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 Homilía en la solemnidad de Nuestra Señora de la Merced

 Corrientes, 24 de septiembre de 2012


   La devoción a Nuestra Señora de la Merced está estrechamente ligada a la vida cultural, política y religiosa de nuestra ciudad, desde sus orígenes. Al día siguiente de la fundación de esta Ciudad de San Juan de Vera, el 4 de abril de 1588, el Cabildo mandó a pedir un sacerdote a Asunción para satisfacer las necesidades espirituales y para que velara por el cumplimiento de las buenas costumbres de la comunidad. Fue así que el primer cura y vicario de la Ciudad de Vera fue un religioso de la orden de Nuestra Señora de la Merced ( SORG Gustavo Miguel, Juan Torres de Vera y Aragón, Nueva historia de la fundación de la Ciudad de Vera; Ciudad de Corrientes, 2007, p. 133) . La experiencia les había enseñado que el hombre que no encuentra motivos trascendentes para para dar sentido a su vida, se vuelve mediocre, insatisfecho y agresivo. Por ello, cuidaron que servicio religioso de los primeros pobladores fuera debidamente atendido.
Cabe señalar que es una sabia decisión política cuidar la atención religiosa de la población, porque forma parte de los derechos espirituales de los ciudadanos. Para ello, es preciso tener una concepción integral de la persona humana, en la que se armonicen tanto sus necesidades corporales como espirituales. La sociedad progresa en la medida que integra esos factores y se debilita cuando pretende separarlos y oponerlos.
Esa fue la mente del General Manuel Belgrano, cuando un día como hoy, hace exactamente 200 años, ganó la memorable batalla de Tucumán –definida por algunos historiadores como la batalla de la unión nacional– donde se decidió el futuro de las Provincias Unidas del Río de La Plata. El general Belgrano puso en manos de la imagen de la Virgen de La Merced su bastón de mando y la proclamó Generala del Ejército. El parte del general Belgrano dice textualmente: “La patria puede gloriarse de la completa victoria que han tenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos pusimos".
También las generaciones correntinas, en forma ininterrumpida desde los orígenes de esta Ciudad, vienen celebrando esta fecha en honor de la Virgen de la Merced. En el año 1660, el Cabildo le hizo el primer juramento solemne y la nombró patrona de la Ciudad y su contorno. Al cumplirse el tercer centenario del primer juramento –luego de haberse renovado en varias oportunidades– la Legislatura Provincial sancionó la Ley por la cual reconoce a Nuestra Señora de la Merced “Patrona de la Ciudad y sus contornos, quedando la obligación de este gobierno –dice el texto– de celebrarla cada año solemnemente”.
Razón, progreso y religión no son incompatibles, son realidades que debemos purificar e integrar a favor del hombre y de la sociedad. El pluralismo cultural, según el cual se debería legislar respondiendo a las nuevas realidades sociales, no debería ser motivo para que cada cual haga de su vida lo que le parezca mejor. Eso sería consagrar el individualismo como estilo de vida y, en consecuencia, se estaría legislando para la disolución social y no para una convivencia estable y con un proyecto común. La pluralidad de ideas y de modos de entender la vida, debería enriquecernos y no enfrentarnos, debería promover un mayor encuentro entre los argentinos y no proyectarnos como existencias egoístas, indiferentes y paralelas. Si hasta el presente nos reconocíamos como personas con una dignidad humana común e inviolable, significa que aún existe una reserva de racionalidad que nos permite dialogar serenamente sobre el estilo de vida que queremos para nosotros y para las generaciones que vendrán después.
Hace menos de un mes, en el mensaje sobre El Código Civil y nuestro estilo de vida, hicimos referencia al papel de la fe religiosa en el debate político. Allí recordamos que Benedicto XVI ha enseñado repetidas veces que la justicia de las leyes y de las acciones de gobierno tiene su fundamento en valores objetivos, que el hombre puede conocer guiado por su razón. El papel de la fe religiosa es ayudar a la razón para que descubra con claridad esos principios morales y los aplique rectamente. La verdadera religiosidad distingue los campos específicos, pero no los separa. Precisamente porque puede distinguirlos y ver cuál es la verdad de cada uno, es capaz también de descubrir la complementariedad que hay entre ellos. Es luminosa la respuesta que dio Jesús a los que le preguntaron si era lícito pagar los impuestos a la autoridad civil: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” –respondió–. Con la inteligencia, el hombre debe aprender a distinguir los campos, y no confundirlos y enfrentarlos; aprender a integrarlos sin confusiones ni divisiones en beneficio de sí mismo, de sus semejantes y del ambiente en el que vive.
Durante la reciente peregrinación de la comunidad de San Luis del Palmar hacia la basílica de Itatí tuvimos un pequeño accidente. Un caballo desbocado atropelló la carreta en la que viajábamos, rajando una de las varas a las que iban sujetos los animales que tiraban del carruaje, pero la vara afortunadamente no llegó a quebrarse. Para poder continuar la travesía, hubo que repararla, y así se hizo. Hubiese sido poco razonable dejar el carruaje con la vara rajada sólo porque es ‘algo que ocurre’. Peor aún sería establecer ‘lo que ocurre’ como la mejor alternativa. Es obvia la irracionalidad de un planteo semejante. Sin embargo, algo de eso sucede con algunas cuestiones principales que están en juego con la reforma propuesta en el Código Civil: se pretenden convertir en ley por el solo hecho de que ocurren, sin darnos el tiempo necesario para discutirlas y profundizar si eso es bueno o malo para la convivencia entre las personas. En nuestra vida política se ha instalado una inexplicable prisa por sancionar leyes. Esperemos que esa extraña agitación no nos impida ver con serenidad lo que es bueno para todos y no nos niegue la última chance de ser al menos razonables a la hora de legislar.
El Quijote, con su habitual sabiduría de olor a pueblo, le dice a su compañero de aventuras: “¡Mira hacia arriba!, Sancho, para que la lluvia limpie tu mirada…” La visión limpia es un don que nos viene de lo alto, pero para ello es necesario ‘levantar la mirada’, cosa nada fácil cuando la agitación y la prisa nos mantienen entretenidos y engañados. El relato del tercer capítulo del Génesis –donde se describe la caída del hombre– nos revela la excitación que asalta al hombre cuando presume que puede convertirse en todopoderoso y construir su vida al margen de Dios. La nueva realidad que le presentaba el Tentador era muy seductora y había que darse prisa por conquistarla. La seducción, la prisa y el saqueo fueron de la mano en todas las épocas de la historia del hombre. El resultado de esa impaciencia es la perversión de la ‘imagen’ del hombre: en lugar de la apasionante aventura de ‘hacerse’ de la mano de Dios a ‘imagen’ suya, el hombre prefirió la excitante agitación de hacerse a su propia imagen, hoy diríamos, de autoconstruirse o de reinventarse. No sería extraño que ante la posibilidad de ‘reinventarse’ a sí mismo, el hombre decida también ‘inventar’ a otros. A eso responde la nueva propuesta de la ‘voluntad procreacional’, por la que no es padre o madre quien realmente lo es, sino quien quiere serlo para satisfacer un deseo propio» ( Reflexiones y aportes sobre algunos temas vinculados a la reforma del Código Civil, Conferencia Episcopal Argentina, 27 de abril de 2012). “¡Mira hacia arriba!, Sancho, para que la lluvia limpie tu mirada…”
La hermosa imagen de Nuestra Señora de la Merced, representa el respeto, la ternura y el amor que Dios tiene por la condición humana. La Virgen María es la señal más transparente de la cercanía amorosa de Dios al hombre. A Dios, a quien nadie ha visto nunca –leemos en la Escritura–, debe ser alguien maravilloso y fascinante, pero al mismo tiempo sencillo, cercano y sensible a todos, especialmente a los desprotegidos de siempre; tan parecido a la imagen que él dejo plasmada en su Hijo Jesús. Él asumió amorosamente nuestra condición humana y la limpió de toda suciedad que impide ver en ella lo bueno, lo verdadero y lo bello que Dios puso en ella. Ayudémonos entre todos a cuidar la ecología humana que Dios estableció en esta frágil y, al mismo tiempo, asombrosa creatura que es el hombre. Como sucede con el ambiente en el que vivimos: debemos intervenir en él con inteligencia para hacerlo habitable y beneficioso para la vida y para las generaciones venideras, y no en daño propio y de los otros, movidos el desmedido interés de unos pocos. Debemos actuar con criterio de razonabilidad y sentido común cuando se trata de legislar sobre los derechos vinculados a la vida personal, matrimonial, familiar y social y económica, y sobre todo en cuestiones fundamentales como, por ejemplo, cuándo comienza un ser humano a tener el derecho de llamarse persona; o cuál es el sentido de constituir legalmente una familia. ¿Con qué respeto hemos de considerar a las mujeres, especialmente a las más vulnerables? ¿Qué pueden dejar los padres a sus hijos al morir? ¿Tendrán derecho a la identidad los hijos concebidos en laboratorios? ¿Podrán ser concebidos hijos de personas muertas? (Código Civil y nuestro estilo de vida, Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires, 22 de agosto de 2012, n. 2)
Por eso, antes de concluir, comparto con ustedes el llamado que hicimos los obispos a la reflexión, a la oración y al compromiso que exige de todos el momento que vivimos ante la sanción de leyes que afectarán la vida cotidiana de todos los argentinos.
“La hora nos reclama a los cristianos el testimonio personal y comunitario de Jesucristo para que resplandezca en medio de los hombres el amor de Dios, que es el verdadero fundamento y modelo de las relaciones humanas. Las reformas propuestas, junto con otras ya producidas o en curso de tratamiento legislativo, interpelan fuertemente a la Iglesia. A nosotros como pastores. A las madres y los padres de familia, a quienes corresponderá vivir su matrimonio aún más comprometidamente y formar a sus hijos en los valores evangélicos y en la verdad sobre la persona, con mirada lúcidamente crítica sobre lo que nos rodea. A los sacerdotes, diáconos, consagrados y catequistas, que deben comunicar estos contenidos y compromisos vitales con su palabra y testimonio. A las escuelas y docentes, llamados a acompañar y apoyar a los padres en esta difícil tarea con coherencia y valentía. A los profesionales de la salud, quienes pueden verse enfrentados a situaciones en que tengan que decidir en conciencia. A los abogados y jueces, llamados a defender la justicia y el bien de la persona en todas las situaciones que se les presenten. Hacemos un particular llamado a los legisladores para que asuman en plenitud sus responsabilidades, estudien a fondo las reformas propuestas, sean fieles a la herencia y a las tradiciones patrias y estén abiertos a escuchar todas las voces que tienen algo que decir al respecto. Y finalmente, que no dejen de escuchar a la voz de su conciencia, evitando que las legítimas pertenencias partidarias los lleven a votar en contra o al margen de aquella” (Íbidem, n. 6 y 7).
Concluyendo y a pocas semanas de iniciar, con toda la Iglesia, el Año de la fe, dirijamos una vez más nuestra mirada a María, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced. Quien la contempla siente que Dios está cerca. Como dijo hace poco el Papa Benedicto XVI: No sólo en Dios hay espacio para el hombre; en el hombre hay espacio para Dios y eso lo vemos en María, Casa de Dios y Puerta del Cielo. Un mundo que se aleja de Dios, dijo el Papa, no se hace mejor, sino peor. Sólo la presencia de Dios puede garantizar también un mundo bueno. Esa presencia buena y amiga del hombre está en los brazos de María: es Jesús, Dios que se brinda amigo a todo aquel que desee recibirlo en su corazón. Así lo hicieron las generaciones de correntinos, que desde los orígenes de nuestra Ciudad amaron esta tierra, valoraron su cultura y vivieron con fervor su fe. Nosotros, ¿renegaremos de esa herencia? ¿Tendremos la valentía de protegerla, enriquecerla y transmitirla a las generaciones venideras? Renovemos la profunda convicción que expresamos con las palabras del inmemorial himno a la Virgen de la Merced: “A Corrientes, la invicta postrada, con la Patria querida a tus pies, que promesa solmene jurada, morando renueva fiel”. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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