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 Homilía para el Primer Domingo de Cuaresma

Misa celebrada en TV Canal 13, 17 de febrero de 2013

 
 Con el Miércoles de Ceniza, hemos iniciado el tiempo de Cuaresma. Dos días antes nos desconcertó la noticia de la renuncia del Papa, noticia que cayó del cielo como un rayo. Fueron muchos los comentarios que siguieron a su decisión, pero pocos se detuvieron en las palabras que el Santo Padre pronunció en su declaración de renuncia. Vamos a recordarlas porque son muy oportunas para introducirnos al clima espiritual de la Cuaresma.
El Papa declaró que “después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. Y luego al final, aseguró que “también en el futuro quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”. En esas frases está la clave evangélica de la ofrenda total de su vida a Dios, como siempre lo ha hecho. La vida del Papa fue una vida de renuncia y lo seguirá siendo como lo fue hasta ahora: por eso su declaración concluye con el deseo de continuar sirviendo a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria. Aprendamos también nosotros a examinar reiteradamente nuestra conciencia ante Dios, para ver con sinceridad a qué cosas estamos apegados, cuáles son las pasiones que nos dominan y a qué debemos renunciar. En este tiempo renovemos el deseo de hacer la voluntad de Dios y no la nuestra, entonces nuestra vida –como la de Benedicto XVI– hecha ofrenda a Dios, estará casi naturalmente inclinada a la plegaria.
El color morado y el tono penitencial que caracteriza la Cuaresma nos hacen pensar en la seriedad y la importancia que estos días tienen para el cristiano. Es un tiempo exigente, porque nos hace pensar si estamos cumpliendo con los compromisos que implica vivir como una persona creyente. Pero, al mismo tiempo, es una oportunidad para recordar todo lo bueno que Dios ha hecho por nosotros. Solo el amor de Dios es esa fuerza de atracción que puede darnos el perdón y devolvernos su amistad. Recordar que Dios nos ama intensamente, nos llena de esperanza para no dilatar nuestro regreso a la casa del Padre, donde él nos espera con los brazos abiertos.
La meta del hombre es Dios, no hay nada que pueda reemplazarlo. O nos ponemos en camino hacia él, o nuestra vida será dar vueltas continuamente sin ir a ninguna parte. Solo Dios puede responder a ese profundo anhelo de vida y de plenitud que llevamos dentro. Jesús es el único que puede darnos una respuesta satisfactoria a esa búsqueda. Los cuarenta días que nos separan de la Pascua –de allí el nombre de Cuaresma que se le da a este tiempo– son una peregrinación que iniciamos en la fe hacia el encuentro más personal e íntimo con Dios.
La primera lectura nos anima a confiar en el poder de Dios. Así como libró a su pueblo de muchos males, Dios quiere protegernos también a nosotros de todos los peligros. Pero es necesario confiar en él así como lo hizo Jesús. El relato de las tentaciones en el desierto nos muestra la confianza total que tuvo Jesús en el poder de Dios. Él venció las tentaciones con la Palabra de Dios, creyendo y confiando plenamente en ella. En medio de la tentación, Jesús se aferró a la memoria de esa Palabra, porque le recordaba que Dios es más fuerte y más bello que todo el oro del mundo.
El método de Jesús para vencer la tentación es un método infalible. Veamos con más detalle esa exitosa fórmula, por así decir, que él propone para vivir la vida en plenitud. Ante todo, aclaremos el significado de la palabra ‘tentación’. En el diccionario leemos que quiere decir ‘instigación’, ‘provocación’, ‘solicitación’. Se trata de una acción que busca inducir a una persona a realizar algo que en apariencia es atrayente, pero que en el fondo es dañino y malo. La tentación que tiene su origen en el engaño y la mentira, es una acción del ‘Padre de la Mentira’, es decir del demonio. Sin embargo, la Palabra de Dios es más poderosa que la atracción que pueden producir los engaños de la tentación. El método de Jesús consiste en responder a cada tentación con la Palabra de Dios. Esa Palabra es más fuerte que la palabra del tentador. Casi podríamos decir que es un método de ‘palabra contra palabra’. Pero en todo caso se trata de la Palabra de Dios que es verdad, contra la palabra del Tentador que es mentira. Al final, como escuchamos en el texto del Evangelio, “una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de Él”. Así se aleja también de nosotros cuando confiamos en la Palabra de Dios y orientamos nuestros pasos en la dirección que ella nos indica. En el Padrenuestro pedimos a Dios que no nos deje ‘caer en la tentación’ y que nos ‘libre del mal’. El método de Jesús es infalible: a la tentación se la vence con la Palabra de Dios. Sobre la eficacia de este método hay testimonios muy conmovedores, por ejemplo, de personas adictas que han podido liberarse de la esclavitud del alcohol, de la droga, del sexo, de la violencia familiar, del juego y de tantas opresiones a las que estaban sometidas. Gracias al poder de la Palabra y la confianza que han depositado en ella se vieron por fin libres de esos sometimientos. La Cuaresma es el tiempo para volver a poner nuestra confianza en Dios y suplicarle que nos libre de todo mal.
La segunda lectura concluye con una frase que también nos invita a poner nuestra confianza en Dios y a invocarlo. Allí se dice que el Señor colma de bienes a quienes lo invocan, ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Invoquemos el nombre del Señor, repitamos con frecuencia como lo hacíamos a cada estrofa del salmo: «en el peligro, Señor, estás conmigo»; o con alguna invocación que nos resulte familiar como «Jesús, en vos confío», o «por tu santa Cruz, líbranos de todo mal». Miremos a Jesús, él nos enseña que para vencer la tentación, es necesario rezar porque la oración nos anima a poner nuestra confianza en Dios, que es el único que nos salva.
Mientras contemplamos a Jesús en el desierto, venciendo las tentaciones, nos sentimos reanimados para seguir sus pasos, porque nos propone algo mucho mejor que aquello que ofrecen las tentaciones del mundo. La fe en Jesús nos anticipa el sabor de Dios, nos hace sentir, por así decir, ya durante el camino esa plenitud que nos espera al final.
Para favorecer el clima espiritual de la Cuaresma, conviene tomar algunas medidas que la beneficien. El ambiente exterior nos ayuda al recogimiento interior. Así como es saludable para el ser humano celebrar la vida y revestirla de colores, de música y de danza –dentro de los límites del buen gusto y el respeto que merece el cuerpo humano aun en medio de la fiesta–, así también es saludable detenerse a pensar en ese otro aspecto que tiene la vida, allí donde se muestra lo efímero y pasajero que es todo.
El beato Juan Pablo decía que «No es malo desear vivir mejor, pero es un error el estilo de vida que presume ser mejor, cuando está orientado al tener y no el ser, y quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un placer como fin en sí mismo» (Centesimus annus, n. 36). El engaño está en creer que la vida es solo diversión y que todo tiene que estar orientado a extenderla al máximo. Es cierto que Dios creó al hombre para ser feliz y por eso no hay ningún ser humano que no quiera serlo. Pero hay muchos que se dejan tentar con propuestas de felicidad, por así decir, a corto plazo.
También Jesús, como lo hemos visto, pasó por esas tentaciones: tener pan sin esfuerzo o plata sin trabajar; acumular poder para sí mismo y no para ponerse al servicio de Dios y de los demás. Es la tentación que seduce con la fantasía de ser feliz por un atajo y no por el camino ascendente del trabajo y el esfuerzo. La Biblia nos enseña que Dios descansó de la obra que había hecho y consagró el séptimo día de la semana, como día de descanso, de encuentro y de fiesta. Por eso, cuando cesa el domingo, hay que volver al trabajo. El testimonio alegre y convencido de las enormes ventajas que tiene la fe cristiana, es un servicio indispensable y sumamente beneficioso que los creyentes debemos brindar a la sociedad.
Iniciemos estos días penitenciales renovando nuestra confianza en Dios. En el camino del amor cristiano vivido en serio encontraremos dificultades y sufrimientos, pero la fe en Jesús nos da la certeza de que el mal no vence al bien y que la luz es más potente que las tinieblas. El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo –escribió el Papa en el Mensaje para esta Cuaresma–. Encomendemos a María de Itatí nuestro camino cuaresmal y pidámosle que nos abra la ‘puerta de la fe’ para entrar por ella y colocar a Dios en el centro de nuestra vida.

Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

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