significado muy especial: estamos celebrando a nuestro santo patrono y protector en el Año del Centenario de la creación de nuestra diócesis. Al mismo tiempo, nuestra fiesta patronal coincide con el inicio del Bicentenario de nuestra independencia. Nos hará bien preguntarnos cuál es el mensaje que nos deja nuestro santo patrono para esa fecha patria. Pero recordemos primero el jubileo de nuestra Iglesia centenaria, para el que nos fuimos preparando durante tres años. Para cada año habíamos destacado un aspecto del lema: discípulos y misioneros de Jesús, con María de Itatí, junto a la Cruz. Además, en esos años de preparación nos fue acompañando la figura de san Pantaleón –verdadero discípulo y misionero de Jesús–. Su profunda experiencia de fe y de amor a Jesús y a la Iglesia nos ayudó a rezar y a pensar nuestra vida. Nos conmovió también su ejemplo de amor al prójimo, su generosa dedicación a los enfermos, y su atención a los necesitados tanto de alivio material como espiritual.

Los santos –como sabemos– son amigos de Dios y, como verdaderos amigos, están cerca de él. Eso no los aleja de nosotros. Al contrario, justamente por su especial familiaridad con Dios, están muy cerca de nosotros. Ellos viven ahora con Dios en plenitud aquello que buscaron vivir durante su vida terrena. El médico Pantaleón era un hombre profundamente creyente, practicó su fe católica, amó a la Iglesia y se entregó con alma y vida a socorrer a los enfermos y a los pobres. Eso lo hizo ya en vida: fue un verdadero amigo de Dios y de los hombres. La profunda amistad que Pantaleón cultivó con Jesús lo hizo misionero de la salud de las almas y de los cuerpos de sus hermanos. Por eso, lo que el mártir y médico Pantaleón fue en vida –un verdadero amigo de Jesús y de los hombres– lo sigue siendo ahora desde el cielo, con mucha más eficacia, porque vive en plenitud esa amistad y unión con Dios y con nosotros.

La Iglesia nos enseña dos cosas sobre la vida de los santos. Los santos interceden ante Dios por nosotros y por nuestras necesidades; y ellos, con el ejemplo de su vida cristiana, nos enseñan cómo debemos vivir para agradar a Dios, para hacer el bien a los demás y para ser felices. Entonces, lo primero que hacen los santos por su especial cercanía con Dios, es interceder ante él por nosotros. Dios nos escucha por medio de los santos. Los santos le hablan a Dios de nuestras necesidades. Sin embargo, lo mejor que ellos nos consiguen de Dios, es lo que ellos mismos descubrieron como lo más importante en la vida: descubrir que Dios es Padre y que nunca abandona a sus criaturas. La primera lectura de hoy nos relata cómo Abraham intercede ante Dios para que el pueblo de Sodoma no sea destruido. Y en el Evangelio escuchamos ese hermoso pasaje donde los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a rezar. Lo primero que Jesús les enseña a decir es: Padre nuestro. Dios es Padre bueno y misericordioso, que ama entrañablemente a sus criaturas. La prueba más grande de su amor, la contemplamos en Jesús, cuerpo entregado y sangre derramada, hasta el extremo por amor a nosotros. Allí, en el signo de la Santísima Cruz de los Milagros, se nos revela el punto máximo al que llegó la entrañable misericordia de nuestro Dios. Junto a la cruz está María: ella comprendió, mediante el sufrimiento extremo –compartido con su Hijo– la infinita ternura de Dios, que la convirtió en Tiernísima Madre de Dios y de los hombres. Lo más importante que san Pantaleón hace por nosotros es interceder ante Dios para que lo conozcamos y vivamos intensamente como Padre bueno y misericordioso.
La segunda cosa que nos enseña la Iglesia sobre los santos es mirar e imitar el ejemplo de sus vidas. Los santos son hombres y mujeres que, como lo hace todo el mundo, buscaron ser felices y encontraron el camino para serlo. No hay ningún santo o santa triste. El secreto de ellos fue que no buscaron la felicidad para sí mismos, sino para los demás. Y esa sabiduría la descubrieron en la cruz de Jesús, o mejor dicho, en Jesús, quien les enseñó el camino de la cruz: camino del amor verdadero, cuya autenticidad se manifiesta en los gestos reales y concretos de dar la vida por los otros.

La felicidad de los santos fue dedicarse hacer el bien al prójimo y a la sociedad. Así fueron, al mismo tiempo, grandes amigos de Jesús y extraordinarios colaboradores del progreso espiritual y material de la sociedad. Por eso no hay santos que no hayan sido buenos ciudadanos, personas comprometidas con su comunidad. Pensemos cuánto bien hizo Pantaleón como médico, sobre todo a aquellos enfermos que la sociedad de su tiempo descartaba. Pensemos el consuelo que llevó Pantaleón a los enfermos, no sólo cuando curaba los cuerpos, sino sobre todo cuando les prodigaba alivio espiritual, los animaba y fortalecía en su fe. Eso lo puede hacer sólo alguien que vive muy cerca de Dios y anhela sólo cumplir su voluntad. Únicamente una persona así, llena de Dios, puede llevarlo luego a los demás, porque nadie da lo que no tiene. Entonces, los santos, a la vez que interceden por nosotros ante Dios como amigos suyos, son también un gran ejemplo de vida para nosotros. De poco nos valdría rezarle a san Pantaleón y pedirle la gracia que se necesita, si no estamos dispuestos sinceramente a vivir mejor nuestro amor al prójimo.

Esto nos lleva a otra fecha importante que estamos viviendo: el Bicentenario de nuestra Independencia. Alguien podría preguntarse qué tiene que ver el Bicentenario con san Pantaleón. En realidad, tiene mucho que ver, probablemente mucho más de lo que nos imaginamos. Recordemos, por ejemplo, lo que dijimos los obispos cuando pensamos en esa fecha patria: “Con vistas al Bicentenario 2010-2016, creemos que existe la capacidad para proyectar, como prioridad nacional, la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de todos. Anhelamos poder celebrar un Bicentenario con justicia e inclusión social”. ¿Qué hizo el médico Pantaleón con su compromiso de amor al prójimo, sino incluir a los enfermos y a los pobres que estaban al margen de la sociedad de su tiempo? La Madre Teresa ¿qué hizo con los seres humanos abandonados y moribundos en las calles de Calcuta? Los hizo sentir personas dignas de ser amadas, a muchas de ellas en las últimas horas que les quedaba de vida. No hubo ningún santo que no “hiciera patria” –como se suele decir cuando alguien hace algo importante por los demás–. Además, lo siguen haciendo como amigos de Dios y como faros luminosos que nos enseñan que el Amor a Dios nunca se puede vivir sin ocuparse realmente del prójimo, especialmente de los que más lo necesitan.

Es muy importante el mensaje que nos deja san Pantaleón con su testimonio de intenso amor a Dios y a la Iglesia y, en consecuencia, con su vida entregada a aliviar el sufrimiento de los hombres. La vida de nuestro santo nos está diciendo que Dios está cerca y definitivamente comprometido con la historia de los hombres y con cada uno de nosotros. La cercanía de Dios –que alcanzó su plenitud en Jesús– muestra el profundo respeto que Dios tiene por nuestra condición humana en su maravillosa originalidad natural de varón y mujer, por haberla asumido y hecho parte de su misma vida. En Dios, no en cualquier dios, sino en el Dios cristiano hay, definitivamente, sólo varón y mujer, que hace que el amor sea verdaderamente recíproco, fecundo y esté abierto a la vida. Cuando Dios los creó en esa única y original distinción –leemos en la Sagrada Escritura– “miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno” (Gen 1,31). El Dios de Jesús, en el que creyó san Pantaleón, es un Dios enamorado de su creación, que actúa siempre a favor de la vida y de la felicidad de los seres humanos, y nunca en contra.

Nuestro santo patrono nos enseña que las cosas de la tierra se iluminan desde el cielo. Por eso, la verdadera devoción, debe llevar al cristiano a vivir más integrado a su comunidad y participando activamente en ella. Debe ser un miembro vivo de la Iglesia y, al mismo tiempo, un ciudadano más comprometido con su barrio y un colaborador activo en las iniciativas solidarias que se llevan a cabo en la comunidad. En resumen, el verdadero devoto de san Pantaleón, siguiendo el ejemplo de su vida, ama intensamente a Jesús y a la Iglesia, y se esfuerza por ser un buen cristiano y un ciudadano responsable, que conoce sus derechos y cumple con sus obligaciones.

Los santos son un don muy grande para la Iglesia y, al mismo tiempo, un beneficio enorme para la sociedad. Allí donde florece la devoción a un santo, hay crecimiento espiritual y también progreso material, porque la presencia amiga de los santos y santas promueve lazos de amistad y de solidaridad entre la gente. Por eso, a la vez que suplicamos a Dios, por intercesión de san Pantaleón, la salud física y espiritual para nuestros enfermos, le pedimos que nos dé a todos un corazón grande y generoso para ver el rostro de Jesús sufriente en las necesidades de nuestros hermanos y fortaleza para atenderlos y amarlos como si fuera a él mismo. Así sea.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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