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Homilía de la Misa de Ordenación sacerdotal del diácono Nelson A. Benítez Zini
Parroquia de Nuestro Señor Hallado, Empedrado, 25 de marzo de 2011

La Iglesia se alegra hoy con la solemnidad de la Anunciación del Señor. La Anunciación recuerda el momento en que el ángel le pregunta a María si acepta ser la Madre del Señor. María le dijo “sí” con todo su ser: toda ella fue buena tierra para recibir la Palabra de Dios. Desde ese instante, el Verbo se hizo carne en ella. El sí de María a la llamada de Dios es el ejemplo perfecto de toda vocación. La vocación es ante todo una iniciativa de Dios y no tanto una elección que nosotros hacemos. Él es quien llama y el hombre responde: “no me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes” (Jn 15,16), dice el Señor. La vocación es, por tanto, un don de Dios, una gracia suya. María, llena de gracia, es consciente de ese don, por eso, desbordante de felicidad canta el Magníficat.
Sin embargo, en ese clima de gozo espiritual que produce la presencia de Dios que llama, aparece una sombra que el ángel se encarga de disipar: “no temas –le dice a María– porque Dios te ha favorecido” (Lc 1,30). Es como si le dijera: No tengas miedo, Dios está a favor tuyo, siempre. Dios sabe que el hombre tiene miedo, no sólo miedo a ser llamado al sacerdocio, sino también a ser llamado a la vida, a sus obligaciones, a una profesión, al matrimonio. Por eso, ese “no temas” invita a confiar y a abandonarse en Dios. Él jamás nos dejará solos. Sintamos hoy en nuestro interior ese “no tengas miedo”, porque cada uno de nosotros es precioso e infinitamente amable a los ojos de Dios, por eso nos eligió y nos llamó a vivir como discípulos y misioneros suyos. La vocación es siempre una respuesta, es ser cada vez más de Cristo, a vivir en él y en su cuerpo, sin miedos, hasta el final.
El año pasado, el Papa les dijo a los jóvenes: Jesús nunca se cansa de dirigir su mirada de amor y de llamar a ser sus discípulos, pero a algunos les propone una opción más radical. No tengan miedo, queridos jóvenes y queridas jóvenes, si el Señor los llama a la vida religiosa, monástica, misionera o de una especial consagración: ¡Él sabe dar un gozo profundo a quien responde con generosidad! Esas palabras de aliento entusiasman para hacer la gran opción en la vida: elegir la alegría del discípulo que deja todo y sigue al Maestro, o quedarse con la tristeza del joven rico que se aleja porque le pesan sus bienes. La vocación de todo ser humano es un sí al Dios de la vida, por lo tanto es también un sí por la vida y es siempre un sí para toda la vida. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud”, dice Jesús (Jn 10,10).
Esta jornada coincide con el Día del Niño por Nacer, que tiene una especial importancia porque estamos celebrando el “Año de la Vida”. Recordemos que la Argentina fue el primer país del mundo en declarar, mediante un decreto presidencial del año 1998, el “Día del Niño por Nacer”. Luego, siguieron también otros países. Alabamos a Dios por el don maravilloso de la vida y el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término natural, y afirmamos el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo.” Afirmar el valor de la vida humana y cuidarla, sobre todo allí donde corre mayores riesgos de debilitarse o de morir, es una tarea urgente que nos implica a todos. Nunca se salva una vida matando otra. En lugar de proponer leyes que ayuden a matar, es mucho mejor esforzarnos en elaborar leyes que ayuden a vivir, que salven a la madre y al niño aún no nacido, que protejan la familia y garanticen una vida digna para todos sus miembros, especialmente para los más frágiles, como son los niños, las embarazadas, los ancianos…
“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13), es la frase de Jesús que eligió el diácono Nelson como programa para su sacerdocio. Solo el amor salva vidas, pero no cualquier amor, sino el amor que duele, el amor que se hace entrega y sacrificio por Dios y por los demás. No es una mera coincidencia que destaquemos esas palabras de Jesús hoy y aquí. Al contemplar al Crucificado en la hermosa imagen de Nuestro Señor Hallado, que veneramos en este templo, esas palabras de Jesús tienen un significado muy especial. En esa imagen Dios nos enseña que la vida aumenta cuando se entrega por amor. El crucifijo es el mayor signo del sí a la vida entregada por amor. Bajo ese signo nació el pueblo de Empedrado, que hoy entrega un hijo a la Iglesia, para que sea un reflejo fiel de Jesús Buen Pastor y nunca olvide que el buen Pastor da su vida por las ovejas, en cambio, el asalariado, cuando ve venir al lobo huye y el lobo las arrebata y dispersa (cf. Jn 10,11-13). La vida y ministerio del sacerdote consiste en congregar en la unidad a los hijos de Dios dispersos (cf. Jn 11,52). Por eso, la acción principal que realiza el sacerdote es presidir la Eucaristía, es decir, celebrar la comunión con Dios y con los hermanos en Cristo por la fuerza del Espíritu Santo; y administrar el sacramento del Perdón. De ese modo, el sacerdote estará todo entero al servicio de la vida, de la comunión y del amor, que nos vienen de Dios. En consecuencia, su testimonio deberá reconocerse por aquello mismo que celebra y administra a los otros: hacerse junto con Cristo “cuerpo entregado y sangre derramada”, porque no hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
Por último, comparto con todos ustedes unas frases que escribió el Papa Benedicto XVI a los sacerdotes en la exhortación Verbum Domini, pero se las dejo especialmente al diácono Nelson, como expresión de profundo afecto sacerdotal y como recordación a quien, en unos momentos más, por la oración de la Iglesia y por la imposición de manos del obispo, será ordenado sacerdote. “En definitiva, -dice el Santo Padre- la llamada al sacerdocio requiere ser consagrados «en la verdad». Jesús mismo formula esta exigencia respecto a sus discípulos: «Santifícalos en la verdad. Tu Palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo» (Jn 17,17-18) (…) Y, puesto que Cristo mismo es la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14), es «la Verdad» (Jn 14,6), la plegaria de Jesús al Padre, «santifícalos en la verdad», quiere decir en el sentido más profundo: «Hazlos una sola cosa conmigo, Cristo. Sujétalos a mí. Ponlos dentro de mí.” (n. 80).
Que la respuesta total de María, el sí mediante el cual entregó su vida entera en obediencia a la voluntad amorosa de Dios, inspire y sostenga cada paso de tu vida y tu ministerio sacerdotal, sobre todo en aquellos momentos en los que dar la vida duela y el sentido gozoso de darla se obscurezca; que ella, Tiernísima Madre de Dios y de los sacerdotes junto a la Cruz de su Hijo, te proteja y te enseñe a ser feliz siendo sacerdote para toda la vida.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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