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 Homilía con ocasión de la restauración del antiguo templo de Concepción de Yaguareté-Corá

 13 de mayo de 2013



Nos hemos reunido hoy para dar gracias a Dios por la restauración de la centenaria capilla que construyeron los pobladores de Yaguareté-Corá, nombre que ellos habían dado a este pueblo. La obra de restauración que llevó a cabo el gobierno provincial, al que felicitamos por esta feliz iniciativa y, a la vez, agradecemos por haberla conducido a término, debe significar mucho más que la recuperación de un monumento histórico, por cierto de gran valor religioso, cultural y político para la historia de Corrientes y para nuestra Patria. Pero no basta agradecerlo sólo por eso. La memoria, que nos permite celebrar y agradecer la vida como don de Dios, con sus alegrías y tristezas, tiene que fortalecer nuestro presente, y darnos esperanza para el futuro. Con razón decimos que la Patria es don y la Nación una tarea. Pero llegaremos a entenderlo realmente como tarea, sólo si alcanzamos a descubrirlo como verdadero don.

Permítanme recordar un hecho histórico, que ustedes conocen, para esclarecer lo que acabamos de decir. La historia cuenta que cuando el general Belgrano entró con su ejército a este pueblo, lo primero que hizo fue ir a rezar al oratorio y arrodillarse ante el patrono de Yaguareté-Corá, que por entonces era san Francisco de Asís. El historiador añade que lo hizo con unción, por cuanto el general era un hombre de profunda fe religiosa. Pero es muy interesante también destacar el paso siguiente que da Belgrano luego de haber rezado: fue a visitar la escuela de las primeras letras del pueblo, porque la educación era otra de sus preocupaciones. Conclusión: el hombre que reza descubre que Dios lo ama, y ese amor lo fortalece e ilumina para ver las verdaderas necesidades de sus hermanos. De lo cual se sigue la estrecha relación que hay entre iglesia, escuela y hospital. Donde hubo religión cristiana, también hubo educación y cuidado de la salud. Y donde esas tres instituciones funcionan bien, hay trabajo digno y desarrollo de la comunidad. Todo cambia cuando descubrimos que la Patria es don de Dios y que él mismo nos invita a la tarea de embellecerla y perfeccionarla.

La Palabra de Dios que hoy escuchamos nos recuerda una verdad fundamental: la iniciativa de la vida y del amor pertenece a Dios. Dios nos amó primero, por eso afirmamos que la vida es un don de su amor. Esta verdad la conocimos por Jesucristo, en quien creyó Belgrano y seguramente también Pedro Ríos, el Tamborcito de Tacuarí. Jesucristo nos revela la plenitud del amor de Dios. Si no fuera así, si Dios no nos hubiese amado primero y no nos sostuviera con su amor, la vida se reduciría inevitablemente al triste negocio donde los más fuertes someten a los más débiles. Pero no es así gracias a muchos hombres y mujeres que se postran de rodillas ante Dios y le agradecen

todo lo que son y todo lo que él les permite hacer. El Papa Benedicto XVI lo expresa con claridad: “Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un «mandamiento» externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor”.1

Por último, la trascendencia histórica que tiene el pueblo de Yaguareté-Corá y su antiguo templo ahora restaurado, se debe principalmente al general Manuel Belgrano y al Tamborcito de Tacuarí –un hombre y un niño– que entregaron sus vidas por grandes ideales como son la Patria y la libertad. Hoy nos toca a nosotros asumir la tarea de responder a las necesidades reales de nuestro pueblo, como son la educación, la salud y el trabajo digno, y no detenernos en opciones fijadas por intereses que no tienen en cuenta la naturaleza de la persona humana, de la familia y de la sociedad.2

Imitemos el testimonio de fe de nuestros próceres y como ellos, encomendémonos también nosotros con unción a Dios, agradecidos por la restauración de este templo histórico –memoria perenne del amor de Dios por nuestro pueblo–. Al mismo tiempo, escuchemos los redobles del “parche” simbólico del Tamborcito de Tacuarí, que representan el llamado urgente que Dios nos hace para comprometernos a fondo en la tarea de construir una Patria justa, solidaria y fraterna entre todos los argentinos.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.

Arzobispo de Corrientes

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