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 Homilía en la Misa del XX Encuentro del Pueblo de Dios

 Mburucuyá, 14 de octubre de 2013

 “La fe ilumina toda nuestra vida” es el lema que nos acompañó en la preparación y realización del XX Encuentro del Pueblo de Dios. Esta mañana, el P. Esteban nos brindó una profunda reflexión sobre la fe y lo primero que nos recordó fue la Carta del Papa Francisco, en la que él afirma que la fe es luz. Tan claro es eso para el Papa que a la Carta le puso por título: Luz de la fe. Si la fe es luz, quiere decir que donde no hay fe hay oscuridad. ¡Qué dichosos somos nosotros por tener la luz de la fe! Los quinientos jóvenes que recorrieron los pueblos y parajes de esta hermosa región, no lo hubiesen podido hacer si no hubieran tenido en su corazón la claridad que les da la fe. Tampoco nosotros estaríamos realizando este encuentro, si no tuviéramos la luz fe. Esa luz ilumina el camino de la vida, es más ilumina toda nuestra vida, como reza el lema de Encuentro.
Además de iluminar nuestros ojos, la fe nos da oídos para escuchar. Hace unos instantes, ¿acaso no oímos el grito de Jesús? En la proclamación del Evangelio escuchamos que Jesús exclamó. Exclamar es decir algo en alta voz. Jesús exclamó podríamos traducirlo también como que Jesús ‘gritó’, alzó muy fuerte su voz. Cuando alguien alza la voz, quiere que se lo escuche, porque tiene algo importante para comunicar. ¿Qué fue lo que dijo Jesús en alta voz? Podríamos resumirlo diciendo: El Padre y yo somos una sola cosa. Jesús nos quiere dar a entender que quien cree en él, cree en aquel que lo envió, es decir en Dios, su Padre. En el texto observamos cómo se esfuerza por explicarnos que quien lo ve a él, ve al que lo envió, y que las palabras que él dice, se las ordenó su Padre. En otras palabras, Jesús nos habla a gritos sobre la intimidad que vive con su Padre. Esa profunda intimidad lo llena de luz a tal punto que exclama: “Yo soy la luz del mundo, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas”. Acoger las palabras de Jesús, es oír la voluntad del Padre y así poder caminar en la luz.
Pero hay otras palabras más para ser oídas y acogidas. Palabras que llevan claridad a nuestra vida y misión, para que muchos más puedan descubrir el maravilloso tesoro que Jesús tiene para compartir. Prestemos atención a las palabras siguientes que pronunció Jesús y que proclamamos hoy en el Evangelio: “Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine para juzgar al mundo sino a salvarlo”. Aquí Jesús no nos está diciendo que hay un Padre severo y un Hijo lleno de misericordia que perdona todo. Ambos son una sola cosa: es Dios que se hace cercano para salvar y no para condenar. El que cree en él encuentra el camino de la vida y la salvación. El que lo rechaza entra por propia cuenta en un camino de oscuridad. Esa es la crisis que provoca la luz: o nos dejamos iluminar por la claridad que nos trae Jesús, o entramos en un cono de oscuridad que nos aleja de Dios y de los otros.
Para que la fe ilumine realmente toda nuestra vida, debemos permitir que los rayos de esa luz lleguen efectivamente a todos los rincones de nuestra existencia individual y colectiva. Debe iluminar la vida de la pareja, de la familia, las relaciones con los parientes y vecinos, la escuela, la calle, el trabajo, la función pública. La fe nos da los ojos de Jesús, para ver toda nuestra vida con la mirada de él. El Papa Francisco afirma que “La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver. En muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros. Tenemos confianza en el arquitecto que nos construye la casa, en el farmacéutico que nos da la medicina para curarnos, en el abogado que nos defiende en el tribunal. Tenemos necesidad también de alguien que sea fiable y experto en las cosas de Dios. Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios”, y en el que podemos confiarnos totalmente. Procuremos, entonces, aprender a mirar con los ojos de Jesús toda nuestra vida y a todos aquellos que están a nuestro lado, especialmente a aquellos a quienes debemos perdonar, hacia quienes debemos acercarnos para servir, con los que necesitamos dialogar y encontrarnos más para construir juntos una convivencia más justa y más fraterna.
La fe, además de ser luz que nos da claridad para ver y palabra que se hace mensaje para oír y acoger, nos permite tocar. Dios no es una idea, ni una especie de sentimiento agradable y difuso para volar y olvidarme de la realidad. “Junto al ver y escuchar, -leemos en la Carta del Papa Francisco– la fe es también un tocar, como afirma en su primera Carta: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos […] y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida» (1Jn 1,1). Con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca; de este modo, transformando nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y confesarlo como Hijo de Dios. Con la fe, nosotros podemos tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia”.
Por eso, el que se siente ‘tocado’ por Jesús, ya no puede desprenderse de Él. Quiere conocerlo más, estar más con Él y no ve la hora de compartirlo con los otros. Eso es misión, eso es convertirse en discípulo misionero de Jesús. “Quien se ha abierto al amor de Dios –dice el Santo Padre Francisco– ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz (…) La palabra recibida se convierte en respuesta, confesión y, de este modo, resuena para los otros, invitándolos a creer. También para nosotros hoy resuenan las palabras de bendición de Salomón que escuchamos en la primera lectura: “Así sabrán todos los pueblos de la tierra que el Señor es Dios, y no hay otro; y el corazón de ustedes pertenecerá íntegramente al Señor, nuestro Dios, para caminar según sus preceptos y observar sus mandamientos, como en el día de hoy”.
Con las palabras del Papa Francisco, nos dirigimos confiadamente a nuestra Tierna Madre de Itatí, y le decimos: ¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra,
para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos,
saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él,
a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros,
hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


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