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 Mensaje del Arzobispo de Corrientes En el Día Internacional de la Mujer 8 de marzo de 2011

 

En esta jornada de homenaje a la mujer, queremos agradecer a Dios por haberla creado él, porque la quiso junto al varón en igual dignidad y responsabilidad, y por haberlos creado el uno para el otro a imagen y semejanza suya (Gn 1,27. Él mismo se refleja en esta maravillosa creación.

 Dios, que es Amor (1Jn, 4,8), crea por amor y para el amor. Por eso es a ellos, mujer y varón, a quienes Dios les confía la vida (cf. Gn 1,28). No sólo a la mujer, ni sólo al varón, sino a los dos, porque únicamente juntos y de cara a Dios encuentran su identidad y su misión como colaboradores en la obra de la creación. ¡Qué espectro sombrío y solitario queda de esa creación, cuando el varón y la mujer se enfrentan entre ellos y se cierran a su Creador! En cambio, no hay realidad humana más luminosa y más plena que el amor entre un varón y una mujer, fundado en el sacramento del matrimonio, y desplegado generosamente hacia la maternidad y paternidad. Damos gracias a Dios por esto y en particular por la insustituible riqueza que aporta la mujer a la familia, a la sociedad y a la Iglesia.

Bendecimos a Dios por las mujeres que traslucen con sus sentimientos y sus acciones el cuidado maternal que Dios tiene por todas sus criaturas: mujeres consagradas que viven con alegría su vocación y están totalmente entregadas al servicio de los demás; mujeres que luchan con un heroísmo ejemplar por sus hijos y por su familia; tantas mujeres que colaboran desinteresadamente en nuestras comunidades cristianas y en una gran diversidad de asociaciones dedicadas a la promoción social, a la atención de la mujer en riesgo, y a la asistencia de personas y familias en situación de emergencia; esposas, que junto con sus esposos, viven con fidelidad el vínculo matrimonial y son abiertos, magnánimos y responsables con los hijos que Dios les regala; mujeres embarazadas que le dicen sí a la vida, aun en medio de grandes dificultades; y por los innumerables gestos de amor y sacrificio que realizan todos los días: son rasgos propios de la condición femenina, a través de los cuales se irradia el amor de Dios hacia todos sus hijos.

Por otra parte, la realidad nos muestra que hay mucho dolor en la vida de la mujer, porque continúa sometida a brutales atropellos de su dignidad: maltrato en la convivencia por parte del varón, quien con frecuencia la deja abandonada con sus hijos en medio de la soledad y la pobreza; el tráfico de personas y la prostitución que, junto con la droga, el juego de azar y el alcohol, destruyen sobre todo la vida de niñas y jóvenes; una sociedad consumista que negocia con ellas reduciéndolas a objetos de espectáculo y sometiéndolas a nuevas esclavitudes…, son barbaries que claman al cielo, porque donde se ultraja la dignidad de un ser humano, se comete una blasfemia contra Dios, de quien esa criatura es imagen y semejanza. Con la ayuda de Dios y con un compromiso real y sostenido de los gobernantes, junto con las diversas asociaciones de la sociedad, es posible hacer mucho más para aliviar y superar los padecimientos que afligen hoy a tantas mujeres.

En la hermosa imagen de la Virgen de Itatí, Tiernísima Madre de Dios y de los hombres, contemplamos la belleza y plenitud de la condición humana, cuya identidad femenina brilla con incomparable esplendor. Encomendamos a su cuidado y protección a todas las mujeres correntinas que viven y trabajan en el ámbito de la arquidiócesis, especialmente a las que sufren en su cuerpo y en su espíritu. Saludo a todas con afecto y les envío mi bendición.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.

Arzobispo de Corrientes



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