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 Mensaje de Cuaresma 2014

 Volver a Dios de todo corazón (cf. Jl 2,12)


  
    La Cuaresma como el Adviento son dos tiempos fuertes, en los cuales nos preparamos para los dos acontecimientos más grandes de nuestra fe: la Encarnación y la Pascua. Dios asumió nuestra carne, cargó sobre sí mismo nuestra condición humana pecadora, y con esa cruz a cuestas atravesó el umbral de la muerte, para brindarnos definitivamente la esperanza de la vida, que por nuestra negligencia hemos perdido. La Cuaresma es un tiempo de gracia que nos ofrece la Iglesia para prepararnos a celebrar la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, nuestra Pascua verdadera.
Preparar exige poner ‘manos a la obra’, es decir, disponerse sinceramente a la acción de la gracia, por la cual Dios quiere obrar un cambio sustancial en nuestra vida. La palabra clave de este tiempo es ‘conversión’. Conversión significa cambiar de rumbo y abandonar el camino andado. Estar dispuesto a convertirse, es darse cuenta de que no todo está bien y de que no se puede seguir así. Hoy se nos pide conversión personal, conversión pastoral y misionera, y conversión eclesial. Hasta el Papa Francisco habló de la urgente conversión del papado. Pero, ¿de qué conversión se trata? ¿En qué dirección debemos orientar esa conversión?
La primera conversión del hombre es a Dios, su Creador y Padre. “Vuelvan a mí de todo corazón”, es el llamado apremiante que Dios dirige a cada uno. Pero para que esa ‘vuelta’ a Dios se realice, es indispensable descubrir que él nos ama, nos ama antes de que empecemos el camino de regreso hacia él. Ese amor de Dios es la fuerza de atracción que orienta toda nuestra vida hacia él.
Si el hombre no se deja atraer y no se ‘da vuelta’ para ponerse de ‘cara’ hacia Dios, entonces será muy difícil que algún cambio que ensaye, o alguna dinámica que practique para sentirse mejor, le traiga el resultado que anhela. La Palabra de Dios nos indica el camino de regreso a Dios. Sencillamente, la lógica nos dice que es necesario preguntarle a quien nos creó, cómo y qué hay que hacer para vivir bien. Y la fe nos da luz suficiente para escuchar su palabra y para encontrarnos con él. Y descubrir en ese encuentro que es maravilloso el camino de humanización que él nos propone.
Pero, cuidado, hay que estar atento a los mercaderes que seducen con proyectos que descartan a Dios de la existencia o, a lo sumo, lo toleran como una devoción privada. El Dios de Jesús jamás se manifestó en contra de la libertad, del progreso y de la felicidad del ser humano. Por eso, la primera conversión debe estar orientada hacia el reencuentro con Jesús, suplicando que sea él quien ocupe el lugar central en nuestra vida. Convertirse a Dios es una respuesta que le damos a él, porque Dios nos amó primero (1Jn 4,19).
La segunda conversión mira al prójimo. Porque el que ama a Dios y lo coloca en el centro de su vida, debe amar también a su hermano (1Jn 4,21). Con todos debemos cultivar sentimientos y actitudes que se parezcan cada vez más a Jesús. Hay un estilo cristiano de tratar a los demás, un estilo que se esfuerza por reflejar el modo en que Jesús trataba a las personas. Esa es la conversión pastoral y misionera que nos pide la Iglesia. A esa conversión podemos añadir también la conversión social, que es el cambio de mentalidad y de conducta que necesitamos para hacernos cargo efectivamente de nuestros hermanos y hermanas, y en primer lugar de los que están más desprotegidos.
El Papa Francisco nos impulsa a salir a las periferias geográficas, culturales y existenciales. En realidad, la conversión pastoral, misionera y social, nos debería llevar a mirar la realidad de nuestro pueblo desde los límites más alejados del centro. Allí nos vamos a encontrar con muchas familias sin la atención de sus necesidades básicas y lo que es aún más grave, sin el anuncio de Jesús. Pero para ver esa realidad es necesario mirar hacia ese lado y caminar en esa dirección. Cada persona y cada comunidad deben preguntarse cómo viven su compromiso misionero y cómo se hacen cargo solidariamente de los hermanos y hermanas que más sufren.
Volver a Dios y acercarnos al prójimo con un corazón nuevo, afianza la unidad y es la mejor defensa contra el mal que nos divide y enfrenta. Pero es necesario suplicar a Dios, con humildad y perseverancia, la gracia de un corazón nuevo. Dios no se lo niega a nadie, pero no puede otorgarlo al hombre de corazón soberbio y altanero. Miremos con atención a la Virgen María y aprendamos de ella a vivir de cara a Dios y atentos al prójimo, especialmente de aquellos de los cuales estamos más alejados. ¡Feliz aquel que escuche la invitación de volver a Dios y le responda sin vacilar!

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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