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Homilía de la Misa de la Sagrada Familia Corrientes, 26 de diciembre de 2010

El Evangelio nos relata las circunstancias difíciles que atravesaron José, María y el Niño, ante la amenaza de los poderosos: primero Herodes –el de la matanza de los inocentes– que provocó la huida de la Sagrada Familia a Egipto; luego, al regresar, con el peligro que representaba el hijo de Herodes, Arquelao, entonces en el poder, tuvieron que buscar refugio en una región vecina. En ese contexto de inseguridad y peligro, el relato evangélico resalta la figura de José, mostrando su personalidad firme y decidida. En efecto, en medio de la persecución, José, esposo fiel y padre responsable, no duda en tomar al niño y a su madre, e irse al exilio. El texto evangélico también destaca la familiaridad que José tiene con la voz y la presencia del Ángel. Esa familiaridad le dio una mente lúcida y una voluntad de decidida para querer lo que Dios quiere. Y Dios no quiere otra cosa que la vida y la felicidad para todas sus criaturas. Por eso, José que estaba identificado con el querer de Dios, se puso a disposición de su voluntad para defender decididamente la vida del Niño y de su Madre.
La vida: don y misión
El lema que la Pastoral de la familia propuso está en perfecta consonancia con el espíritu de esta jornada: “Celebremos la vida en familia como don y misión”. La Palabra de Dios lo ilumina aún más cuando muestra a José, esposo fiel y padre responsable, que cuida, defiende y respeta la vida del Niño y de su Madre. Para sostener y defender el derecho primario a la vida que tiene toda persona, sin excepción, es imprescindible reconocer a Dios –autor y dador de la vida– como garantía y base sobre la que se construye nuestra sociedad. Si la vida humana se redujera sólo a un derecho individual o a un obligado producto de los propios deseos, se la convertiría inevitablemente en un objeto para ser manipulado según los intereses de los individuos. Entonces, la vida humana quedaría sometida a la cambiante voluntad de los hombres y al inestable resultado de los consensos.
La luz de la razón nos dice que la vida es un don recibido y no un mero producto humano. Nadie puede darse la vida a sí mismo. Ahora bien, si el poder de dar la vida no está en el individuo, tampoco podría estarlo en individuos asociados. Nadie da lo que no tiene. Por eso, es razonable pensar que si no podemos darnos la vida a nosotros mismos, la que tenemos la hemos recibido. Y la vida, como don recibido, no la podemos convertir ahora en un producto que prefabricamos a nuestro antojo. La luz de la fe le brinda aún más claridad a la inteligencia, al descubrir que esa vida recibida es un don de Dios. Y por ser regalo de Dios, la vida es sagrada y como tal posee un valor incomparable.
La vida es sagrada: le pertenece a Dios
La vida humana es sagrada porque participa de la vida de Dios. Él nos sorprendió con la desconcertante noticia de venir hasta nosotros y hacerse hombre. Esa paternal cercanía de Dios se manifiesta en su Hijo Jesús, desangrado de amor por nosotros. Sólo un Dios así puede ayudarnos a respetar y amarnos como hermanos, y ser el fundamento para construir el matrimonio y la familia sobre la base sólida del amor y la fidelidad. A partir de esta verdad, el ser humano y la familia humana ya no se pueden pensar ni comprender al margen de Dios. En consecuencia, todo lo que existe no es fruto del azar irracional, sino que ha sido querido por Dios, está en sus planes, en cuyo centro está la invitación a participar en la vida divina en Cristo, afirmó el Santo Padre en su última exhortación apostólica .
Al participar de la vida de Dios, el ser humano le pertenece a él y a nadie más. Por eso, la vida humana es esencialmente vincular en todas sus dimensiones, especialmente en el momento de la vida naciente. Esa dimensión relacional es horizontal y al mismo tiempo vertical: horizontal, porque la engendran un varón y una mujer; y es vertical, porque esa vida concebida no es sólo resultado de la acción de ellos, sino un don de Dios y a él le pertenece, del mismo modo que le pertenece a él la vida de la madre y del padre. Cuando se deterioran o rompen estas dimensiones vinculares constitutivas de la vida humana, el individuo queda solo y aislado. Para que eso no suceda, es urgente que se aplique toda la inteligencia y se destinen los mejores recursos para ayudar a reconstruir los vínculos fundamentales de la familia, vínculos fundados en el amor, la fidelidad y la estabilidad de la relación matrimonial entre un varón y una mujer.
José: fiel esposo y padre responsable
La figura de san José –varón, esposo fiel y padre responsable, que pone de relieve la Palabra de Dios– debe hacernos pensar en la vocación y misión del varón, esposo y padre en el contexto de la familia. Al irse demoliendo progresivamente su autoridad, se favoreció, en gran parte, a la desintegración familiar. Se habla muy poco de los deberes del padre hacia la vida engendrada, y casi nada de la autoridad paterna, que debe ser compartida en conjunto con la autoridad de la madre; más bien, se ataca la autoridad del padre y se niega el derecho que ambos –la madre y el padre– tienen en la educación de sus hijos. El relato del Evangelio de hoy nos impacta con la actitud decidida y responsable que asume José, haciéndose cargo del Niño y de la Madre. En este contexto, quisiera destacar y agradecer el enorme esfuerzo pastoral que realizan muchos matrimonios y familias para estar cerca, acompañar y evangelizar las diversas realidades por las que atraviesan los matrimonios y las familias. Sin embargo, hay desafíos nuevos que reclaman nuestro acompañamiento pastoral, por ejemplo, las personas separadas en nuevas uniones; las madres con sus hijos sin la presencia del esposo y del padre, muchas de ellas demasiado jóvenes y con preparación insuficiente para ser madres; revalorizar la misión del varón padre de familia ante el poder desintegrador de la cultura actual; y socorrer caritativamente la urgencia que demanda la pobreza extrema en muchos hogares.
Al contemplar a José en la vida cotidiana de la Sagrada Familia, asumiendo su autoridad y su misión específica, reafirmamos la importancia fundamental que tienen el padre y la madre en el cuidado de la vida naciente y en la educación de sus hijos. Al declararse el 2011 como Año de la vida, dijimos que, como pastores y ciudadanos, queremos reafirmar, en este camino del Bicentenario, la necesidad imperiosa de priorizar en nuestra patria el derecho a la vida en todas sus manifestaciones, poniendo especial atención en los niños por nacer, como en nuestros hermanos que crecen en la pobreza y marginalidad; y añadíamos: sobre todo cuando se trata de la vida naciente, protegiendo la vida de la madre embarazada, y, potenciando el vínculo madre-hijo a fin de cuidar su calidad de vida hasta la muerte natural. Debemos encontrar caminos para cuidar la vida de la madre y del hijo por nacer, y así, salvar a los dos. Esas palabras adquieren una fuerza especial y se iluminan si las leemos a la luz de la conducta responsable de José, que se levantó, tomo al Niño y a su Madre y se puso en camino. Dios quiera que en el camino del Bicentenario también nuestra comunidad correntina se levante, tome con amor a sus niños y a sus madres, y se ponga en camino de cuidarlos, defenderlos y proporcionarles los recursos suficientes para que puedan crecer y desarrollarse, ante todo, en sus propias familias y luego en la sociedad.

Por último, comparto con ustedes la luminosa enseñanza que nos entregó el Papa Benedicto XVI en la última exhortación apostólica postsinodal sobre la Palabra de Dios, el matrimonio y la familia. Ante todo, recuerda que la Palabra de Dios está en el origen del matrimonio (cf. Gn 2,24) y que Jesús mismo ha querido incluir el matrimonio entre las instituciones de su Reino (cf. MT 19,4-8), elevando a sacramento lo que originariamente está inscrito en la naturaleza humana. Y más adelante, advierte que frente al difundido desorden de los afectos y el surgir de modos de pensar que banalizan el cuerpo humano y la diferencia sexual, la Palabra de Dios reafirma la bondad originaria del hombre, creado como varón y mujer, y llamado al amor fiel, recíproco y fecundo. En otro lugar llama a la responsabilidad de la comunidad eclesial para que sostenga y ayude a fomentar la oración en la familia y la escucha de la Palabra y el conocimiento de la Biblia. Para ello, recomienda que cada casa tenga su Biblia y la custodie de modo decoroso, de manera que se la pueda leer y utilizar para la oración. El texto finaliza destacando el papel indispensable de las mujeres en la familia, la educación, la catequesis y la transmisión de los valores. Ellas saben ser portadoras de amor, maestras de misericordia y constructoras de paz, comunicadoras de calor y humanidad, en un mundo que valora a las personas con demasiada frecuencia según los criterios fríos de explotación y ganancia.
Encomendamos a todas nuestras familias, a nuestras mujeres madres, sobre todo a las adolescentes, y a los hogares que sufren los efectos de la pobreza, al amparo de la Sagrada Familia de Jesús, María y José; y le pedimos que nos alcancen la gracia para ser testigos del incomparable valor y belleza que se irradian a través del matrimonio y la familia concebidos según el plan del Señor y, al mismo tiempo, nos dé sabiduría y decisión para hacernos cargo con mayor fervor y audacia de la misión evangelizadora que tiene el matrimonio y la familia cristiana en la sociedad que nos toca vivir. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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