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 Homilía en la Misa de la peregrinación de la Familia policial

 Corrientes, 31 de agosto de 2012

 Al policía, como a todo servidor de la comunidad, se le piden muchas cosas. Y está bien que sea así, porque esa exigencia motiva a mejorar en humanidad al hombre y a la mujer policías, imprime mayor eficiencia al servicio que ellos deben prestar, y eleva la credibilidad de la Institución. Para ello hará mucho bien preguntarse con frecuencia cómo debería ser un buen policía. Y, obviamente, responderla, para luego poner los medios que tiendan a alcanzar ese ideal. La estatura humana y profesional del policía se mide por la meta que se propone, como le sucede también al peregrino. Cuando se desdibuja el ideal y se lo reduce a fines meramente pragmáticos, se deteriora gravemente la persona y, en consecuencia, también la institución.
Recordemos la parábola de las cinco jóvenes sabias y cinco necias. Las primeras estuvieron atentas al propósito de su vigila: la llegada del novio; y para eso proveyeron de aceite sus lámparas. Las otras prefirieron entretenerse con sus cosas y descuidaron la provisión para sus lámparas. Unas llegaron a la meta y disfrutaron de la luz y del encuentro con su amado. Las otras, se quedaron a medio camino y a oscuras.
Podríamos comparar el aceite que las mujeres prudentes mantuvieron en sus lámparas con la capacitación y formación del policía. Si queremos buenos policías, no hay que buscar otros, sino capacitar a los que tenemos. Pero hay que saber que no es suficiente sólo la capacitación técnica y actualización del material de trabajo, como pueden ser los móviles y las armas. Es necesario educar al hombre para que las use en beneficio de la población a la que sirven. Para eso, no basta saber usar una pistola, es necesario tener formada la cabeza y el corazón, es decir, la inteligencia y la voluntad, para aprender no sólo cómo usarla, sino cuando y para qué.
Por eso está bien que nos hagamos la pregunta cómo debe ser un policía. Ante todo, es un hombre con vocación para estar al servicio de la comunidad y, por lo tanto, debe ser un hombre confiable y honrado. Debe ser un hombre con capacidad de decisión, responsabilidad, buen trato con los otros y con suficiente adaptación para el trabajo en equipo. Debe aprender a obedecer y también debe aprender a mandar. El ciudadano quiere un policía con autoridad, no autoritario, que es algo muy distinto. Con frecuencia, el policía se encuentra en situaciones en las que tiene que ayudar a resolver conflictos entre personas, pero hay que capacitarlo para eso, porque es un servicio a la seguridad de la población. Cuando el ciudadano confía en su policía, porque éste se ha ganado honestamente su confianza, se convierte en un necesario colaborador que le proporciona información cuando ve que hay situaciones de peligro en el vecindario.
Las jóvenes de la parábola evangélica nos pueden enseñar también en qué se diferencia el verdadero peregrino del peregrino falso, diferencia que se puede aplicar comparativamente también al policía. Ambos, el verdadero y el falso, son caminantes, en eso se parecen. Pero el primero tiene una meta y pone todo su esfuerzo en alcanzarla. En cambio el otro tiene sólo asuntos que lo mantienen sometido. Uno, se siente cada vez más libre y entregado a su misión, el otro, cada vez más dominado por sus cosas. El verdadero peregrino ha logrado la adhesión de su vida a un ideal; el falso se convierte en adicto a sus maquinaciones. El primero, cuando llega a la meta, celebra y descansa. El otro, cuando logra sus pequeños objetivos, se desespera por más y nunca le alcanza. Ésa es la diferencia entre la diversión y la fiesta. La diversión, necesita estímulos artificiales para provocar placer, por eso genera dependencia y degrada la persona. La fiesta, por ser comunitaria, produce gozo, paz, deseos de vivir, de ser buena persona, interés por participar y ganas de trabajar.
La peregrinación que realiza la familia policial todos los años, con el ejemplo que escuchamos hoy de las cinco jóvenes inteligentes, es una representación de la peregrinación que todos estamos llamados a realizar en la vida. El peregrino previsor está atento para que no falte el avío para el trayecto que debe recorrer. Ese alimento indispensable para el peregrino es, en primer lugar, la Palabra de Dios. Dios habló y sigue hablando. El distraído no la oye, como aquellas otras cinco mujeres que estaban entretenidas con otras voces. En cambio, el que la oye y recibe, se convierte para él alimento de Vida nueva, fuerza para el camino, y luz para iluminar el trato que se debe tener con los otros. En el Año de la fe, que vamos a iniciar en octubre próximo, el Papa nos invita a entrar de nuevo por la ‘puerta de la fe’. Esa puerta es Jesús. Se cruza ese umbral –nos dice el Santo Padre– cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma.
En segundo lugar, la Palabra de Dios nos convoca a la Mesa de la Eucaristía. Ese misterio que celebramos en la misa es la fuente y cumbre del peregrinar de nuestra vida. Por eso, no se comprende que asistamos a una peregrinación y, al llegar al santuario, no participemos de la ‘fiesta’: uno se pone en camino y al llegar a la puerta se da media vuelta y se va. La peregrinación cristiana se dirige hacia el encuentro con la Virgen y los santos, que culmina alrededor de la Mesa del Altar a la que Jesús nos convoca. La fiesta de las fiestas para el peregrino cristiano es la Pascua de Resurrección, que se celebra todos los años con la Vigilia pascual, y todos los domingos con la celebración de la Santa Misa. No se trata sólo de una ‘obligación externa’, sino de un imperativo que nos viene desde dentro, de algo tan necesario como el aire para respirar o el agua para el que está sediento. Hoy queremos recordar que la Misa dominical es ‘pan espiritual’ para el policía y para su familia, alimento que fortalece, da sentido y hace hermoso su servicio a la comunidad.
Pidamos a la Virgen de Itatí, Tierna Madre de Dios y de los hombres, que hoy podemos traducir diciendo, Tierna Madre de Dios y de la familia policial. Con las manos juntas, como las tiene ella a la altura de su corazón, le pedimos que proteja a todos sus hijos, que los cuide de los peligros que entraña hoy el servicio que presta el policía a la seguridad de la población, nos lleve a todos al encuentro de su Divino Hijo Jesús, y nos ayude a vivir como buenos peregrinos en la familia, en el servicio que la institución policial nos asigne y en la sociedad.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes

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