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Iglesia Catedral

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo

Corrientes, 10 de junio de 2012


Hoy celebramos en comunión con toda la Iglesia la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, la fiesta de “Corpus”, como se decía antiguamente. Todo empezó la noche del Jueves Santo: Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la cena pascual. Lo que sucedió durante esa cena fue proclamado hoy en el Evangelio de San Marcos: “Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos…»” (Mc 14,22-24). En las horas que sucedieron a ese día jueves y hasta la madrugada de la resurrección, Jesús hizo realidad esas palabras con su pasión, muerte y resurrección. El Cuerpo y la Sangre de Jesucristo es desde ese momento Pan de Vida, un potente “avío espiritual”, para que el peregrino alimente su amistad con Dios, se fortalezca para ser más fraterno y solidario con todos, y finalmente llegue al Cielo, que es la meta hacia la que felizmente nos dirigimos.
No es una ilusión lo que nuestros ojos creyentes contemplan en la Eucaristía: allí ‘vemos’ la presencia real, viva y vivificante de Cristo. No es una idea, un mero sentimiento o una construcción simbólica: es un Dios real y verdadero, así lo entendieron las generaciones de creyentes que nos precedieron al dejarnos como preciosa herencia los signos de la Cruz y de la Virgen. El milagroso signo de la Cruz nos recuerda que Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, gracias a la disponibilidad total de la Virgen, se entregó realmente por amor a nosotros hasta el fin, y que su amor vence la muerte y toda la maldad de la que es capaz el hombre. Por eso, en vista del Año de la fe, sentimos una profunda alegría al darnos cuenta que la Cruz y la Virgen son una puerta extraordinaria de la fe para el pueblo correntino. Puerta –como dice el Papa– que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, y que esa puerta está siempre abierta para nosotros.
¿Se acuerdan ustedes con qué fervor y emoción hemos vivido el Congreso Eucarístico Nacional? El país entero se llevó en el alma de sus comunidades el entusiasmo, la generosa acogida y el testimonio de fe que le brindó el pueblo correntino. ¡Qué bendición fue ese Congreso para nuestra Iglesia de Corrientes! ¡Cuántas iniciativas de adoración eucarística tenemos entre nosotros gracias a ese Congreso! En el centro de nuestra ciudad capital, ya hemos cumplido más de medio año de adoración perpetua al Santísimo Sacramento. ¡Qué enorme caudal de gracias se derrama sobre nuestro pueblo que adora a Jesús presente y vivo en la Eucaristía!
A un pueblo que adora el Pan Vivo y que ama la Cruz y la Virgen, se le abren las puertas de la fe, para hacerle ver dónde está el verdadero tesoro y por tanto, también dónde poner su corazón (cf. Lc 12,34). No hay otro modo para tener la certeza sobre la propia vida, que abandonarse en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios (BENEDICTO XVI, Porta fidei, n. 7.) , reflexiona el Papa preparándonos para el Año de la fe.
El Año de la fe, como sabemos, será inaugurado el próximo 11 de octubre. Dios mediante, ese mismo día, unidos filialmente al Santo Padre Benedicto XVI y en comunión con toda la Iglesia, realizaremos la solemne traslación del madero milagroso de la Cruz desde la Iglesia Catedral al Santuario de la Cruz, para restituirla a su lugar original. Además, el Año de la fe coincide con varios acontecimientos importantes para la Iglesia: en primer lugar, el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II; luego, el vigésimo aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica y, en tercer lugar, la celebración del Sínodo de los Obispos sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Y culminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. No vamos a detenernos ahora sobre esas providenciales convergencias. Sin embargo, quisiera compartir con ustedes dos inquietudes que están muy vinculadas al misterio eucarístico: una tiene que ver con el Catecismo y la otra con la misión.
El Papa le da mucha importancia al Catecismo de la Iglesia Católica en el Año de la fe. Tal vez para muchos de nosotros, cuando oímos la palabra ‘catecismo’, espontáneamente regresamos a nuestra infancia y a la Primera Comunión. Decir ‘catecismo’ nos evoca algo que habíamos estudiado de niños, y que ahora ya no nos interpela. Sin embargo, el Catecismo es un instrumento para aprender y profundizar la fe durante toda la vida, un proceso que se inicia en la concepción, donde los primeros evangelizadores y catequistas de sus hijos son sus propios padres, continúa luego a través de las sucesivas etapas de la vida, pasando por las fases de la edad adulta, y culmina cuando somos confortados con el Pan de Vida que se nos ofrece como viático del peregrino, para pasar de esta vida al encuentro definitivo con el Padre. “A través de sus páginas –dice el Papa– se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia” (BENEDICTO XVI, Porta fidei, n. 11.). ¿Y quién es esa Persona? ¡Es Jesucristo, vida y esperanza nuestra! El Catecismo nos ayuda a conocerlo más profundamente y a introducirnos en el misterio de la Iglesia. El Año de la fe será, pues, una buena ocasión para difundir el Catecismo de la Iglesia Católica y aprovecharlo como instrumento para la formación y maduración en la fe de toda la comunidad eclesial: laicos, sacerdotes, diáconos, personas consagradas y seminaristas.
El otro punto que deseo destacar es la misión. La adoración del Santísimo Sacramento, al mismo tiempo que nos lleva a una mayor comunión con Dios y nos llena de alegría y de paz, tiene que despertar en nosotros el deseo de que los que no conocen a Dios o se alejaron de Él, se acerquen y se encuentren con su amor y su perdón. Porque quien conoce a Dios y se siente amado por Él, descubre el valor y la dignidad que tiene todo ser humano. Es una enorme satisfacción saber que en nuestra comunidad correntina haya profesionales que reaccionan a favor de la vida y que, cuando son entrevistados responden sin complejos ni titubeos: “Es nuestra obligación buscar la forma de protegerla”. Esa es la cultura que queremos para nuestro pueblo, una cultura que respeta la vida y la cuida y donde ningún ser humano es indeseable y todos, sin distinción, encuentran respuesta a sus necesidades para poder vivir una vida digna. Cuando se ama la vida y se la respeta, la misión se hace cercanía al prójimo a quien se ve siempre como hermano. La verdadera adoración de Dios debe llevar a un mayor compromiso con la vida humana y la familia, con el medio en el que vivimos y con la tarea de construir más ciudadanía.
La fe se manifiesta en las obras. ¿Cuáles son esas obras? En el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2447) leemos: “Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios.” Así lo han vivido las primeras comunidades que creyeron en Jesús resucitado: “la multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma…” y estaban atentos para que nadie pasara necesidad, así ponían en práctica las obras de misericordia. Otra feliz coincidencia con esta fiesta es la Colecta Nacional de Caritas que se está realizando hoy en todo el país. Una hermosa obra de misericordia es ser generoso con el aporte a esta colecta, porque “Dios ama al que da con alegría” (2Cor 9,7).
Concluyamos con esas palabras tan bellas y profundas del Papa Pablo VI, cuando dijo que “El sacramento de la Eucaristía es, entre los demás sacramentos, el más dulce por la devoción, el más bello por la inteligencia, el más santo por el contenido; ya que contiene al mismo Cristo y es como la perfección de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos”. Y jamás olvidemos que toda celebración eucarística concluye con el envío a la misión, para hacer realidad, con la fuerza de este alimento espiritual y al amparo de María Santísima, la mujer eucarística, una Patria más creyente y unida, más respetuosa de la vida y más solidaria con todos. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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