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 Homilía en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Jesucristo

Profesión temporal de la Hna. Clarisa María Teresa de Jesús Sacramentado
Monasterio de Santa Clara, Corrientes, 2 de junio de 2013

 En esta hermosa fiesta litúrgica del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo contemplamos la grandeza de nuestro Dios escondida en la humilde forma del pan. El texto más antiguo que relata lo que había ocurrido en la Última Cena y que luego alcanzó la cumbre en la muerte y resurrección, lo acabamos de leer en la segunda lectura. San Pablo escribe a la comunidad cristiana de Corinto y les dice: “Hermanos, lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía».
Tanto San Francisco como Santa Clara tenían una gran devoción a la Eucaristía. En ella, así como en la Encarnación y en la Cruz, veían el itinerario espiritual que debía recorrer el cristiano llamado a vivir la Buena Noticia de Jesús siguiendo a Jesucristo pobre y crucificado. Así lo consignaron por escrito Clara y Francisco: La regla y vida de los hermanos y las hermanas es vivir el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin apropiarse de nada y en castidad. A Santa Clara se la representa con la custodia, porque con todas las energías de su vida se identificó con Jesús Eucaristía, hecho pan para ser partido y entregado todo a Dios primero, y por él a todos los hermanos. Francisco de Asís tiene unas palabras llenas de exaltación ante el misterio de Dios que se hace abrevia hasta convertirse en la humilde forma del pan: “¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo (Jn 11,27)! (…) ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Vean, hermanos, la humildad de Dios y derramen ante él sus corazones (Sal 61,9); humíllense también ustedes para que sean ensalzados por él (cf. 1 Pe 5,6; Sant 4,10). Por consiguiente, nada de ustedes retengan para sí mismos, a fin de que los reciba enteros el que se les ofrece todo entero” (1).
La profesión temporal de nuestra hermana María Teresa es respuesta que ella da a Dios, porque la eligió y llamó para seguir las huellas de Jesucristo pobre, junto a su Madre la Virgen María, también pobre como su Hijo y, como buena discípula suya, hecha con él toda servicio y entrega a la voluntad del Padre. La única motivación que justifica una opción como la que hace hoy esta mujer cristiana es Dios. Sólo Él puede pedirle una consagración total a vivir como esposa suya. Cualquier otra motivación la llevaría tarde o temprano al fracaso, porque nadie puede amar a Dios y perseverar en ese amor, si Él no lo ha amado primero y no le da la fortaleza de perseverar en ese amor. La vocación cristiana es ante todo vocación, es decir, llamado. Dios elige y llama, y el hombre responde. Es maravilloso descubrirse elegido y llamado por Dios, atraído irresistiblemente por Jesús, e invitado a entregarle absolutamente todo. Sólo Dios puede pedir todo, sólo Él puede hacer que el hombre no retenga nada para sí mismo y se entregue totalmente al que se nos ofrece todo entero. La Eucaristía es el signo pascual en el que Dios se da enteramente a sí mismo y por eso no puede si no pedir una respuesta en la misma medida.
La respuesta de María Teresa al amor de Jesús no es una ilusión. Ella toma hoy el camino de consagración por el que ha transitado una multitud de mujeres, a las que Dios ha colmado de vida y plenitud. Quien tiene la gracia de conocerlas es testigo de la alegría, de la capacidad de sacrificio y de entrega que ellas viven. No se ven en ellas señales de ser mujeres tristes y amargadas, todo lo contrario, el que las trata se lleva de regalo lo que ellas mismas viven cotidianamente: paz, alegría, confianza en el Señor y entusiasmo en servir a los otros.
Nadie desconoce las dificultades que conlleva la convivencia entre los seres humanos. También ellas deben aprender a soportarse mutuamente, a reconocer sus errores y pecados, y a perdonarse mutuamente, para recuperar el gozo de vivir en el amor de Jesús. Deben estar continuamente atentas a las tentaciones del Maligno y fortalecidas por la oración y los sacramentos, para no caer en los sutiles engaños de buscarse a sí mismas y no al Señor, a quien consagraron toda su vida.
También para ellas vale aquella reflexión que dirigió hace poco el Papa Francisco a las religiosas de todo el mundo, cuando les pidió que vivan “una castidad «fecunda», una castidad que genera hijos espirituales en la Iglesia. La consagrada es madre, debe ser madre y no «solterona» (…) Que esta alegría de la fecundidad espiritual anime vuestra existencia; sean madres, a imagen de María Madre y de la Iglesia Madre. No se puede comprender a María sin su maternidad, no se puede comprender a la Iglesia sin su maternidad, y ustedes son iconos de María y de la Iglesia” (2). Estas palabras nos enseñan que la maternidad espiritual no es una maternidad ilusoria, es real y se concreta en el servicio humilde y diario en la oración por las necesidades de la Iglesia y del mundo, en el trabajo, en los quehaceres domésticos y en la vida fraterna.
Querida hermana María Teresa: la profesión temporal, vivida en el corazón del consagrado, contiene el anhelo de ser una profesión para toda la vida, aun cuando ésta se realice dentro de algunos años, como los establece sabiamente la Iglesia. Por eso, hoy la comunidad cristiana de nuestra arquidiócesis se alegra inmensamente por tu sí generoso al Señor Jesús en esta fraternidad de hermanas clarisas. Con las hermosas palabras que le escribió Santa Clara de Asís en la segunda carta a su hermana y amiga Santa Inés de Praga, te deseamos que vivas una consagración gozosa y totalmente entregada a Dios y a las hermanas: “Una sola cosa es necesaria (cf. Lc 10,42), ésta sola te suplico y aconsejo por amor de Aquel a quien te ofreciste como hostia santa y agradable (cf. Rom 12,1): que acordándote de tu propósito, como otra Raquel (cf. Gén 29,16), y viendo siempre tu punto de partida, retengas lo que tienes, hagas lo que haces, y no lo dejes (cf. Cant 3,4), sino que, con andar apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen tus pies, para que tus pasos no recojan siquiera el polvo, segura, gozosa y alegre, marcha con prudencia por el camino de la felicidad, no creyendo ni consintiendo a nadie que quiera apartarte de este propósito o que te ponga algún obstáculo en el camino (cf. Rom 14,13) para que no cumplas tus votos al Altísimo (cf. Sal 49,14) en aquella perfección a la que te ha llamado el Espíritu del Señor” . Así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

Notas: 
(1) 
SAN FRANCISCO DE ASÍS, Carta a toda la Orden, 26-29.
(2) PAPA FRANCISCO, Discurso a las Superioras Generales, 8 de mayo de 2013.


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