PRENSA > HOMILÍAS

Bella Vista

Homilía para la Misa de la fiesta de San José Obrero

San José Obrero, 1 de mayo de 2012


Hoy es la fiesta de san José Obrero, bajo cuya protección fue puesta esta porción de nuestra Iglesia arquidiocesana. Por eso, además de alegrarnos por el aniversario de esta querida comunidad parroquial, nos unimos espiritualmente a otras comunidades que comparten esta hermosa advocación. Además, hoy recordamos al Santo Padre Benedicto XVI, que fue bautizado como José, rezamos por él y por toda la Iglesia universal, que también está puesta bajo la protección de San José. La Iglesia nos regaló la memoria de san José como modelo de trabajador el 1º de mayo del año 1955. Él con su laboriosidad proveyó la subsistencia de María y de Jesús e inició al Hijo de Dios en el trabajo de los hombres. Esta memoria, es una manera de celebrar el valor humano y sobrenatural del trabajo que siempre es colaboración con la obra de Dios creador. Al mismo tiempo encomendamos a la intercesión del Santo trabajador de Nazaret a todos aquellos que no tienen un trabajo digno o carecen absolutamente de trabajo.
Por eso hoy rezamos por todos los trabajadores y trabajadoras, con las bellas palabras que nos brinda la oración del beato Juan XXIII: “San José, guardián de Jesús y casto esposo de María, Tú empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento de tu deber, Tú mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos. Protege bondadosamente a los que recurren confiadamente a ti”. En esta plegaria colocamos las intenciones de todos los trabajadores: por los que tienen trabajo para que lo conserven y reciban una justa retribución por el mismo; por los que buscan empleo, para que lo consigan pronto y sea un empelo digno; por los que trabajan en condiciones precarias y no reciben lo que les corresponde en justicia; también rezamos por la mujer trabajadora, que con mucha frecuencia debe afrontar sola la subsistencia de sus hijos y la de ella misma; y por nuestra provincia y por la patria, para que los responsables de generar fuentes de trabajo y de proteger la dignidad de los trabajadores tomen las decisiones políticas que favorezcan el crecimiento y desarrollo integral de todos los ciudadanos, y el trabajo se convierta en un motivo justificado para el descanso y la fiesta.
El evangelio nos relata un episodio en el que se ve a Jesús enseñando a la gente en la sinagoga. Jesús era un excelente maestro, porque el evangelista hace notar que lo hacía “de tal manera que todos estaban maravillados”. La enseñanza está en primer lugar entre las obras de misericordia espirituales: “instruir al que no sabe”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2447), y aclara que “las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales”. La Sagrada Familia, además de vivir de su trabajo, encontraba tiempo para ayudar a otros. Recordemos a María visitando a su prima Isabel para ayudarle en los quehaceres de su casa. En el Catecismo leemos que “instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios.” Así lo han vivido las primeras comunidades que creyeron en Jesús resucitado: “la multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma…” y estaban atentos para que nadie pasara necesidad, es decir, ponían en práctica las obras de misericordia.
El trabajo es también un servicio, porque los hombres y mujeres, mientras se ganan con trabajo el sustento para sí y para la familia, organizan su trabajo de modo que resulte provechoso para la sociedad, sirven al bien de sus hermanos y así colaboran con la obra creadora de Dios (cf. GS 34). La finalidad del trabajo no es enriquecerse. Si fuera así, habría que felicitar a los que tienen mucho y compadecerse de los que tienen poco o nada. Con frecuencia, cuando se es joven se piensa en ganar mucho dinero para poder darse los gustos. Es un modo equivocado de pensar, porque el dinero no trae la felicidad. Algunos, dicen: «es verdad, el dinero no trae la felicidad, pero ayuda». En realidad, no está del todo equivocado el que piensa así, pero hay que entenderlo bien para no engañarse. El dinero tiene que ayudar a vivir dignamente, por eso, el trabajador merece un salario digno, pero no debe pasar a ser el fin por que cual uno trabaja.
Estar bautizado, profesar la fe católica y sentirse amigo de Dios, va unido a ser una persona laboriosa. Lo que hace mucho daño a la persona es vivir sin trabajar. Uno se pregunta cómo es posible vivir sin trabajar. Sin embargo, los argentinos practicamos ese vicio que hace mucho daño a la persona y transmite un mal ejemplo a los niños y a los jóvenes. No hacer nada, dejarse llevar por la pereza, no es digno del hombre. Trabajar, ganarse el pan y contribuir mediante el trabajo a la subsistencia de la familia, dignifica a las personas.
Como imagen de Dios, creado por Él, debemos aprender del ejemplo de la Sagrada Familia, donde todos trabajaban. ¿Recuerdan ustedes ese incidente que tuvo Jesús con los fariseos, cuando éstos lo atacaban porque había curado en día sábado a uno que había estado enfermo desde hacía 38 años y no tenía a nadie que lo acercara a la piscina? Después que lo curó, Jesús les dijo a los que desaprobaban su acción esa frase estupenda: «Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo» (Jn 5,17). ¡Qué hermoso testimonio que nos da Jesús de Dios! Dios trabaja siempre. Dios no es alguien ocioso, solitario y aburrido. Todo lo contrario, por lo que nos revela el mismo Jesús, ambos, Él y su Padre siempre trabajan. Por eso podemos decir que el hombre, imagen de Dios, está llamado, mediante el trabajo, a colaborar con la obra creadora de Dios. Dios mismo lo llamó a colaborar con Él. De este modo entendemos también que mediante el trabajo nos santificamos, es decir, cumplimos con nuestro deber y nuestra misión.
Durante la novena, ustedes reflexionaron mucho sobre la fe, preparándose para el Año de la fe, que anunció el Papa Benedicto XVI y que inaugurará el próximo 11 de octubre. Empezaron el primer día con el Bautismo, que es la Puerta de la fe y que nos introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia. Luego profundizaron la fe como don de Dios; ese don es la vida nueva que nos trae Jesucristo resucitado y nos ayuda a ser constantes en el amor. A continuación repasaron la profesión de fe que recitamos en el Credo, y destacaron la importancia que tiene el Catecismo para ampliar nuestro conocimiento sobre la doctrina cristiana, porque conocer más a Dios nos hace descubrir cuánto nos ama y responderle nosotros amándolo más a Él. Todo esto ayuda a caminar en la santidad y afianzar las virtudes cardinales de la fe, la esperanza y la caridad. Finalmente, se detuvieron en otra frase muy hermosa que dijo Jesús, a propósito del incrédulo Tomás, después que sus dedos y su mano tocaron las llagas del Maestro, y que nos toca directamente a nosotros: «Felices los que creen sin haber visto».
Toda fiesta cristiana es una providencial ocasión para renovar la fe, para decir con toda el alma: “Creo” y decirlo también juntos, como Iglesia: “Creemos”. La felicidad que nos da la fe, tiene que traducirse en testimonio y compromiso. Con la última estrofa del himno a san José Obrero, suplicamos confiados: “Tu corazón de Padre proteja nuestra Iglesia, y traiga a las familias el don de la unidad. Que todos los que viven de su trabajo, obtengan, la justicia y el pan. José carpintero, modelo de obrero, modelo de amor, de amor a María, de amor al Señor, bendecí a tu pueblo y llevalo hacia Dios”. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

ARCHIVOS