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Saladas, 19 de marzo de 2012

 Homilía para la Misa en la Solemnidad de San José, Esposo de la Virgen María

 

 Hoy celebramos la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María, considerado como la segunda persona más santa después de la Santísima Virgen. En el año 1870, el Papa Pío IX lo nombró patrono de la Iglesia Universal y es uno de los nombres más comunes que llevan las personas. ¡Cuántos “josés” o “pepes” hay en el mundo y quien sabe cuántos aquí en Saladas! Templos, países, ciudades, departamentos, llevan su nombre. San Martín, el Libertador de Argentina, Chile y Perú, fue bautizado como José Francisco. Cuando se elige un nombre para una persona o un lugar, no se lo elige por una cuestión estética o porque ese nombre suena lindo. Llevar un nombre debe significar algo más profundo: por el nombre se conoce a una persona; el nombre va unido a su identidad. El desconocido es aquel de quien no conocemos el nombre y no sabemos cómo llamarlo. El bautismo, que nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia, nos da también un nombre que nos identifica como personas cristianas. Por eso, para el bautismo se recomienda elegir el nombre de algún santo o alguna santa. ¡Qué hermoso es llevar el nombre de una mujer o de un varón que fueron santos! Y qué beneficioso y útil es conocer su vida, sentir su cercanía y su protección, y poder recurrir a su intercesión. De esa manera, es mucho más fácil vivir la comunión de los santos, porque así nos hacemos amigos del santo de quien llevamos el nombre, y del cual tenemos la certeza de que vive en íntima comunión con Dios.
Este Pueblo de las Lagunas Saladas, cuando era apenas un pequeño caserío, hacia fines del siglo XVII, fue colocado bajo el patrocinio de San José. Podríamos decir que el pueblo saladeño nace bautizado en la Iglesia católica y luego crece y se desarrolla con una visión cristiana de la vida. La historia nos dice que el 19 de noviembre de 1732 llegó el primer cura párroco a la localidad, el Dr. Don León de Pezoa y Figueroa, quien recibió de los vecinos una talla jesuítica de San José, de madera, lo cual fue decidiendo el reconocimiento social del Santo Patrono del pueblo. Por eso, el pueblo de Saladas celebra ininterrumpidamente a su santo patrono hasta nuestros días. Es una fiesta, que aun siendo eminentemente religiosa, abarca los demás aspectos de la vida social, cultural y política de toda la comunidad saladeña. Porque el cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe exige la responsabilidad social de lo que se cree, es un acto personal y al mismo tiempo comunitario, recordó el Santo Padre (cf. Porta Fidei, 9). Por eso, la conversión auténtica lleva a vivir la alegría de la fe como una dimensión que abarca la totalidad de nuestra existencia personal y social, privada y pública.
La fiesta patronal debe ayudarnos a una profunda renovación de nuestra vida cristiana. Los aniversarios, tanto en el orden personal, como pueden ser los cumpleaños, como en el orden social, cuando celebramos aniversarios de matrimonio, o en el ámbito institucional, como son las fiestas patronales o los aniversarios patrios, son todas oportunidades providenciales que debemos saber aprovechar. No se puede celebrar de cualquier manera, hay un modo saludable para hacerlo. El Santo Padre, con mucha sabiduría afirmó que se pueden organizar fiestas, pero no se puede organizar la alegría. Y una celebración que no logra abrirse a la verdadera alegría, no pasa de ser un momento de diversión, que la mayoría de las veces deja una sensación de vacío y tristeza. Toda verdadera celebración, más aún cuando se trata de una fiesta religiosa, debe renovarnos espiritualmente y darnos fuerza para vivir con mayor entrega y pasión nuestra vocación cristiana y nuestra misión.
Preguntémonos entonces, ¿cuál es el mensaje que nos comunica hoy nuestro santo patrono? Ante todo, San José es el hombre de la escucha y del silencio. Lo original del mensaje que nos deja este gran santo, está en su vida y no en sus palabras. Los evangelistas no registraron una sola palabra de san José, sin embargo, con especial cuidado y con mucha precisión describieron sus gestos y sus decisiones, que tienen para nosotros un enorme valor. Una persona que es capaz de hacer silencio y escuchar, es una persona también cercana. Por eso, San José nos transmite a un Dios muy cercano, nos enseña a tener un trato familiar con él y nos anima a confiar totalmente en su poder. Pudo escuchar la voz del Ángel y reconocerla en sueños como voz de Dios, porque era un hombre silencioso y atento. Supo “fijarse” bien, es decir, caer en la cuenta de que era Dios quien le pedía que se hiciera cargo de María. Y lo hizo inmediatamente, a pesar de las dificultades por las que tuvo que atravesar. José y María supieron darse cuenta de lo que es importante en la vida y lo que es inútil y superficial. Como esposo fiel de la Virgen María y junto con ella, nos transmite a un Dios cercano, amigo del hombre y de todo lo que es humano, menos el pecado que desfigura la belleza que Dios puso en el hombre.
En el mensaje para esta Cuaresma, decíamos que es crucial para la vida del hombre y también para la sociedad, que no se desfigure o se pierda el verdadero sentido de Dios. No da lo mismo creer en un Dios personal, cercano y amigo del hombre, como el que se revela en Jesús y conocemos a través de la Escritura y sobre todo en la vida de los santos, que dirigirse a un dios impersonal y hecho a medida, como el becerro de oro que se fabricaron los israelitas en el desierto (cf. Ex 32,4). Es muy importante dónde “fijamos” la vista. Si perdemos de vista a Dios y con ello la mirada trascendente de la vida, la visión humana se reduce y oscurece. Al no ‘ver’ a Dios, tampoco vemos al hermano. Así, lo único que aparece en el horizonte es uno mismo y sólo cuentan los propios criterios. Éste camino conduce a fanatismos de todo tipo: fanatismos religiosos, políticos o ideológicos, que trastornan gravemente la conducta de las personas y grupos sociales. En todos los fanatismos el ser humano se rinde culto a sí mismo y, de ese modo, convierte en ídolo todo lo que mira, piensa, siente y toca.
En todas las épocas el ser humano fue tentado a fabricarse dioses a su propio gusto y, como en otros tiempos, también hoy les sacrifica todo. Por ejemplo, cuando busca el poder por el poder mismo y no lo convierte en servicio; cuando reduce el sexo al mero placer, desvinculándolo del amor y de la responsabilidad; cuando corre tras el dinero por el dinero, generando corrupción y empobreciendo a la gente; o cuando miente manipulando el lenguaje con frases como “interrupción médica del embarazo” o “aborto terapéutico” o “derechos de la mujer sobre su propio cuerpo”, en franca contradicción con la razón científica que por medio de la ciencia médica comprueba fehacientemente que el embrión es un ser vivo, distinto de la madre, reconocido por su dignidad de ser humano desde el mismo instante su concepción. La reciente sentencia del Tribunal de justicia de la Unión Europea prohíbe la manipulación de embriones humanos con fines terapéuticos, porque los considera vidas humanas. En la misma línea, el Consejo de Europa aprobó en enero de este año una resolución en la que dictamina que la eutanasia debe ser prohibida siempre. Sin embargo, hoy asistimos a una feroz campaña que busca aplicar la sentencia de muerte a esa criatura, inocente e indefensa, con el falaz argumento de “interrumpirle” la vida. No olvidemos que ese tipo de “interrupciones” de vidas humanas se justificaron y practicaron en épocas oscuras de la historia humana. No las repitamos ahora sobre los niños por nacer.
La dinámica perversa que se desencadena cuando nos dejamos esclavizar por los ídolos, desquicia al hombre y lo engaña con ilusiones y falsas seguridades. Como consecuencia, retrasa el desarrollo material y espiritual de toda la sociedad. El pecado, que nos encadena a los falsos dioses, se muestra brillante y encantador, se parece a la luz, pero en realidad es como un “agujero negro” que lo devora todo y reclama el domino sobre la totalidad de la existencia. Prestemos atención a la invitación que nos hace el Papa para esta Cuaresma, inspirándose en la Palabra de Dios que nos exhorta: “fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y para las buenas obras” (Hch 10,24). San José nos muestra a Dios en Jesús, cercano y amigo del hombre, que nos estimula a hacer el bien. Hacer el bien es hermoso y, además, convenzámonos que el bien es más fuerte que el mal, aun cuando aparentemente nos dé la impresión de que el mal le lleva la delantera.
A San José, patrono de esta comunidad de Saladas y de toda la Iglesia, le damos gracias ante todo por su luminoso ejemplo de hombre fiel y obediente a cumplir lo que Dios pedía, sin medir las dificultades; y le estamos profundamente agradecidos por su protección y por mostrarnos que Dios es Padre y que está cerca de todo aquel que lo invoca de corazón. Al mismo tiempo, le pedimos que bendiga nuestra Parroquia y a todo el pueblo de Saladas, y junto con la Virgen María, su esposa, nos libre de todos los peligros, nos dé la gracia de rechazar decididamente el mal, y nos sostenga para que nunca nos cansemos de hacer el bien. Así sea.

Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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