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 Homilía para la Misa en honor a la Santísima Cruz de los Milagros

 Corrientes, 3 de mayo de 2012



En este extraordinario marco de piedad que nos brinda la solemnidad en honor a la Santísima Cruz de los Milagros, concluimos hoy los festejos del Mes de Corrientes, que habíamos iniciado el pasado 3 de abril, fecha en la cual se conmemoran 424 años de la fundación de nuestra ciudad. Esta memoria coincide providencialmente con la plantación histórica del madero de la Cruz sobre la costa del Arazatí, en las cercanías donde actualmente se encuentra el Puente General Belgrano. La historia cuenta que el desembarco en estas costas no fue una casualidad. La expedición que venía río abajo llevaba la intención explícita de establecerse definitivamente sobre este margen del río Paraná. Es así como en el acta de fundación de la ciudad, el adelantado Vera y Aragón escribe: “Fundo y asiento y pueblo la ciudad de Vera en el sitio que llaman de las Siete Corrientes”. Apenas transcurridos los dos primeros años de aquel momento histórico, ya empezó a funcionar la primera parroquia de Corrientes. Estos datos de nuestros orígenes adquieren relevancia al observar que junto al acto de fundación se halla el madero de la Cruz, signo inequívoco de la primera evangelización y matriz espiritual que dio a luz un pueblo nuevo.
Providencialmente, al mismo tiempo y a unos setenta kilómetros hacia el este va surgiendo la devoción al misterio que representa la bellísima imagen de la “Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí", símbolo de capital importancia para nuestra fe cristiana. La Cruz de los Milagros junto a la imagen de la Virgen de Itatí, constituyen los dos signos principales que marcaron los rasgos distintivos de la identidad católica del pueblo correntino. Por más de cuatro siglos y aún hoy, estos signos continúan siendo la “Puerta de la fe” que nos introducen a la comunión con Dios y nos hacen sentir Iglesia misionera. Iglesia que anhela compartir con todos los hombres y mujeres de buena voluntad las enormes ventajas que aporta la fe cristiana a la vida de las personas y a la sociedad. Es incomparable la experiencia de poder decir: “creo”, y decirlo juntos: “creemos”. De la fe emana una enorme potencia espiritual que nos beneficia para vivir en la verdad y nos fortalece para hacer el bien. Por eso, hoy nuestro sentimiento más profundo es de gratitud a Dios, porque al abrirnos la “Puerta de la fe”, mediante el signo de la Cruz de los Milagros y la imagen de la Virgen de Itatí, nos manifestó un amor de predilección muy especial.
1. La puerta de la fe está siempre abierta para todos
Sin embargo, de poco nos serviría celebrar la fiesta de la Cruz, si esta celebración no nos llevara a una profunda renovación de nuestra vida. Las personas que participaron de la novena, lo han hecho rezando y reflexionando a la luz del siguiente lema: “Contemplando el madero de la Cruz, redescubrimos nuestra Fe en Jesús”. La rima de la frase ayuda a fijar en la memoria una verdad muy grande: el amor en serio se aprende mirando la Cruz. Si cada día nos detuviéramos sólo unos instantes a contemplar el misterio de amor que irradia este signo, cambiarían muchas cosas en nuestra vida individual y familiar, y mejoraría sustancialmente nuestra convivencia ciudadana.
Ese lema, que se eligió para esta ocasión, está en relación con el Año de la fe, cuya inauguración nos anticipó el Santo Padre Benedicto XVI para el mes de octubre de este año, con motivo de cumplirse el cincuentenario de la solemne apertura del Concilio Vaticano II y los veinte años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. El Año de la fe “es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo”. Nosotros hoy, contemplando el madero de la Cruz, redescubrimos nuestra fe en Jesús. Allí, en el signo que representa la muerte y toda la maldad de la que es capaz el hombre, se nos revela el Amor que vence el pecado y todo mal. En la medida que nos dejemos tocar y sanar por el amor del Crucificado, nuestros pensamientos y afectos, nuestra mentalidad y comportamiento se purifican y transforman lentamente, para convertirnos en hombres y mujeres capaces de hacer el bien, de buscar la verdad y vivir conforme a ella.
Si Dios quiere, con ocasión de la apertura del Año de la fe en el próximo mes de octubre, tendremos la gracia de transportar el madero auténtico de la Cruz de los Milagros desde la Iglesia Catedral al Santuario de la Cruz, cuyo recinto se encuentra felizmente en los últimos detalles de su refacción y restauración, obra de gran envergadura técnica y artística, que está ejecutando el gobierno provincial. La reapertura de este templo, con su carácter emblemático para la historia y la fe del pueblo correntino, nos trae a la memoria las primeras palabras de la carta con la que el Santo Padre anuncia el Año de la fe: “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros.” A propósito de la próxima reapertura del histórico templo de la Cruz, preguntémonos: ¿Qué significa hoy para nosotros entrar por esa puerta? ¿Cuáles son las señales que nos indican que estamos caminando en la dirección correcta hacia esa puerta? ¿Y cuáles son, por otra parte, los síntomas que disparan alarmas advirtiéndonos que vamos en una dirección equivocada? Son interrogantes que atraviesan todas las dimensiones de nuestra existencia tanto en el orden individual, como en el orden público.
2. Amados por Dios incluso “antes” de venir a la existencia
“Contemplando el madero de la Cruz…” La fe nos da una visión y de esa visión depende la orientación fundamental de nuestra vida singular y colectiva. ¿Qué ‘vemos’ al contemplar el madero de la Cruz? Ante todo, vemos que la cruz es el primer gran mensaje de “inclusión universal” que sucede en la historia de la humanidad: la obra de Dios consistió en incluir a todos los hombres en el amor de su Hijo Jesús aún aquellos que lo maltrataron y crucificaron: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Estas palabras pronunciadas por Jesús nos revelan la profundidad y grandeza del amor de Dios que incluye aun a los enemigos. De ese modo, en la Cruz se restablece el orden inclusivo de la creación, que hace posible la construcción de una verdadera familia humana entre todos los pueblos.
A partir de lo que sucedió en la Cruz, nadie y en ningún período de su existencia puede ser considerado un ser “indeseable”. “Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,17). Sin embargo, cuando se pierde la visión de un Dios amigo del hombre, el ser humano, enfrentado consigo mismo y con todos, termina sorprendido por las tinieblas y no sabe a dónde va (cf. Jn 12,35). Las primeras páginas de la Biblia relatan la maldición que se abate sobre el hombre al momento que decide excluir a Dios de su existencia: trastorno y confusión de los vínculos con sus semejantes, y una relación caótica con las cosas, a las que termina sometiéndose compulsivamente. El camino para volver a Dios, rencontrarse consigo mismo y ver en el otro a un hermano, empieza “contemplando el madero de la Cruz”. En el amor del Crucificado y en sus brazos extendidos somos atraídos hacia Él, perdonados y creados de nuevo.
3. La fe exige la responsabilidad social de lo que se cree
El Catecismo nos enseña que nadie se ha dado la fe a sí mismo , como nadie se ha dado la vida a sí mismo. Hemos recibido la fe de otro. Por eso, el amor a Jesús nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Pero decir con la boca “creo”, “creemos”, implica un testimonio y un compromiso público de la fe que profesamos. El cristiano –nos dice el Papa en esa carta que ya mencionamos– no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe.
Por ello, el que se siente amado y perdonado por Dios, comienza a pensar y actuar de otro modo. La nueva luz que irradia el misterio de la Cruz le hace ver lo que otros no ven y empeñarse con alma y vida en ello. Por ejemplo: con programas eficaces de protección y defensa de la vida y la familia, el respeto por su dignidad, su naturaleza y sus derechos. Si no resguardamos esos valores fundamentales, comprometemos el presente y el futuro de nuestro pueblo. La inseguridad y la delincuencia, cuyo aumento advertimos todos; el incumplimiento de las normas que regulan la vida ciudadana; y la poca conciencia que tenemos de preservar el ambiente –la “casa grande” que nos cobija–, es el resultado, principalmente, de la progresiva desintegración del núcleo familiar y de la identidad de sus miembros, cuyas consecuencias impactan luego negativamente en la escuela y finalmente se transfieren a la convivencia ciudadana.
Para construir un edificio es necesario hacerlo sobre fundamentos firmes, sino se derrumba. La reforma del Código Civil es un momento de gran trascendencia, que requiere madura reflexión y amplia participación federal sobre temas que afectarán en forma directa la vida cotidiana de todos los argentinos. Por ello, en el reciente documento, los obispos dijimos que junto a las necesarias actualizaciones que la reforma busca realizar, creemos que el nuevo Código debe tener en cuenta la riqueza de nuestras tradiciones jurídicas y constitucionales, como los principios y valores que hacen a nuestra vida e identidad. En primer lugar, la necesidad del reconocimiento del comienzo de la vida humana desde la concepción y su necesaria protección jurídica. En segundo lugar, la valoración de la familia fundada sobre el matrimonio, como relación estable del varón y la mujer y ámbito primero en la educación de los niños. La familia es una realidad con profundas raíces en el pueblo argentino y a lo largo de todo el país. Ella es una institución que por su riqueza e historia es un bien que es garantía para la sociedad. Y en tercer lugar, adquieren un lugar destacado y de grave responsabilidad jurídica los derechos del niño, sea respecto de su vida e identidad, como el justo conocimiento de sus derechos de filiación, paternidad y maternidad. Cuando se privilegian en estos temas los deseos o voluntad de los adultos, se descuidan los derechos esenciales del niño. Cuando se parte, en cambio, del valor único e irrepetible de la vida concebida, el adulto tiene más obligaciones que derechos. No todo lo que es técnicamente posible y deseado en el manejo de la vida es necesariamente ético y respeta su dignidad. El límite, en estos casos, es tanto un acto de sabiduría política como de ejemplaridad jurídica.
Debemos pensar si estamos construyendo nuestras familias y nuestra convivencia social sobre fundamentos sólidos. La Cruz de los Milagros y la Virgen de Itatí son la “Puerta de la fe” para edificar nuestra vida sobre bases seguras, y la primera es confiar en Dios y colocarlo en el centro de nuestra vida, no sólo en el ámbito privado, sino también en la vida pública. Es enorme el desafío que enfrentamos y por momentos parece que excede nuestras fuerzas. No nos desanimemos. Contemplemos el madero de la Cruz y renovemos nuestra fe en Jesús. Dejemos que Él actúe en nosotros, para que su poder nos trasforme profundamente, nos llene de alegría y esperanza, en la firme certeza de que el mal y la muerte no tienen ningún poder sobre el que se confía en el Señor Jesús. Bajo el amparo de nuestra tierna Madre de Itatí, aclamemos todos juntos piadosamente el amor que nos ha amado hasta el fin: te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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